#LoveWins: Recordando «Cuatro bodas y un funeral»


Detengan los relojes

Cuatro bodas y un funeralLa comedia romántica es para muchos, entre los que me incluyo, un placer culposo. Y si bien no corro al multicine más cercano para ver a la última exponente del género en cartelera, reconozco sin ningún pudor que si el zapping me pone frente a Si yo tuviera 30, de allí no me muevo hasta que aparezcan los créditos finales en tipografía rosa. Y que en más de una ocasión me he descubierto haciéndole los coros a Rupert Everett y compañía en la versión de I say a little prayer (for you) que se mandan para La boda de mi mejor amigo.

Pero no fue en la TV sino en un viaje de avión donde conocí a la que debe ser mi comedia de amor preferida: Cuatro bodas y un funeral. Husmeando entre las opciones que tenía a mano para matar el tedio de las cinco horas de vuelo que me esperaban, decidí darle una chance a la troupe de elegantes y divertidos solteros ingleses que, liderados por Hugh Grant, asisten sucesivamente a las bodas de los amigos en común que deciden ponerse la soga al cuello.

Antes que nada, dejaré en claro que no iba a dejar pasar un filme que incluye a dos de mis placeres libres de toda culpa: Andie MacDowell y Kristin Scott Thomas. Ambas encabezan, junto a Grant, a un reparto de entrañables intérpretes británicos, cuya innegable química se ve realzada por el ingenioso y notable guion del especialista Richard Curtis. Su texto, estructurado en base a las cinco set-pieces que dan título al filme, se las arregla para revestir el clásico esquema chico-conoce-chica de una ironía corrosiva sobre la frivolidad de los ritos nupciales -los personajes se casan y descasan con una rapidez pasmosa- y regalarnos escenas memorables como la boda oficiada por el torpísimo Rowan ‘Mr. Bean’ Atkinson, el incómodo momento en que Charles (Grant) comparte mesa con cuatro de sus ex novias o la detallada enumeración de amantes que Carrie (MacDowell), el interés amoroso de Charles, le hace a este.

Sin embargo, no olvidemos que debajo de todo ese cinismo tan british que nos encanta, Cuatro bodas… es una película cuyo tema principal es el amor. Y allí es donde encontramos su verdadero punto de quiebre, porque su escena romántica más conmovedora, la que nos pone la piel de gallina, no tiene lugar en ninguna de las bodas sino en el funeral. Y con dos hombres como protagonistas.

Él era mi norte, mi sur, mi este y oeste. Tan demoledor como desgarrado por la tristeza y la rabia contenidas, el poema que Matthew (John Hannah) pronuncia ante el féretro de su amado Gareth (Simon Callow) me estremece en cada nuevo visionado. No solamente por la entregada interpretación del actor –la cámara del experimentado Mike Newell se le planta en el rostro casi con descaro y él sostiene con entereza ese primer plano- sino porque verbaliza un escenario que siempre me ha aterrado: la ausencia definitiva del ser amado. Que fuera hombre o mujer, da exactamente lo mismo. La escena irrumpe como una tromba en medio de la aparente ligereza del filme y lo eleva hasta su madurez definitiva recordándole al espectador una verdad inobjetable: que el amor entre dos personas del mismo sexo puede ser tan hermoso como el de una pareja heterosexual. E incluso más. Ya lo dijo el propio Gareth:

Brindemos, antes de entrar en batalla. Por el amor verdadero, en cualquier forma en la que venga. Que al llegar a la vejez tengamos el orgullo de decir: a mí también me amaron.

#LoveWins.

Yapa: Escena del restaurante. La boda de mi mejor amigo, «I say a little pray for you». (Digan la verdad: ¿quién podría resisitirse?)

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