[Crítica] BAFICI 2016: «La larga noche de Francisco Sanctis», film argentino que competirá en Un Certain Regard, en Cannes


En La sombra de una duda (1943), una encantadora joven, interpretada por Teresa Wright, adora pasar momentos con su tío, el gran Joseph Cotten, quien ha venido de visita desde muy lejos. Las cosas, sin embargo, cambian para cuando ella comienza a sospechar de este; un posible asesino de viudas. Entonces, la tranquilidad de la muchacha se quiebra. Esta comienza a evitar a su tío, y si se lo encuentra, huye de inmediato. Sus sentimientos hacia él han pasado del orgullo al miedo. Se nota para cuando sale a la calle en busca de pistas; siempre mirando por encima de su hombro. La larga noche de Francisco Sanctis (2016), en cierta perspectiva, tiene de Hitchcock. Es una película en donde la atmósfera alimenta el suspense. A propósito de «La sombra de una duda», el personaje de Francisco (Diego Velázquez) también sospecha. Algo le ronda. ¿O es acaso ideas suyas? Todo sucedió para cuando una antigua amiga le compartió una información. Una información equivalente a la pastilla roja que Morpheus le ofreció a Neo.

Esta ópera prima realizada por los directores argentinos Andrea Testa y Francisco Márquez se contextualiza durante la dictadura militar en Argentina de los años 70; tiempo de miedo y desaparecidos. Era una época en donde el ciudadano promedio se convertía en un testigo discreto o una víctima más de la represión. Era una coyuntura conocida por todos; y si la “ignorabas”, era a conciencia, sea por temor a que los tuyos o uno mismo sea el próximo en desaparecer.

La larga noche de Francisco Sanctis es el testimonio sobre uno de estos ciudadanos que huye del paredón. Francisco es un oficinista público, padre de familia, se toma unas cervezas y juega al billar cada noche. Nada desenfrenado. Se podría decir que lo poco que sabemos de su vida, es eso y nada más. Es un tipo sin exigencias o urgidas necesidades. Su misma personalidad siempre se mantiene a la línea de la mesura. Como cuando comparte con su esposa las tareas del hogar o solicita a su jefe su tan esperado ascenso. En ninguno de los casos el buen Francisco discute. Siempre está cediendo ante la situación.

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Todo cambia para cuando llega ese recado. Aquel que lo invita a mirar la “realidad” de manera frontal. Entonces se le viene esa larga noche a Francisco. Esa noche sería como cualquier otra, de no ser porque lleva el peso de la conciencia y el miedo hacia lo que pueda sucederle. Algo malo está por acontecer y él es el único que podrá frustrarlo. De atreverse a hacerlo, toda su vida estaría en juego. La discreción (esa misma que le sirvió para “no ver” eso que ha sucedido incluso en su propio entorno) podría servirle, pero, hasta qué punto. El enemigo tiene mil ojos.

Francisco, como la sobrina Wright, no deja de mirar por encima de su hombro. Todo luciría como de costumbre, de no ser porque ahora la situación es otra. ¿Son solo muchachos pasando el rato o panfleteros contra la dictadura los que ve en la calle? ¿Son mujeres intentando ligar o sabuesos del Estado las que están en el bar? Cómo saberlo. Está la sombra de la duda, o del miedo. Pase lo que pase, Francisco ya no verá con los mismos ojos esa ciudad en donde todo parecía seguir su curso.