Ahora son trece (2007)


ocean-13Ocean’s Thirteen
Dir. Steven Soderbergh | 122 min. | EE.UU.

Intérpretes:
George Clooney (Danny Ocean), Brad Pitt (Rusty Ryan), Matt Damon (Linus Caldwell/Lenny Pepperidge), Andy Garcia (Terry Benedict), Don Cheadle (Basher Tarr/Fender Roads), Bernie Mac (Frank Catton), Ellen Barkin (Abigail Sponder), Al Pacino (Willie Banks), Casey Affleck (Virgil Malloy), Scott Caan (Turk Malloy), Eddie Jemison (Livingston Dell), Shaobo Qin (Yen/Sr. Weng), Carl Reiner (Saul Bloom/Kensington Chubb), Elliott Gould (Reuben Tishkoff), Vincent Cassel (François Toulour)

Estreno en Perú: 5 de julio de 2007

Casi se le ha vuelto una rutina al buen Soderbergh intercalar sus proyectos de cierto prestigio con la saga de sus simpáticos conspiradores liderados por el carismático Danny Ocean. La nueva ocurrencia gira en torno ahora no sólo alrededor del móvil de la ambición sino también de la venganza. Truculencias siempre las hubo pero acá se dicta cátedra sobre como descomponerlas hasta dejarlas sin mayor utilidad en el entramado narrativo. Claro está que, como en las otras dos cintas anteriores, aquí no interesa la consistencia de la historia, es una suma de chacota al por mayor (manejada con mayor elegancia en la primera).

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Casi se le ha vuelto una rutina al buen Soderbergh intercalar sus proyectos de cierto prestigio con la saga de sus simpáticos conspiradores liderados por el carismático Danny Ocean. Las trampas y el humor cada vez más autoconciente fueron su marca de entrada decidida al mainstream con todos los privilegios y nuevas limitaciones que ello conlleva. Para bien o para mal se forjó ese camino mirado con criterio, y hasta deportiva voluntad, de hacerse un lugar como cineasta a base de hacer concesiones de vez en cuando. A pesar de eso a esta nueva aventura del grupo de estafadores se la siente cansina y más bien resignada (como los rostros de Clooney y Pitt) al comenzar el filme, tal vez molestos por la exclusión de sus mujeres en el casting). Desgano que se deja sentir hasta en el más mínimo detalle, por más que su edición anfetamínica intente ocultarlo. Las payasadas tiene su tiempo y su lugar, parecieran querer gritarnos todos y cada uno de los integrantes, que asumen todo como un gran paseo o “gira promocional” obligatoria.

ocean-13La nueva ocurrencia gira en torno ahora, no sólo alrededor del móvil de la ambición, sino también de la venganza. El paternal Reuben (Gould) ha sido víctima de las malas artes del astuto Willie Bank (Pacino de vuelta a sus dominios mafiosos de Nevada, pero asumiendo la pose de aburrimiento de todos los demás veteranos de la serie) quien ha asumido el control de la zona y ha levantado todo un hotelero palacio de cristal que, para retorcer aún más las burlas, se llama “The Bank”. Así que ya pueden imaginar a Pacino y su asistente Ellen Barkin, siendo el “difícil” blanco de la pandilla y sus gadgets. Truculencias siempre las hubo pero acá se dicta cátedra sobre como descomponerlas hasta dejarlas sin mayor utilidad en el entramado narrativo. Y por supuesto el humor irónico se vuelve en insoportable flema hasta en los típicos compañeros “graciosos” de la jornada. A Danny Ocean le debe haber molestado sobre manera que los productores lo saquen a la fuerza de sus idílicas vacaciones en Europa y eso se siente marcadamente en el rostro de Clooney.

Claro está que, como en las otras dos, aquí no interesa la consistencia de la historia, es una suma de chacota al por mayor (manejada con mayor elegancia en la primera). Pero en esta tercera película toda la aparatosidad luce la marca de la absoluta displicencia. Al menos la segunda película, y todo su aire mediterráneo, tenía la marca de su director, conciso y funcional (dicho sea de paso la selección del soundtrack debe ser uno de los pocos aspectos que siguen siendo llamativos). Vemos una sucesión de gags que se pretenden, casi siempre, elegantes pero ejecutados de manera simplemente enumerativa, como para salir del paso y continuar con la siguiente parte del guión. Deja mucho que pensar que todo ese despliegue de recursos (escenarios imponentes y tecnología apabullante) resulte completamente inútil ante la insuficiencia de cada pretendida broma o situación (cada una más insufrible que la anterior). Graciosamente todo ese aparato cumple la misma función que tenían los de United 93, que eran repasados una y otra vez para dar cuenta de la incompetencia total de un aparato sumergido en las apariencia lustrosas del poder. ¿O tal vez es el deseo buscado por la tropa Ocean con respecto a su industria? Esa si sería la verdadera ironía de este show.

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¿Qué más decir sobre todo este infructuoso despliegue de ornamentos, modas de todo tipo, precio o tamaño y andares presurosos para exhibirlos? Bueno, que bien puede ser un ejemplo más (de una larga lista) de que hasta la fórmula más infalible tiende, sino a agotarse, por lo menos a disminuir su productividad si no se le añaden otros ingredientes. Que hasta en actitud todos los involucrados hasta parecen odiar a sus personajes o roles pues, como nunca, un puñado de actores fotogénicos y carismáticos lucen tan apagados y robóticos (si esto pasa con Clooney o Pitt imagínense a los menos llamativos de la banda), que ya ni ganas de divertirse en el casino parecen tener. Que ni el mismo Tarantino hubiera ayudado a mejorar en algo este guión, que ni de ocurrente tiene una pizca, parrafadas dichas con la supuesta espontaneidad de los actores americanos pero que no pasan de ser calcos de las réplicas televisivas (en temporada de huelga). Que Soderbergh debería por un breve momento dejar de respirar los aires perfumados (de smog o de Chanel) que lo circundan y tratar de que sus vueltas al cine “serio” no sean tan espaciadas (veremos como viene su nueva película sobre el “Che”). Y finalmente, que Ocean no vuelva a ascender de número.

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