«El vientre» de Daniel Rodríguez, la geometría del miedo


Convertido en el primer estreno comercial peruano del 2014, El vientre, segundo largometraje de Daniel Rodríguez Risco, es un relato clásico de suspenso que se desarrolla con mucha solvencia y minuciosidad. Es la figura del maquiavélico plan, el acoso sistemático y el enfrentamiento mortífero. El guión, elaborado por el director y su hermano Gonzalo Rodríguez, muestra desde la primera secuencia un personaje calculador, sutilmente glacial, que busca, escoge, sustrae de un espacio preexistente –un camal, en precoz metáfora de su propósito– y compra prácticamente un cuerpo, un recipiente, una incubadora móvil.

‘El vientre’, de Daniel Rodríguez Risco.

La virtud principal de la cinta es que no se desvía de su columna vertebral, que es la fricción de las motivaciones evidentes y declaradas de sus criaturas (pasión juvenil, sueño de la maternidad feliz, oscura pretensión de despojo), sabe concentrarse en lo medular y aprovecha dramáticamente, con hábil dirección artística, una locación pródiga en ambientes que propician el aislamiento del exterior, el encierro punitivo, el crimen disimulado, el abierto combate y los proyectos de fuga. Además, la sombría personalidad de la coprotagonista no se oculta al público desde el inicio, por lo que se gana tiempo para ir de frente a hilvanar sus tenebrosas intenciones.

El vientre dura hora y media, pero aunque el ritmo no decae, sino más bien se acrecienta, da la impresión de que su metraje es mayor, porque ocurren muchas incidencias y la cronología abarca aproximadamente un año. Ello sucede porque la trama está construida por situaciones precisas y delimitadas, como la calculada presentación que la patrona Silvia (Vanessa Saba) hace de la muchacha Mercedes (Mayella Lloclla) a través de la ventana, para atraer la libido del joven Jaime (Manuel Gold) que está haciendo pequeños arreglos en la casa. O los encuentros amorosos de la novel pareja, paulatinos y explosivos, o la facilidad con la que Silvia domina a la policía local, lo que ayuda a crear un mejor contexto de las verticales relaciones sociales que existen en el pequeño y poco habitado pueblo alejado de Lima donde transcurre la historia.

En la comisaría, que luce notoriamente el escudo de la PNP, se produce una escena que redondea el esquema de la victimización, explicando por qué el delirante objetivo tenía grandes posibilidades de cristalizarse y, en todo caso, cubriendo algunas pequeñas grietas que podrían observarse en la narración, como el hecho de que Jaime y Mercedes cayeran tan fácilmente en la trampa (otro punto débil es el reiterado recurso de las llaves). La mujer blanca, señorial y de edad madura, se impone casi en silencio, sin perder la compostura, contra la acusación emotiva de la jovencita embarazada que trabaja para ella, pobre, inminente madre soltera, de rasgos andinos como los policías que no le creen y la despachan de inmediato (Pold Gastelo, Cristhian Esquivel). En el fondo, Silvia es dueña de todo, de la casa, la policía, la chica, su hijo y, principalmente, de la autoridad por encima de lo razonable, que induce a distorsionar el deber policial y, finalmente, la labor del Estado.

De esta manera, Rodríguez también ya descarta la participación del «orden» en la lucha de las protagonistas y asegura que ésta se definirá, como suele pasar en Cronenberg, a las fuerzas y destrezas de la animalidad humana. En ese sentido, El vientre, en medio de un nivel actoral muy sólido en general, que se esmera en la composición de los roles secundarios, ofrece un excelente duelo entre Vanessa Saba –en su mejor actuación fílmica– y Mayella Lloclla, inspiradas y rigurosas. Y destaca más la segunda porque su personaje se transforma de la ingenuidad adolescente al despertar sexual, de la inferioridad que siempre creyó natural al tuteo desafiante, de la vulnerabilidad física acentuada por la gestación a la pujanza de una combatiente que descubre la violencia como la única forma de sobrevivir ante el peligro. Pocas veces el cine peruano ha dado las condiciones para el lucimiento interpretativo de este tipo.

Por otro lado, ese énfasis femenino es coherente en toda la película. Los personajes masculinos son siempre accesorios para Silvia y bajas que no ayudan a Mercedes, convertidos en fugaces presencias (Jaime y su tío interpretado por Gianfranco Brero), tontos útiles (los policías) o el mal recuerdo conyugal que, desde la ausencia, sirve de soporte a la amarga viudez, la obsesión maternal y el desequilibrio psíquico.

El gato y el ratón. Mayella Lloclla y Vanessa Saba en ‘El vientre’.

No es la primera ocasión que Daniel Rodríguez narra en locaciones interiores que aprisionan, asfixian y rompen el vínculo con lo que está más allá de sus límites. Su opera prima El acuarelista, que caía en digresiones, y sus cortos El colchón y El diente de oro aplican igualmente esas reglas, pero con mayor tendencia a lo sobrenatural, lo onírico y lo irreal (en línea opuesta a Confianza, realista y grabado en exteriores de desierto y carretera). Esta es la oportunidad en que, renunciando a la fantasía y circunscribiéndose al realismo, logra el mejor resultado de su filmografía, un producto técnica y expresivamente de nivel internacional.

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4 respuestas

  1. […] la PUCP, y llevé un Diplomado en Cinematografía Digital en la EICTV, Cuba. En el 2012 fotografié El vientre, mi primer largo, y el segundo de su director Daniel Rodriguez Risco. En la segunda mitad de ese […]

  2. […] tanto a nivel nacional como internacional. Ha participado recientemente en filmes nacionales como El vientre (2014), de Daniel Rodríguez Risco, y en Pueblo Viejo (2015), de Hans Matos, película esta que […]

  3. […] luego de las funciones. Por ejemplo, participará Daniel Rodríguez Risco, director de la cinta El vientre, junto con la actriz Mayella Lloclla. Así también participará Rocío Lladó, directora de La […]

  4. Avatar de Reinaldo

    Me parece que esta película sería una gran candidata para representar a Perú en algún que otro festival de cine. Ojalá que fuera en el Internacional de Miami (!)

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