Jodorowsky: «Santa sangre», o el esperpento perpetuo

Santa sangre

Santa sangre
Alejandro Jodorowsky presenta: Santa sangre (1989)

Aunque no causara la repercusión de sus películas de inicios de los años 70, Santa sangre posee varios de los mejores momentos de la obra de Alejandro Jodorowsky en el cine. Para cuando se estrenó, todo esos entretelones y humaredas provenientes de la edad de la contracultura, que alimentaran su mito subterráneo, ya se habían disipado. Eran las postrimerías de los años 80 y hasta cierto punto era más que un reto esta nueva tentativa fílmica del gurú-autor. Seguramente eso fue lo que motivó que, con mayor claridad que antes, ‘Jodo’ inclinara la balanza hacia una mayor aproximación al cine de género que dicho sea de paso le granjeó el apoyo del productor italiano Claudio Argento para culminar esta aún extraña película ambientada en un México donde todos los personajes hablan en inglés y se adaptan al tronco del giallo, pero nunca dejan de tener ese sabor de una de esas ominosas e irresistibles crónicas del mundo latino.

Pero que el argumento sugiera a un Jodorowsky más en el acá que en más allá no significa que su director se olvide de sus obsesiones oníricas y ese gusto iconoclasta por referencias visuales y culturales que más que ser solo los fuegos artificiales o trampas esteticistas, son muestras de un estilo tomando vuelo auténtico en la frontera entre la maestría y el ridículo. «Santa sangre» es una película realizada con su vocación de impacto, objetivo que había quedado bastante rezagado en Tusk. Es una amalgama de melodrama mexicano, horror mediterráneo y la fantasmagoría religiosa entrelazada con ciertas connotaciones psicoanalíticas. Son características resumidas de forma muy general, que junto a otras -como las alusiones poéticas y oscuras inspiradas en el cine buñueliano o la exuberancia de Fellini- adquieren un atractivo que supera esa primera apariencia de ser un aparatoso thriller de producción B.

Fénix, su protagonista, tiene después de todo esa misma apariencia de desconcertado voluntario en un acto de charlatanería que tenían sus otros personajes hasta llegar al inocente poeta-mimo de La cravate, aquél corto inicial perdido por décadas. Esa filiación se ve reflejada por un lado en la presencia de Axel y Adan, los dos hijos de Alejandro, que asumen esa papel estelar en los dos tiempos que maneja la película, y también por la remembranza al mundo del espectáculo, el circo y sus reflejos distorsionados de una realidad tan o más rocambolesca de esa geografía urbana y marginal que ya la cámara repasa al vuelo de un águila para iniciar un racconto a son de un mambo, que transmite un aire exótico, tal vez temible y violento con la misma intensidad de un baile.

Fénix revive su extraña pero añorada infancia, teniendo como padres o guías espirituales a las dos estrellas del show, y en la que un punto de quiebre hizo para siempre indivisible la frontera que debería definirse para él entre los trucos de la función y sus propias vivencias. Idea que repasa a Hitchcock y Bava, pero también a las rarezas del cine y las experiencias underground provenientes desde que esos creadores y otros más rodaran rostros para el miedo o criminales psicóticas. Porque aún estando algo más atado a las hipotecas de los nudos argumentales y las resoluciones de una intriga, lo que se permite Jodorowsky es vomitarlo todo con los códigos vanguardistas, las payasadas o raptos totales y fugaces (el funeral del elefante es un ejemplo extremo en el que lo sentimental y burlesco se pueden convertir en lo mismo), la desmesura, el acabado rústico, y un todavía indomable pasión por generar shock como único catalizador de su forma de mirar al mundo, aún a riesgo del esperpento perpetuo.

«Santa sangre» me parece por ello mucho más audaz o mejor sostenida en la cuerda floja que El topo o La montaña sagrada. Aparenta filtrarse en un relato ortodoxo en el papel, para desembocar en episodios que fluyen entre una historia siendo contada y la irrupción de una performance extrema donde la veneración a anticristos es bendecida con el rojo sangre corriendo de mala manera, como una de aquellas ferias baratas de antaño, en las que la música de un organillo completa ese saborcillo patético y farsesco. Si hay algo que le puede reconocer sus detractores a ‘Jodo’ es que por lo menos el facilismo miserabilista ha estado mayormente atenuado en su cine y sin ser tan formal como para declararse un autor experimental, Jodorowsky compone aquí el mejor ejemplo su concepción del cine en desafío de todo, de la resistencia del espectador o de la perfección de la imagen. Su forma suicida de crear películas ya no requirió en esta ocasión de los velos de la palabrería mística. Así mismo la película no habla de otra cosa que de la tentativa de una expiación antes que de una redención como lo tuvieron los vaqueros metafísicos y los falsos Cristos. Por ello, la de Fénix es finalmente una historia que hasta se hace querer.

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