L’enfant
Dir. Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne | 100 min. | Bélgica – Francia
Interpretes:
Jérémie Renier (Bruno), Déborah François (Sonia), Jérémie Segard (Steve), Fabrizio Rongione (Matón joven), Olivier Gourmet (Oficial), Mireille Bailly (Madre de Bruno), Samuel De Ryck (Thomas), Sophia Leboutte (Inspectora), Frédéric Bodson (Matón mayor), Léon Michaux (Policía)
Estreno en Perú:
5 de agosto del 2006 (10º Festival ElCine)
21 de diciembre del 2006 (Estreno comercial)
El niño juega a vivir lejos de las responsabilidades, el niño juega a ser padre pero no quiere dejar de ser niño. Querer permanecer en una estación temporal es todo un reto y más aún dentro de una sociedad como la europea en la cual todo se encuentra formalizado, planificado. El orden y elegancia del viejo mundo se ve trastocado por la presencia de éstos especímenes que parecen salidos de algún otro rincón del orbe como la linda idea que se nos ha vendido. Son ellos los protagonistas del cine de estos talentosos cineastas belgas hermanos de sangre y sensibilidad. Con aguda percepción se acercan a su realidad de todos los días para representarla de manera distinta e inquietante, critica y ambigua a la vez. Su cine transita en medio de los arroyos de la tradición pero se balancea como pocos en la brisa de la vanguardia. Es hiperrealista pero ingresa en los predios de la abstracción sin ningún problema. Nos movemos en terreno de aparente clasicismo pero nada más lejano. Es la herencia de los grandes modernos que los Dardenne saben aprovechar muy bien y este ópus es ejemplar de su estilo de hace cine.
A su modo este dúo belga ha aplicado las lecciones aprendidas del soberbio y muy austero cine iraní que a su vez reprocesa las lecciones de Rosellini, el gran inaugurador de la modernidad (junto al barroco Welles). Lo que habremos de contemplar es una historia mínima a la cual se ciñe su lente con rigor de voyeur maniático. No pierden el tiempo en distraer la atención del público y van de frente al grano. El título es seguido por la imagen convulsa de una madre y su bebé, momento que basta para configurar el estilo del film de aparente funcionalidad y hasta sequedad.
La mirada que se posa en Sonia (la joven madre) es tan dura como su realidad. Puertas que se cierran de golpe, gritos y llantos inocentes nos introducen en la aspereza del sobrevivir día a día. No tan melodramático es el tono en el que perfilan la situación pues lo que no cuenta nunca para los Dardenne son los disfuerzos de ningún tipo al punto casi de mimetizarse en el lenguaje enfático del reportaje in situ. Cargando entonces el peso de la realidad es que la madre y su niño darán encuentro al verdadero niño protagonista: Bruno, un buscavidas y raterillo de poca monta, pero que también sueña con su disfrutar de los lujos de su “primer mundo”.
Para conseguirlo el camino esta abierto a la incalculable variedad del mercado negro, en él absolutamente todo pasa de una mano a otra como el contante y sonante placer del dinero. La cámara se planta ante estas transacciones como un cómplice más. La rauda línea de la vida moderna incluso atañe a estos marginales que sin descanso entre la vagancia y el delito configuran un retrato más que insidioso de su reluciente sociedad. Esta mirada a los bajos fondos es implacable, los protagonistas son hasta inocentes corderos sacrificados a las actividades minúsculas de un trueque en el cual se intercambian de todo (ropa, aparatos, niños) y la película concentra su gran valor en no hacer discursos sobre el asunto pues son muchísimo más contundentes los incesantes movimientos de manos, cuerpos, objetos delante de la cámara capaz de registrar el gran y pecaminoso sonido del dinero que va y viene como de una maquina registradora. Mucho de las lecciones bressonianas ha sido inspirador para este cine despojado de parafernalias pero a pesar de ello bendecido con la fisicidad, por así decirlo.
Todo el particular punto de vista de los cineastas se resume magistralmente en la secuencia de la devolución. Sólo basta apelar a unos reducidos elementos para crear una de las representaciones más demoledoras de los tiempos que corren: Bruno a la expectativa de la vuelta a la vida de su desmembrada familia y a cuyo pedido de auxilio (a las alturas) sólo responden el incesante sonido de unos billetes (estigma del que no escapan tal vez con mayor razón las privilegiadas naciones del norte). Bruno como en la mejor tradición entonces, tendrá que enfrentarse con las consecuencias de sus travesuras. El espacio de sus juegos se verá reducido a un pequeño rincón (acaso más allá de la orilla de siempre) desde donde se encontrará acorralado más por su verdad que por su realidad. Abrumadora certidumbre que lo hará sentir por primera vez el peso de su cruz (motocicleta) arrastrada como penitencia rumbo a un desenlace que escapa al esperado pero que ratifica la naturaleza del proyecto. Consecuentes con su aventura los Dardenne hacen de la última estancia de Bruno un punto para la reflexión, la iluminación, pero que poco tiene de barata moraleja. No es su intención hacer una fábula a lo Esopo en la industrializada Benelux del siglo XXI, las amargas lágrimas de reconciliación y arrepentimiento lo dicen todo.
Esta entrada fue modificada por última vez en 30 de abril de 2011 2:16
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