Festival de Lima 2012: “Abrir puertas y ventanas”, de Milagros Mumenthaler


Herzog enseñó que se podía hacer cine del bueno aprovechando al máximo las locaciones y actores (Aguirre, la ira de Dios, 1972), revertir las limitaciones. Dicho de otra manera, a no ir muy lejos y hacer poco (durante el rodaje) pero crear la sensación opuesta: que hubo un gran despliegue y sucedieron un montón de cosas. Así, Abrir puertas y ventanas (2011) transcurre en una única casa (en Buenos Aires y no en ninguna selva, y sin Klaus Kinski en el reparto sino tres jóvenes actrices muy metidas en lo suyo) y su directora, Milagros Mumenthaler, bien aprendida que tiene la lección.

Marina, Sofía y Violeta son tres adolescentes huérfanas (¿por la dictadura argentina?) que viven solas en esa casa grande porque ha muerto la abuela que las cuidaba (¿unía?). Tres mujeres, tres caracteres, un conflicto: convivencia y libertad pero negación de esa convivencia y rechazo de esa libertad. Entramos en esta historia cuando ya está en curso, por lo que no queda más remedio que irse acomodando a las circunstancias e ir viendo qué sucede cuando parece que nada va a pasar (¿reminiscencias del cine uruguayo?). Pero suceden cosas, claro que sí. Aunque veladas por la cotidianidad, por situaciones que no parecen principales sino secundarias. Y mientras esperamos el desenlace de algo que todavía no sabemos qué es, ya estamos tan metidos en lo secundario que nos olvidamos si hacía falta lo principal. Y es aquí, en lo descaradamente secundario (celos, peleas juveniles) que lo principal (la condición humana de la que hablaba Dostoiewski) asoma la mirada y vuelve a ocultarse. No a irse, a ocultarse.

Digamos que hay locaciones que adquieren carácter protagónico (sin ir muy lejos, Casadentro de Joanna Lombardi). Abrir puertas y ventanas es una de ellas. Me recuerda a las obras de teatro donde el escenario (aquí la casa y el jardín) está abierto al espectador pero con divisiones imaginarias que sólo parecen ver los actores. Otras divisiones imaginarias también separan a las hermanas, incluso cuando se les puede ver sentadas en un mismo sillón. Porque finalmente nosotros, los espectadores (vaya privilegio) vemos todo; hasta lo que ellas no quieren o no pueden ver (otra vez este verbo). Pero sigamos en la fotografía, digo, en la escenografía. No estoy pensando en estilos de cine disfrazado de teatro (Dogville, de Von Trier) sino en estilos de teatro disfrazado de cine (Noche de estreno, de Cassavetes). Aunque en la casa de Mumenthaler hay un tratamiento visual que explota magnificando lo cinematográfico y construye con dinámica (alejándose de lo teatral) obligándonos a fijarnos en detalles (miradas, gestos, música) y desde ahí guardar silencio, para que nosotros, vouyers de esta historia, terminemos de construirla. O deformarla. Claro, herr Herzog tenía razón: muévete pero quédate; permanece pero aléjate.

Una vez más lo cotidiano irrumpe en las pantallas del cine latinoamericano (de hecho, lo cotidiano y la cotidianidad parece ya un tópico de este festival). ¿Pero qué cosas ricas tiene lo cotidiano? No hay que demorarse mucho en notar las muchas formas que adopta (en lo social, en lo personal); su subjetividad (maldad vs. permisibilidad); su huella y los contrastes culturales que deja relucir de país a país. Entonces sí: lo cotidiano también trae cosas riquísimas.

Y ya que estamos en pleno cine latinoamericano, ¿no les pareció que bien pudo haber sido Abrir puertas y ventanas una película de Fuguet? En fin, cerremos así: con esta ópera prima Milagros Mumenthaler tiene no sólo las puertas del cine abiertas, sino, además, las ventanas. Vengan y entren por donde quieran. No podrán salir.


2 respuestas

  1. […] cierta forma, esta cinta es lo opuesto a la también opera prima argentina Abrir puertas y ventanas, donde tres hermanas buscan de todas formas salir física y emocionalmente de una casa; mientras […]

  2. […] Abrir puertas y ventanas, otra opera prima de la realizadora argentina Milagros Mumenthaler y 3 del uruguayo Pablo Stoll, trabajan en el mismo estilo letárgico situaciones más acotadas, realistas y urbanas, explorando conflictos interiores; mientras que La sirga, película colombiana de William Vega, hace lo propio en el ámbito rural, pero con una protagonista acosada más bien por amenazas externas. […]

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *