Mi noche con Maud (1969)

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Ma nuit chez Maud
Dir. Eric Rohmer | 105 min. | Francia

Intérpretes:
Jean-Louis Trintignant (Jean-Louis)
Françoise Fabian (Maud)
Marie-Christine Barrault (Françoise)
Antoine Vitez (Vidal)
Léonide Kogan (Violinista)
Guy Léger (Predicador)
Anne Dubot (Amiga)

El francés Eric Rohmer ha hecho de su cine una constante exploración dentro de las relaciones humanas, sus afectos y contradicciones. Austero y sobrio en términos de producción pero más que pródigo en su particular método que otorga a la palabra (y a veces a la ausencia total de ésta) una importancia capital. Esta película significó el notable asentamiento de su obra que es una de las más brillantes, y modestas a la vez, del cine de los últimas décadas. En ella se concentra de manera ejemplar ese estilo desnudo, de apariencia sencilla y cerebral pero muy entrañable. Las probabilidades en el juego del amor son las que se le presentan al protagonista envuelto de la moralidad cristiana. Dudas o constataciones de toda una vida que se pondrán a prueba así, de manera tranquila, con esa buscada apariencia de la vida misma que ha caracterizado la obra del director. El solitario y católico protagonista interpretado por Jean Louis Trintignant pasa una especial navidad que definirá su vida entre aceptar y rechazar las opciones que se le presentan, a la que incluso convocará las teorías de Blaise Pascal como buscando la posibilidad de calcular las consecuencias de cada acto, de cada destino predeterminado aún con todos los factores aleatorios en el camino. Particular método de vida como el de cualquiera de los habitantes de este mundo reflejo casi perfecto que siempre ha buscado este maestro, talento mayor de los que surgieron con la nouvelle vague.

Concebida como parte de su ciclo de films titulado «Seis cuentos morales», Rohmer nos presenta esta casi disertación sobre la fundamental «teoría de la probabilidad» aplicada a su característico juego con el azar, el destino y los sentimientos que pueden desarrollarse en medio de estos factores. Mucho de esa búsqueda se representa en un film que define su cine ajeno a intrigas o al menos ajeno a los mecanismo más obvios de las mismas. Para ello nos lleva a través de sus imágenes a la bella Clermont-Ferrand revestida por la frialdad invernal y ajena en muchos aspectos de la vida cada vez más rauda de la cosmopolita París y similares. Es un pequeño mundo de apariencia tradicional y de fervor católico en el cual damos encuentro al protagonista que como buen personaje de Rohmer es un profesional de actividades solitarias, muy propias idiosincrasias y secretas dudas sobre su propio rumbo. No hay ningún tipo de efectismo, ni mayores explicaciones que las otorgadas por su propio comportamiento e interacción con los demás siempre encontrados de manera casual y sin algún aparente objetivo dramático, mas aún en una ciudad pequeña donde no hay tanta prisa como para poder darse paseos sin fin hasta el cansancio. Las lecciones aprendidas de Rossellini son fundamentales ya no sólo en el naturalismo de cada espacio de acción sino de cada comportamiento, cada suceso pequeño para la humanidad y su cotidiano tránsito, pero tal vez extraordinario para el personaje en el cual se posa la cámara y talento del director (como si se tratase de la antítesis de lo que anunciara Armstrong al pisar la luna ese mismo año).

El ingeniero protagonista es un hombre de moral impuesta, la cual será puesta a prueba en la pequeña navidad que se a propuesto pasar tras varios trotes internacionales y la agitación de su época. Periplo por el que la gran mayoría pugnaba pero que le tiene indiferente al menos en apariencia (como al propio Rohmer tal vez nostálgico de las épocas más conservadoras y de libros amarillentos antes que de trucos de feria y demás virtudes contemporáneas). Poniendo en practica esa pasión por la sencilla cotidianeidad del hombre moderno, el director hace de los paseos del protagonista un recorrido casi errático hasta darse con asombro ante el objetivo encontrado. Así mientras los demás caminan, conversan y se entretienen en sus intereses y nada más ha acontecido lo extraordinario, revelado nada más con el cruce de miradas de una bella chica devota como él escuchando la tradicional misa o pasando por la calle frente a él nuevamente para motivar su interés como le puede suceder a cualquiera de nosotros. El arte de Rohmer maneja su propio tiempo y sugestión y no le hacen falta las muletillas al uso para expresar ese punto de quiebre en el que como muchas fantasías se enciende la luz en medio de la muchedumbre para dejar a esta totalmente oscurecida. Encuentro fugaz que no hace sino replantear nuevamente sus obsesiones bajo su inclinación natural por las matemáticas y la lógica. Las circunstancias ajenas a lo previsible lo llevarán a repasar de vuelta las teorías de Pascal (el hijo más célebre de la ciudad pero no necesariamente predilecto por sus creyentes habitantes).

Su noche buena se desarrollará a instigación de su amigo Vidal (también encontrado por el azar del guión) en el departamento de la hermosa Maud (la fascinante Françoise Fabian). Larga secuencia en la que Rohmer desarrolla su técnica con los actores y el especial influjo de sus ambientes (fotografiados por Néstor Almendros). El sutil manejo de los diálogos detalladamente concebidos y convertidos en el centro de la acción hicieron que por mucho tiempo se le objetara esa apariencia de teatro filmado. No es fácil concebir una estructura cinematográfica en base a las palabras. Rohmer crea la compleja alquimia a base de su determinado y consecuente naturalismo, por decirlo de alguna manera. La noche con Maud significará para él protagonista toda una confirmación y excomunión con sus ideas postuladas una y otra vez. La posibilidad o no de una aventura con esta deliciosa mujer lo remite nuevamente a su mundo de cálculos morales que a su vez son una aproximación también aparente hacia la burla o critica de la falsa convicción puritana tan vapuleada como nunca antes durante aquella década. Rohmer ofrece mucho más que esa obvia línea acusatoria. Estamos acá dedicados a la contemplación de otro de esos momentos maravillosos que son siempre los que suceden sin planificarse, esos factores que afectan el recorrido determinado de antemano y que terminan trastocando nuestra visión. El estupendo desempeño de los interpretes juega un rol fundamental en un cine como este en particular. Maud es la personificación ideal de la mujer en el cine de Rohmer, inteligente y madura, seductora a su estilo, pragmática a grandes voces pero incapaz de esconder alguna mirada que devele a una secreta soñadora.

La sesión extendida (como sería su estilo desde aquella época) en sucesivos planos alargados, le sirven a Rohmer para presentarnos de manera lúcida esos juegos de estrategias (a casi capa y espada) con los que estos posibles amantes dejan traslucir la esencial naturaleza del ser humano en búsqueda de evitar el hastío. El vacío existencial que en el cine del gran Eric nunca es representado por la gravedad, lo patético o sombrío. La preparación lógica de uno o festiva y alocada de la otra para considerar la entrada al romance o la aventura al menos conserva cierta picardía que se remite bastante a la literatura de la era de los luises de ahí que toda aquella prosa conversada o susurrada haya sido más que de capital importancia para que el cineasta conciba su propia estética y que se diferencia notoriamente de otros exploradores en el universo de las palabras como pieza fundamental de la construcción audiovisual como fue el caso de Joseph L. Mankiewicz. Es a partir de ello que esa apariencia de estar contemplando un film sin tempo convencional va cambiando hasta ganar al espectador como la novela de vida. Sin estridencias tampoco que la acerquen hacia un clímax en el termino más tradicional, la velada de unas horas concluye con los postulados de cada uno resistiendo a toda prueba. Juego de adultos a mirar todo con cabeza fría en pleno paseo invernal. Probabilidades que prefiere jugarse el protagonista con más certezas y seguridad junto a la rubia y católica Françoise, quien vuelve a aparecer cruzando por su vida como premio a su resistencia y que le caerá para una comparación con Maud en otra noche menos arriesgada, mucho más acorde a su ideal del amor con crucifijos y actitudes recatadas.

La chanza es que tampoco en este pequeño mundo más restringido y moldeable hay alguna certeza y control absoluto. La revelación de los secretos y disimulos cercanos a los de los novelescos cortesanos vuelve a plantar esa imagen de maduro observador de las relaciones que es Rohmer. Con la vista de la gótica catedral embellecida por la nieve, nuestro protagonista asume el pecho a su juego de probabilidades que le prometen aún la recompensa del amor. Entonces el paisaje se trastoca en soleada playa, han pasado algunos años y como punto culminante a este cuento (tan cotidiano como los demás pasajes del filme) queda contemplar el resultado de los dos determinados destinos. El azar reúne a los protagonistas de la inolvidable noche para solo un breve saludo que bastará para dejar por sentada las decisiones correctas y secretos que ya no es necesario remover. Rohmer, consumado retratista de costumbres se deleita con hacernos espectadores del espejo mágico en el cual nos recalca que el mundo no se detiene, la vida sigue su curso y que más allá de estrategias del bando que fuere en la guerra intelectual de buscarle la perfección a esta; debemos aprender a disfrutarla en el poco tiempo que tenemos. La mirada a esa familia concebida finalmente (a pesar de cualquier liberal crítica) bajo las normas, acuerdos y secretos de la antiquísima iglesia nos dan a entender que el ideal de la felicidad comprende a un espectro mucho más amplio que el de los autoconsiderados bienpensantes. Como la bella pero a su modo desafortunada Maud en el juego del amor, que se aleja de la playa para dejársela a los correteos de ese núcleo de la sociedad tan cuestionado por muchas películas actuales. La ideología y arte personalísimos del siempre vital Rohmer están expresados así en esta película excepcional.

Esta entrada fue modificada por última vez en 11 de enero de 2010 17:33

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