Hay un gran villano en la producción de un musical con covers icónicos de un país: que la selección de canciones esté por encima de un guion sólido. Si el setlist condiciona la escritura, acciones y motivaciones de sus personajes, la película solo apelará al recuerdo de una época por sus one hit wonder o las canciones más sonadas en las radios y tonos de ese entonces. Claro, el público cantará. Moverá los pies y las manos durante la proyección. Pero es el efecto natural de sus recuerdos con la pegajosa melodía o la letra de estribillos edulcorados durante dos décadas. Eso pasa con Av. Larco, la más reciente producción comercial de Tondero que sigue en la ruta de la nostalgia de antaño para hacer taquilla.
A estas alturas, criticar el diseño de producción/arte o la dirección de fotografía y sonido en las películas de Tondero es un absurdo. Cumplen muy bien en lo estético, a pesar del look publicitario y videoclipero que tiene el filme. Lo que resulta difícil es determinar un género para la película. ¿Es una comedia musical? ¿Un musical de denuncia social? ¿Un simple drama con canciones?
Sus personajes son acartonados. Esperé más protagonismo del personaje principal (Juan Carlos Rey de Castro) y menos distracciones de los secundarios (Nicolás Galindo, Carlos Galiano, Andrés Salas, André Silva, Carolina Cano, Daniela Camaiora, Maria Grazia Gamarra, Mayra Goñi). Hay demasiadas subtramas que intentan generar identificación con insights muy clichés como la diferencia social, “serranos versus pitucos”, la aceptación del homosexualismo, la amistad en tiempos de crisis y la incomprensión familiar frente a la vocación musical.
Trato de analizar el guion y no sé si plantea el concepto de jóvenes que pierden la inocencia al salir de su burbuja universitaria/musical al final de la película, o si de verdad enfrentan el terrorismo de lejos, con su música rock/popera. Quizá la película es la analogía de una indiferencia juvenil que nunca entendió la situación de un país y se refugió en la música. Pero el inserto de imágenes de archivo y recursos de cámara de 16 mm parece forzar la idea de crítica social, que solo instala un contexto de producción “socialmente responsable” para evocar el recuerdo con un playlist que muchos amarán en Spotify.
No pude obviar las referencias obligatorias y hacer el ejercicio odioso de comparación que no debería. Quizá el protagonista de «Av. Larco» debió ser como el Conor de “Sing Street”, una película donde la música es pieza que acompasa un guion extraordinario y no al revés. Mucho más su contexto, igual de crítico pero menos atildado justamente por desarrollar la psicología del personaje sin perder su frescura y crítica social. “Rock of Ages”, con esa suciedad y nervio en las escenas de rockeo, y su uso de los espacios. O ese hermoso retrato juvenil de los estadounidenses a finales de los sesentas en “American Grafitti” de George Lucas y Coppola como productor.
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Sin embargo, encuentro una escena extraordinaria en «Av. Larco». La del policía torpe y corrupto que sueña con poder, acompañado de la emblemática canción de “La Sarita”. Ahí el montaje es atrevido, con vértigo, y una dirección de arte lúdica, que se luce en atiborrar de elementos el encuadre para connotar creativamente la idea de maldad/corrupción que manchaba y sigue manchando a una nación como la nuestra.
En esa secuencia pareciera que Jorge Carmona, el director, regresa a sus orígenes homenajeando una escena de su primera película, “Condominio”, con la excentricidad que logró en dicho filme, justamente usando la misma canción. Se extraña las libertades creativas del ex Capitán Pérez, con esos proyectos seriales como “La Gran Sangre”, “Misterio” o “Lobos de Mar”. Ojalá Tondero le ofrezca más oportunidades a Carmona, junto a Javier Fuentes-León, guionista de «Av. Larco», y realizador de la creativa e intrigante El Elefante desaparecido.
Ojalá que la fórmula de la nostalgia de Pataclaun, los iconos de la TV y la música de los años 80 y 90 no se le agote a la productora de Miguel Valladares antes de llegar a un opus maravilloso, que nos llene de preguntas más que de respuestas masticadas.
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