Crítica: «El último verano», con Antonio Arrué y Anahí de Cárdenas


El Último Verano, primer largometraje de Sebastián García, nos presenta la historia de un profesor (Antonio Arrué) quien se ve envuelto en una denuncia de acoso sexual por parte de una de sus alumnas. Esta situación, sumada a problemas maritales, lo llevan a pensar en el suicidio. Es en estas circunstancias que conoce a una mujer mucho más joven que él (Anahí de Cárdenas), con la cual iniciará una intensa relación.

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Lamentablemente el guion de este nuevo filme peruano es muy flojo, la dirección de actores tampoco ayuda, a pesar del talento y los esfuerzos de la pareja de protagonistas. La relación amorosa que vemos en pantalla no llega nunca a cuajar. Se va perdiendo entre escenas y diálogos intrascendentes, por momentos hasta absurdos, dando como resultado una escasa y fría conexión entre ambos personajes, dentro de una historia inverosímil por momentos, con nula química entre sus protagonistas.

Además la película, al parecer consciente de sus limitaciones, es promocionada en algunos medios como el “debut en la pantalla grande” de la mediática figura de televisión Vania Bludau, la cual sin embargo tiene un texto de no más de diez palabras y su aparición no dura ni cinco minutos. Incluyendo un desnudo de está absolutamente fuera de contexto, forzado e innecesario.

Lo más rescatable viene a ser la actuación de Anahí de Cárdenas, en un papel bastante intenso y atormentado, demostrándonos (y sobre todo demostrándose a sí misma) que no sólo puede interpretar papeles de veinteañera superficial y materialista. La participación de Antonio Arrué también merece una mención entregando, en su primer protagónico para el cine, una actuación correcta, en la que vuelca todo su oficio y experiencia.

El resto deja mucho que desear. Por momentos «El último verano» pareciera un homenaje al extravagante cine de Leonidas Zegarra. Cuenta con un guion muy modesto, plano, sin mayores giros dramáticos. La dirección de arte es bastante limitada, y no le aporta ningún estilo propio a la película, tampoco encontramos elementos que agreguen valor a la producción. La fotografía es sólo cumplidora (no basta con utilizar un drone para un par de escenas aisladas), y se excede en primeros planos que por momentos saturan al espectador. La edición tampoco está muy cuidada, dejando ver incluso errores de continuidad (como aquella escena en la que un personaje le obsequia su chalina a la mesera de un restaurant, y en la siguiente escena se aprecia al personaje en mención con la chalina puesta).

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A pesar de las limitaciones mencionadas queda la impresión que se pudo lograr más. Se desaprovecha a actores de reconocida trayectoria, queridos por el público, tales como Teddy Guzmán, Ivonne Frayssinet, Mabel Duclós, Monserrat Brugué, Hernán Romero, Marcelo Oxenford, Andrés Silva, etc., en papeles minúsculos e intrascendentes que por momentos rozan en lo caricaturesco y absurdo.

Si esta película se hubiera estrenado hace un par de semanas, estoy seguro que habría sido incluida, con justa razón, en los rankings que elaboraron algunos medios donde se destacaba lo peor del cine peruano del año. Este es un mal primer paso para el cine peruano en el 2016 que recién empieza. Esperemos que en futuras semanas aparezcan mejores producciones.

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