Crítica: «Ricki and the Flash», una melodía familiar


Ver a la camaleónica Meryl Streep reinventarse en cada película y crear personajes tan distintos entre sí, pero a la vez tan humanos e imperfectos, es siempre un motivo de celebración. A su inagotable lista de actuaciones magistrales, podemos agregar la de Ricki and the Flash, comedia en la que interpreta a una rockera distanciada de sus hijos.

Ricki (Streep) dejó a su familia para cumplir su sueño de dedicarse a la música. Aunque canta en un pequeño bar de California junto a su banda de rock, no es precisamente una estrella, pues para poder pagar las cuentas tiene que trabajar como cajera en un supermercado. Una llamada de su ex esposo (Kevin Kline) la lleva de vuelta al hogar familiar: su hija está en una profunda depresión y necesita a su madre.

Los años de ausencia han enfriado la relación de Ricki con sus tres hijos, quienes le reprochan haberlos abandonado para irse a perseguir su carrera como cantante. El áspero reencuentro entre la madre y los hijos revelan el resentimiento que han ido incubándose con el tiempo.

Ricki no tiene vocación de mártir, pero no puede evitar sentirse marginada e ignorada por sus propios hijos. Aquellas escenas en las que se siente dejada de lado son lo suficientemente conmovedoras, pero sin llegar a ser excederse en el sentimentalismo.

Las escenas musicales en la que entra en acción la banda «Ricki and the Flash» son estupendas. Ya sea que toquen temas propios (como la melancólica Cold One) o covers de Bruce Springteen, Tom Petty o Pink, es inevitable dejarse seducir por el magnetismo de Streep parada en un escenario frente al micrófono, en unos primeros planos en los que concentra un universo de emociones intensas.

En más de un sentido, esta es una película de reencuentros para Streep. Colabora por tercera vez con Kevin Kline, después de Sophie’s Choice y A Prairie Home Companion. También es la tercera ocasión en la que trabaja junto a su hija Mamie Gummer, quien aquí interpreta a su hija en la ficción. Y además, vuelve a ponerse bajo las órdenes del director Jonathan Demme, quien previamente la dirigió en «The Manchurian Candidate».

La guionista Diablo Cody (la misma de Juno) acierta cuando le permite a Ricki verbalizar su desencanto frente a la forma en que la sociedad la ha marginado y condenado por perseguir sus sueños de cantante lejos de su familia, mientras que cuando un músico como Mick Jagger hace lo mismo, se le aplaude y perdona todo.

Sin embargo, el guion también cede a la tentación de dejar pasar algunos lugares comunes, como la clásica escena de boda con la que terminan muchas comedias y en la que todos los conflictos son resueltos al ritmo de la música.

«Ricki and the Flash» es como la nueva versión de una canción que suena ligeramente conocida, pues a pesar de que toca una melodía familiar, también es capaz de ofrecer nuevas sensaciones y de tocar fibras internas, a partir de una interpretación vibrante y entregada como la de Meryl Streep.

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