Carlos Monsiváis y sus días de cine


Carlos Monsivais

El cine fue para nosotros lo que para otras generaciones fue el rock.


Carlos Monsiváis, mexicano, uno de los más brillantes ensayistas y cronistas latinoamericanos, así como estudioso de la cultura popular de su país y cinéfilo por excelencia, falleció ayer. Su obra que abarca más de 50 libros publicados, incontables artículos y entrevistas dadas a diversos medios, constituye el legado de un grande de la cultura latinoamericana.

El cine fue una de sus grandes pasiones. No solo escribió múltiples ensayos y acercamientos al tema (cabe citar «Rostros del cine mexicano«, «Las leyes del querer«, sobre las películas de Pedro Infante, entre otros libros), también dirigió por más de una década el programa «El cine y la crítica» en Radio UNAM. «Monsi», como le decían sus amigos y admiradores, siempre aprovechó cada entrevista, ponencia o conversación que daba para hablar, con entusiasmo, humor e iluminada capacidad de análisis, de alguna cinta, director o estrella que le (dis)gustase.

Además incursionó en algunas cintas mexicanas como extra. Lo podemos ver en En este pueblo no hay ladrones (1965) de Alberto Isaac, cuyo reparto incluye a personalidades como Buñuel, Rulfo y García Márquez; o en la notable Los caifanes (1967) de Juan Ibáñez, donde caracterizó a Santa Claus, véanlo en YouTube (min. 8.46).

En una de sus tantas visitas al Perú, en el 2005, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos le otorgó el grado de Doctor Honoris Causa. En aquella ocasión, citó en su discurso de honor una frase de Cantinflas para sintetizar su emoción tras recibir la distinción de parte de la Decana de América.

Rescatamos aquí fragmentos de algunas entrevistas que dio a revistas de cine peruanas como La gran ilusión y Abre los ojos.

Extra: Vean a Monsiváis y el escritor Carlos Fuentes platicando de películas en la Cineteca Nacional de México. Una frase: «Yo trato de ver cine mexicano como expiación de la nacionalidad, y me gusta porque siempre encuentras algo que valga la pena, suponiendo que ya superaste los primeros 15 minutos».


De la adoración al desencanto: Entrevista con Carlos Monsiváis

Por Ricardo Bedoya

Carlos, eres un personaje múltiple: ensayista, analista político, cinéfilo. Me interesa hablar de tu relación con el cine

– La cinefilia es un asunto generacional, lo que me lleva a reconocerme en muchas páginas de Guillrmo Cabrera Infante o de Manuel Puig. Para nosotros, el cine fue el equivalente a los que para otras generaciones fue el rock. El cine se convirtió en la posibilidad de integrar el espectáculo a nuestra vocación imaginativa y a nuestro gusto literario. Nunca me arrepentí de haber pasado toda la infancia viendo tres películas diarias. No sé en qué sentido ello me ayudó muchísimo, aunque tampoco sé para qué.

Tal vez habría que emprender un sicoanálisis del cinéfilo, que comparten tantos rasgos. A menudo son hijos únicos o los menores de la familia, refractarios a las expectativas familiares. Siempre solitarios.

– Sí, todo eso, y apasionados por el cine norteamericano, mejor si es de los 40s. Gore Vidal dijo alguna vez que no se filmó en Hollywood ni una sola película insignificante entre 1930 y 1950. Y creo que tiene razón, pues esas películas nunca dejaban de responder profusamente a uno o otro sentimiento del público ni dejaban de inventar una realidad cultural. Yo combiné la adoración de Hollywood con la adoración del cine mexicano, que conoció una etapa, toda proporción guardada, de una intensidad similar.

¿Crees que el cine mexicano tuvo, en su nivel, la importancia cultural y mitológica del cine americano?

– Sí, en su nivel y en un porcentaje notable de películas. Para percibirlo hay que pensar en los públicos que existían, en la relación que se estableció entre sinceridad y espectador, en la manera religiosa en que se acudía a las salas, en lo que significaba el compromiso del director, los actores y los técnicos de ofrecer un producto que fuera tan barbaramente real, tan descaradamente melodramático y chantajista que pudiese ser expropiado anímicamente de la manera en que lo fue. Cuando se pierden la convicción y ese ánimo devoto en que aparece la duda del espectador y en ese momento se suspende la significación, todo se vuelve desencanto y después horror paulatino. Eso es lo que ocurrió con el cine mexicano en las décadas posteriores.

¿Qué estrellas, qué mitos del cine mexicano de los cuarenta perduran?

María Félix, desde luego, que se ha vuelto el mito de un modelo de mujer y de una forma de encarnar el derecho a la autodeterminación. En mucha menor medida, perdura Dolores del Río a la que torna anacrónica esa actitud sumisa de femineidad exacerbada, de dolor y suplicio, de gesticulación agotada de aferrarse al cortinaje en todas las escenas. Perdura El Indio Fernández, vigente como director y presencia (…) Fernando Soler es un actor que crece y se hace enorme. Un gran actor sometido a scrips infames y situaciones ridículas, pero cuya capacidad lo salva. No ocurre lo mismo con Sara García que es irrecuperable, pues responde de una manera muy clara a la industrialización del chantaje sentimental.

Un actor que gana muchísimo es Joaquín Pardavé. Él lleva toda la sabiduría del teatro popular, del burlesque, al cine, y hace el tránsito sin pérdida y en beneficio de los espectadores. Hay una complicidad directa entre el sentido del ridículo de Pardavé y el del auditorio. Sus películas se mantienen gracias a él. Tin Tan es cada vez mejor. Sin directores, con guiones lamentables, sin el apoyo de la industria que lo explotaba y le hacía filmar cuatro películas tontas al año, Tin Tan sobrevive con una talento cómico innato (…)

Me olvidaba de Pedro Armendáriz que también perdura y que dio una imagen de autoridad, de fuerza y vigor que se asociaba en los 40s con el mundo de la Revolución, de los caciques, de los hombres que hacen temblar el suelo (…) Pedro Infante es el que sostiene mejor. A 30 años de su muerte, Infante tiene más público y vende más discos que José José. Sus películas se exigen en la televisión y uno puede ver cintas tan abyectas como La oveja negra o No desearás la mujer de tu hijo, de Ismael Rodríguez, que son loas al paternalismo más tiránico y encontrar que Infante se salva. Era un actor natural y su capacidad de representar hace que en el melodrama o la comedia sea extraordinario (…)

¿Y Cantinflas?

– Cantinflas en la carpa era, al parecer, muy bueno. En el cine sólo rescato tres películas: Ni sangre ni arena (Alejandro Galindo, 1941), donde tiene una secuencia de toreo mímico notable. Ahí está el detalle (Juan Bustillo Oro, 1940), donde deja ver algo de lo que fue en el teatro, y El signo de la muerte (Chano Urueta, 1939). Lo demás no lo soporto, porque en su carrera fue a contracorriente del humor, del ingenio, del desarrollo del cómico, sólo fiado en un gag extraordinario, el del lenguaje que se gobierna solo, que enloquece y se desliza por entre las corrientes de la lógica con una precisión inefable, apuntando al vacío y la nada. Pero fuera de ese gag, Cantinflas no tiene nada, es la vacuidad magnificada. A partir de 1945 ó 1946 no hay película suya que se resista.

¿Se derrumbaron los mitos en los cincuenta y sesenta?

– Se mantienen las películas de Buñuel, Los olvidados (1950) o Él (1952), pero también momentos de La ilusión viaja en tranvía (1953) o Susana, carne y demonio (1950); me gusta menos Ensayo de un crimen (1955), que es menos interesante que la novela adaptada de Rodolfo Usigli, que anticipa al héroe existencial, a El extranjero de Camus, y habla del acto gratuito como motivación profunda.

Te voy a dar una recomendación cinéfila: nunca te pierdas una película en la que salga Pardavé. Hay que ver de todas maneras El revoltoso (Gilberto Martínez Solares, 1951) de Tin Tan, las películas de Infante anteriores a 1951 y las cintas sobre la Revolución, de Fernando de Fuentes, a la que agregaría, pese a todo, Doña Bárbara (Fernando de Fuentes, 1943) que es fantástica como configuración mitográfica. Tampoco te pierdas las cintas urbanas de Alejandro Galindo -Campeón sin corona (1945), Cuatro contra el mundo (1949), Esquina bajan (1948), Hay lugar para dos (1948)-, pero también las que expresaron su impulso liberal y jacobino como Doña Perfecta (1950), que es una película contra el fanatismo clerical en provincias, y Una familia de tantas (1948), contra el autoritarismo paternal.

Flor silvestre (1943) y Bugambilia (1944) del Indio Fernández son notables, pero Pueblerina (1948) es una maravilla. Hay una obra maestra desconocida del Indio, Víctimas del pecado (1950), con Ninón Sevilla en la apoteósis, fabulosa como rumbera con una fotografía delirante de Gabriel Figueroa. Es el mundo del cabaret bajo y los espectadores ferrocarrileros agitados en el aullido y la compulsión. Pero también se mantienen María Candelaria, aun con sus momentos de amor involuntario. Eso es lo que recomendaría y ya ves que a los cincuentas casi ni llego.

*Publicado en la revista La gran ilusión N° 1, Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Lima, 1993. pp. 25-29.


Carlos Monsiváis. Rompecabezas en 25 piezas

Lombardi: ¿Sabes qué me gustó de Lombardi? La Boca del lobo. También vi Maruja en el infierno, tenía su chiste, tenía una cosa implacable, brutal. Un descenso a los infiernos… entre vidrios. Eso estaba muy bien.(…) Cuando vi La Boca del lobo me dije que tiene que ver con algo… sé que es mínimo lo que presenta en relación a lo que puede ser, no, pero hay ahí una firmeza de trazo, que agradezco.

Sendero y el cine. Y una película que falta: Ahora, sobre Sendero no hay nada, ¿verdad? Es un fenómeno increíble, ¿no? Cuando hagan esa película me gustaría verla. Montesinos y Abimael. Porque ellos hablaron muchísimo…

*Publicado en la revista Abre los ojos N° 2, dic. 2001, Lima. pp. 15-17. La entrevista completa en La cinefilia no es patriota.


2 respuestas

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