Lady Venganza, de Chan-wook Park (parte I)


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Nuevo ejemplo del virtuosismo audiovisual del director Chan-wook Park, Lady Venganza es una de las películas más endiabladamente enrevesadas que haya visto, pero sus líneas de avance dramático están tan claramente marcadas que, a pesar de las continuas idas y venidas del argumento, vamos entendiendo (y asombrándonos sin cesar de) los vericuetos de esta compleja historia. Una mujer, Geum-ja Lee, sale en libertad luego de 13 años de encierro en una prisión, falsamente condenada por el secuestro y asesinato de un niño. Desde ese momento se pone en movimiento para vengarse de quien le cargó el muerto, venganza que había planificado casi desde que ingresó a la cárcel. Quienes hayan visto las dos cintas previas de este realizador surcoreano, no se extrañarán de este comienzo, que reúne asuntos similares a Simpatía por el Señor Venganza (Compasión y venganza) y Oldboy (Hipnosis mortal). Sin embargo, estas tres extraordinarias películas son muy distintas y pueden verse independientemente a pesar de sus varias e importantes similitudes y trasvases, las que reseñaremos en un próximo post.

Una mirada a lo inacabable

Normalmente, por razones de tiempo, no puedo ver más de una vez un filme, y hay varios que me hubiera gustado volver a verlos y por más de una vez. Las pocas ocasiones en que he podido hacerlo me han permitido alcanzar una mejor comprensión y un mayor disfrute de esas películas, pero, en el caso de esta, aparte del disfrute, ocurre lo contrario. Ya la he visto cuatro veces por lo menos y cada vez encuentro más y más elementos nuevos, de toda índole, que la hacen casi inagotable. Es más, si en mi post de Simpatía por el Señor Venganza (primera cinta de la serie), me atreví a describir sus cuatro primeras extraordinarias secuencias, aquí podría describir casi todos los planos y aún así no acabaría nunca; ya que cada uno tiene al menos un elemento inusual o insólito que llama (y mantiene) nuestra atención a lo largo de una estructura súper fragmentaria. Ya sea el encuadre, la angulación/nes, los movimientos de cámara, la iluminación, la ambientación, las variadas músicas, las acotaciones oníricas, los (puntuales) efectos especiales, la fatigada ultraviolencia (un poco menor que en las anteriores), los temas ya conocidos pero recreados como si los revisáramos por primera vez (secuestro, culpa, pecando, penitencia, venganza, redención), la acción dramática cortada en pedacitos que se van armando y dando la sensación –conforme avanzamos– de construir un orden justiciero, una venganza inevitable, edificada a partir de la superación de un pasado caótico, doloroso y cruento.

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La primera secuencia marca un patrón recurrente en la estructura de la película. Incluye un flashback (vuelta al pasado) donde vemos tanto la referencia al crimen cometido como a las personajes con las que nuestra heroína, Geum-ja, había convivido en prisión (y que ocuparán buena parte del filme), para volver al presente y rechazar a un monje católico; cuya presencia tiene sentido únicamente en relación con el bloque de secuencias donde se ubica el clímax de la película; por lo tanto, el director deberá volver a presentarlo nueva y brevemente (por una vez más) para que no lo olvidemos.

A partir de aquí empieza un extenso bloque de secuencias, todas las cuales combinan los preparativos y acciones de Lady Venganza, para acometer su venganza, con constantes flashbacks donde conocemos a sus compañeras de prisión y sus respectivas historias; ya que es apoyándose en ellas que consigue insumos y hasta las hace cómplices para lograr su objetivo. Es decir, que dentro de cada flashback de estas compinches vemos, varias veces, otras vueltas al pasado con las causas por las que fueron encarceladas, todo ello antes de regresar al presente en que Geum-ja se reúne con aquellas que están en libertad. Además, cada personaje es un caso. Tenemos a una espía norcoreana con alzhaimer, una lesbiana que asesinó a su marido y su amante, a los que luego se los comió, a una ladrona de bancos, la infaltable prostituta, etc.

Pero eso no es todo. Simultáneamente (y, por si acaso, esto no es spoiler) nuestra heroína se cercena un dedo como expiación ante los padres de su presunta víctima (Won-mo), busca y ubica a su hija, entregada en adopción a unos australianos; viaja a ese país y acepta traerla a Corea para hacerla cómplice de su venganza. Asimismo, logra un trabajo en una pastelería, allí se consigue una pareja y se reencuentra con el inspector de policía que siempre sospechó su inocencia; todo lo cual es motivo de más flashbacks no sólo de lo ocurrido en prisión, sino también de cómo fue su embarazo adolescente y del chantaje de que fue víctima para que se autoinculpara. Lo cual implica más personajes y terribles relatos adicionales.

¿Cómo hace Chan-wook Park para que asimilemos (¡y ordenemos!) toda esta información? No tengo una respuesta y no creo que nadie pueda tenerla, pero se pueden ensayar algunas pistas entrelazadas. La primera es la regla de la multiplicación matemática según la cual el orden de los factores no altera el producto. No olvidemos que estamos hablando de un montaje discontinuo, donde se amplifican sensaciones y sentidos y no sólo razonamientos; y mediante el cual se van construyendo sentidos que creemos intuir. La segunda es, precisamente, ese trabajo fascinante de montaje y planificación que no cesa de sorprendernos y que van colocando en nuestra mente los peldaños del relato, en un ascenso lleno de giros y asombrosos rellanos. La tercera es que, finalmente, todo este meandro de historias desperdigadas entre el presente y el pasado son preparaciones, explicaciones y justificaciones de los actos que nuestra heroína ejecutará a continuación. Los preparativos se relacionan con las presidiarias, las explicaciones van dirigidas a su hija y su nueva pareja, mientras que las justificaciones resultantes incluyen a los anteriores y al inspector policial.

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Una cuarta posible razón, que –como la anterior–, sólo la sentimos o intuimos (ya que su comprensión viene mucho después, si nos animamos a pensarlo), tiene que ver con el esquema ético que presenta la película. En el cual la bondad es subsumida por la maldad, el bien por el mal. Esta lógica se reproduce en las tres historias que se presentan en este bloque inicial. Así, las acciones que Lady Venganza realiza mientras está en prisión obedecen a este patrón. Ella ayuda a las presas, pero para luego convertirlas en sus cómplices; de allí que la consideren poco menos que una santa, pero luego, también, una bruja. Así, atiende a la anciana norcoreana (y obtiene de ella planos para su venganza), dona un riñón a otra que luego le proveerá un arma, simula atender a la lesbiana cuando en realidad la está envenenando lentamente, para vengar los maltratos de ésta a otra presa (que convertirá en su secuaz) e incluso ha llegado a «colocar» como esposa del verdadero asesino a una de las ex reclusas.

Geum-ja toma este patrón de los mismos hechos que la condujeron a prisión, ya que ella debió mentir (auto inculpándose) para realizar una buena obra (salvar la vida de su hija recién nacida); es decir, usar el mal para preservar lo bueno. Y hasta convierte a su propia, y tierna hija, en observadora-cómplice de su venganza, para que ésta –ante tal aprendizaje– la perdone por haberla abandonado. Nuevamente, el bien (la compasión, el perdón) es conseguido a través del ejercicio del mal. Además, tenemos la depredación de la propia ley, ya que ella es condenada por un crimen que no cometió (ante la ineficiencia policial), pero luego, en prisión, sí cometería otro asesinato que quedaría impune (la lesbiana); y que, de paso, beneficiaría a las afectadas por los abusos de su víctima.

Podemos verlo también de la siguiente forma: en los filmes del cine comercial estadounidense hay buenos y malos y siempre triunfan los buenos; mientras que en los policiales negros el héroe está siempre en un incierto límite entre el bien y el mal, y logra a duras penas imponer la justicia sin abandonar el (un poco móvil) lado «bueno». En cambio, en esta película –como en las otras de la trilogía de la venganza– los protagonistas ya están inmersos (y deben aprender a moverse) en un mundo de maldad, crueldad y dolor; sólo que este mundo no excluye el bien, la culpa, la compasión y la necesidad de justicia. El propio mal –representado, en este caso, por la venganza– tiene sus gradaciones, sus propios atenuantes y justificaciones; rehuyendo la conclusión simplista que sería un mero «triunfo de los malos». Por el contrario, en Lady Venganza, el final nos conduce hacia un cierto cuestionamiento de la venganza, como lo examinaremos más adelante. Por ahora quedémonos con esta conclusión: el director ofrece al público los esquemas ya conocidos e interiorizados («buenos contra malos»), pero invirtiendo los términos; o sea, el mundo al revés, que es como su hija ve por primera vez a Geum-ja en un plano invertido con cámara subjetiva, allá en el páramo australiano.

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Comprendiendo la estructura narrativa

Pero habría otra razón adicional para que aceptemos este rompecabezas oriental, la cual se relaciona con la estructura global de la cinta. Porque lo que venimos diciendo hasta este momento son sólo los prolegómenos (y antecedentes), que ocupan casi la mitad de la película. En comparación con este primer bloque los siguientes son mucho menos fragmentarios y más bien tienden hacia la unidad de acción (aun así, aquí todavía se resuelven relatos secundarios –la hija, principalmente, y su nueva pareja– y significativas acotaciones testimoniales y oníricas). Ayuda que este desarrollo más lineal haya venido casi como por un tubo (gracias a aquello de «el orden de los factores –esta vez los cuatro mencionados anteriormente– no altera el producto») y, en comparación, el público se desprenda de tanta información y se concentre en el desarrollo de un conflicto principal y su extraordinario desenlace. Es posible que estas razones expliquen en alguna medida la eficacia del complejo planteamiento de esta película.

Siguiendo con el tema de la estructura, Lady Venganza tiene también un planteamiento inusual. Ocurre que en una estructura audiovisual tradicional, el (breve) bloque inicial es de presentación de los personajes y de planteamiento del asunto o conflicto principal; sigue, luego, el (más extenso bloque de) desarrollo del argumento con su clímax, para concluir en el (también breve) desenlace. Sin embargo, en este filme, el bloque inicial es desmesuradamente largo, el desarrollo –que debería ser más extenso– resulta inesperadamente corto, aunque eficazmente concebido y realizado. Y, lo más interesante, el desenlace también es extenso y presenta una de las situaciones más insólitas del cine policial de todos los tiempos; lo que constituye el principal atractivo de este filme. Si ya antes, en el primer gran bloque, el director ha llevado al espectador de sorpresa en sorpresa y ha logrado mantener su interés, en este final simplemente hace que se le caigan las medias. No deja de ser asombroso que las partes más variadas –y a la vez impactantes– de esta película ocurran en los extensos comienzo y final, mientras que lo supuestamente más emocionante –el clímax–, si bien eficaz, resulte un tanto opacado por el imaginativo desenlace.

Para entenderlo volvamos a los estereotipos hollywoodenses. Todos recordamos las películas del actor Charles Bronson, el vengador anónimo, un ciudadano de a pie, común y corriente, que decide tomar la justicia en sus manos ante la inoperancia de la ley o de la policía. Este personaje ejecuta a los perpetradores de la violación y asesinato de su esposa e hija (como lo hace también Dong jin Park, el protagonista de Simpatía por el Señor Venganza, por la desaparición y muerte de su pequeña hija) y, de paso, a cuanto malandrín ande suelto por las calles. En la película que comentamos, nuestra heroína convoca a los familiares de las víctimas del verdadero asesino (que era serial) y, con el asesoramiento del propio inspector policial, les plantea la posibilidad de entregarlo a la justicia o ejecutarlo ellos mismos. El desarrollo de este episodio es de antología, no sólo por sus valores cinematográficos intrínsecos, sino porque se desmitifica al vengador anónimo (para muchos, un proto fascista), quitándole su aureola del individualista héroe de acción, y trasladando el encargo a verdaderos ciudadanos de la calle, de la misma condición y puestos en situación de convertirse en un vengador colectivo. Es decir, que a nuestra heroína no le basta con ser la ‘vengadora anónima’, sino que busca comprometer la participación social (incluso poniéndose ella misma como coartada) para que otros gocen de los presuntos beneficios compensatorios de la venganza, tomando, ellos también, la justicia por propia mano. Si en Oldboy la venganza se reproduce, en el filme que comentamos, ésta se contagia y disemina.

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Desde el punto de vista ético, este gran bloque final representa tanto una continuidad como una evolución (o involución, según se quiera ver) respecto al bloque inicial. Continuidad, porque al igual que en la primera parte, en esta última Geum-ja recluta más cómplices para concluir su venganza. Pero también modificación, porque entre las internas de la prisión impera la ley de la más fuerte (y no la ley estatal), mientras que entre los familiares sí rige la legalidad pública; la cual es puesta en cuestión por la intervención de Lady Venganza. Si en el primer caso era comprensible la grave violación a la ley, en el segundo resulta sorprendente, porque supone la contaminación de la sociedad por lo ilegal. En este cambio es posible ver los modos del director, quien lleva a extremos (infla y exagera hasta la desmesura) los patrones emocionales y éticos de sus personajes, creando situaciones insólitas, de las cuales ésta se lleva las palmas.

Pero aquí no acaba el filme. Sigue luego una secuencia de triste e irónica «celebración» en la pastelería donde trabaja nuestra protagonista; episodio en verdad indescriptible (hay que verlo y cada cual sacará sus propias conclusiones). Para, finalmente, llegar a una escena de purificación y reconciliación; lo que constituye un desenlace interesante, ya que la heroína termina auto imponiéndose una dolorosa expiación, mientras que una voz en off (aparentemente de su hija Jenny) sentencia: «Geum-ja utilizó a los demás para sus propias metas, pero aun así no logró la redención que deseaba». Hay, entonces, cierta ambigüedad que deja un sabor amargo en los protagonistas, en un contexto sobre todo doloroso; lo cual, al mismo tiempo, abre una pequeña rendija para el cuestionamiento de la efectividad de la venganza (en los propios términos de esta obra).


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