Dir. Steven Soderbergh | 147 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Benicio del Toro (Javier Rodríguez), Michael Douglas (Robert Wakefield), Catherine Zeta-Jones (Helena Ayala), Luis Guzmán (Ray Castro), Don Cheadle (Montel Gordon), Topher Grace (Seth Abrahms), Erika Christensen (Caroline Wakefield), Dennis Quaid (Arnie Metzger)
La problemática de las drogas en el contexto actual de los Estados Unidos es tratada por esta abarcadora y amplificadora cinta de Steven Soderbergh, quien aplica todo su talento y recorrido (breve en años pero no ya en películas desde su iniciática y extraña Sex, Lies and Videotapes) en el cine de acción para hacer una radiografía ambiciosa alrededor de este tema tratado ya en varios títulos de todo tipo de estilo e intenciones.
Las drogas son todo un cáncer que mina los cimientos de toda sociedad y organización, es lo que nos dice Soderbergh y más aún tratándose del estado mayor del planeta, la tierra de los chicos buenos. El gigantesco intento de capturarla en toda su magnitud y perfiles es tarea nada sencilla y la intención acá es ser tan clara como sea posible. Desde el saque la estructura coral es infalible y se demuestra.
A lo largo de la cinta seremos testigos de historias que se van entrelazando unas con otras y que poco a poco irán modulando la compleja premisa (La genial idea de Griffith en Intolerance puesta una vez más en marcha). En una de estas historias, tal vez la mejor, tenemos a un policía de la frontera (Del Toro notable) quien lleva a cabo su propia lucha debatiéndose entre los carteles y su propia jerarquía. Ya hasta el punto de no saber si las misiones que efectúa ayudan a acabar con el narcotráfico o solo para eliminar las competencias del mejor postor. En otra somos testigos de los afanes de dos detectives de la DEA quienes luego de celebrar la captura de un capo tendrán que lidiar con su insospechada sucesora: su mujer embarazada (Zeta Jones). Y en la última la expresión del mayor conflicto se desatará en la casa del zar antidrogas (Douglas) cuando su hija se convierta de a pocos en otro miembro del club de humos raros.
La película se orienta a no ser una repetición de las moralejas ya vistas y su mirada es más bien ambigua y hasta inquietante. Nos revela la tal vez probable victoria de las drogas al menos si los métodos para contrarrestarla siguen siendo los mismos. En estos quiebres éticos se concentran los mejores momentos de Traffic, así contemplamos a los policías de la frontera aguardar casi como en plan de guardaespaldas y silenciosos testigos, a los detectives utilizar métodos extras para poder estar a nivel de sus perseguidos en estas aguas servidas, y al zar verse a sí mismo sumergido en una investigación personal que lo llevará a entender la contradictoria labor que tiene como purificador con fuego de los polvos blancos que llegan a las narices de sus vecindarios pero también como apañador del destructivo y masivo consumo de las clases bajas solo para que hagan la labor de purificadores de entes y zonas “desahuciadas”, como todos esos downtowns poblados de negros y latinos a los que, como jugada del destino, terminará acudiendo en busca de su niña perdida.
Jorge Esponda
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