Su pasión por el séptimo arte lo llevó a convertirse en un reconocido crítico de cine. Incluso fundó en Cali uno de los cine-clubes de mayor importancia a nivel nacional, no solo por su trabajo sistemático y develador, sino, por la obsesiva fascinación fanática que envolvía a todos sus miembros. En aquellos días y a causa del Cine-Club de Cali, Andrecito editaba una guía de cine con comentarios cinéfilos en un folleto llamado Ojo al cine, de distribución gratuita entre los asistentes, en el cual Caicedo se explayaba a sus anchas, con disquisiciones lúdico-patafísicas, deliciosas para cualquier lector. Allí se ponía de manifiesto el indudable talento literario de Caicedo, mezclado con su impresionante canibalismo cinematográfico. Su máquina de escribir era casi inseparable, pues la llevaba incluso a las fiestas que asistía, y entonces no era raro verlo tabletear de un solo tirón sobre las teclas, como si el tiempo no fuera suficiente, por eso sus amigos lo llamaban “Pepito Metralla”. Posteriormente, en 1974, Ojo al cine se convertiría en una revista, de la cual se editaron cinco números. Con el nacimiento de aquélla mítica revista se formó un quipo de colaboradores de reconocida importancia a nivel de la crítica en lengua española. Y a causa de dichas colaboraciones se produjo una fluida correspondencia entre Caicedo y sus cómplices cinéfagos los españoles Javier Marías, Ramón Font y Segismundo Molist, los peruanos Isaac León Farías y Juan M. Bullita (de “Hablemos de Cine”), el venezolano Alberto Valero, el costeño Jaime Manrique Ardilla, sus compañeros de generación, con todos ellos Caicedo se desdobló en una correspondencia rica en reflexiones sobre el cine. El Nº 6 de Ojo al cine jamás vería la luz, pues Caicedo se suicidó antes de concluirlo. En su lugar quedó un grupo de últimos textos, su “testamento”, algunas cartas y una nota al dueño del Edificio Cordiki en que vivió hasta que le llegó el fin de sus días.
Los escritos de Caicedo sobre el cine que apreció, es decir, el cine hecho hasta de su muerte en 1977, abarcan, como era de esperarse por la época, trabajos sobre los “monstruos sagrados”: Bergman, Visconti, Pasolini, Buñuel, Chaplin, Winder; pero también le dedicaba pupilas a directores de una filmografía “imperfecta”, poco reconocidos en aquél tiempo en esta parte del mundo: Arthur Penn, Sam Peckinpah, Roger Corman, Cronenberg, Philip Kaufman, Robert Benton solo por citar algunos de los nombres que despertaban en Caicedo curiosidad y admiración, e incluso lo entusiasmaban más que los “maestros”. Así lo demuestran los textos del libro Ojo al cine, editado por Norma en 1999, seleccionado y anotado por Luís Ospina y Sandro Romero Rey, que recoge todos los folletos que se editaron para el Cine-Club de Cali, así como varios textos publicados en diversas revistas y medios de prensa y, quizá lo más interesante, incluye inéditos escritos sobre cine (que posteriormente colgaré en estas páginas) que hubieran permanecido olvidados en el fondo del baúl bajo su cama, luego de que Andrecito, atribulado y cumpliendo con su aciago destino, se quitara la vida ingiriendo decenas de barbitúricos de un solo trago, cuando no hacia mucho que había cumplido veinticinco años tan solo.
Esta entrada fue modificada por última vez en 21 de noviembre de 2008 14:09
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solo digo q feo es caisedo nos le parece xD
Vale la corrección de la errata y mala metida de dedo. Gracias Rodrigo.
Una aclaración: el nombre correcto del crítico de "Hablemos de Cine" y amigo de Caicedo es Juan M. Bullita, quien al igual que él terminará quitándose la vida.