Hacia el BAFICI 2014


Hace unas semanas leía una idea de Roger Koza sobre el BAFICI: ahí se estudia algo que luego nadie sabe de qué se ha tratado. Es justo. Nadie que se haya internado, a cualquier escala, en la programación, puede decir que sale sabiendo lo mismo o que la experiencia le resulta insípida, sea éste el sabor que sea. Días atrás un video mostraba el nivel de oferta del pasaje 18 en Polvos Azules: ese es sin duda el eje de la cinefilia peruana. El BAFICI lo es para Argentina. No hay tan variopinta y densa oferta en ninguna plaza, lugar de descarga (con surrealmoviez podríamos armar un ciclo de Heinz Emigholz de tres películas por ejemplo), y quizá ni en el conjunto de colecciones privadas de los personajes de este placer podría compararse. Luego está que puede ser sensible la condición de algunas reproducciones. Jamás me atrevería a decir que ciertas cintas son exclusivamente para salas, en 35mm, o ahora en DCP, con el 5.1 certificado: es tanto una quimera como una limitación tratar de controlar en dónde va a acabar una obra una vez terminada. Pero hay diferencias, y algunas grandes.

Como haber visto en copia restaurada El Acorazado Potemkin en el Teatro Colón con partitura original en vivo, o recibir una manzana, en la entrada de un programa de Narcisa Hirsch que presentaba su cinta homónima al fruto, de sus nietas y ella misma, o escuchar a sala llena un enorme solo de Frank Zappa mientras se escucha el tronar de botellas lanzadas al piso de la turba de borrachos encantados que pululábamos en la función, o vivir una estampida por la gente que busca colarse al documental de los Ramones, o sentarse a ver en dos partes las 14 horas de The Journey de Peter Watkins consciente de lo muy poco probable de repetir tal experiencia.

Aún con la nueva, mucho menos jugada, dirigencia del festival, el BAFICI sigue siendo –aunque muchos lo vivan como un club de amigos que se dan palmaditas en la espalda, y otros como un partido de ajedrez de ejecutivos perfumados– 10 días consagrados a la cinefilia, ya que la enorme oferta siempre cuela sorpresas. ¿De qué? Ni idea. Pero el cine es un arte del tiempo y tal vez la respuesta esté próxima a ello. Yo tampoco sé de qué se gradúa uno ahí, pero creo que en cualquier caso es una educación, al menos mientras siga existiendo el festival, perpetuamente inconclusa; tómese como una invitación al vacío, o al placer del vértigo como en una montaña rusa. Temo el día en que me crea que he terminado.

Carlos Rentería en el BAFICI 2014.


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