La reina (2006)

Publicado por

The Queen
Dir. Stephen Frears | 97 min. | Reino Unido – Italia – Francia

Intérpretes:
Helen Mirren (Reina Elizabeth II)
Michael Sheen (Tony Blair)
James Cromwell (Príncipe Philip)
Sylvia Syms (La reina madre)
Alex Jennings (Príncipe Charles)
Helen McCrory (Cherie Blair)

Esta película deja la sensación de un buen shot de whisky, puro o en la rocas; pero sólo uno y bien saboreado. Lo primero que se disfruta en la película es, ciertamente, la soberbia actuación de Helen Mirren, sobre la que gira todo el interés del público. La cinta resalta el distanciamiento emocional de la corona con respecto a la sensibilidad del pueblo británico; pero, al mismo tiempo, sugiere también la fascinación que éste finalmente siente por la monarquía. Pese a lo limitado de su objetivo, esta película ofrece una visión más profunda y relevante de una monarquía y un personaje monárquico.

Tony Blair asume como primer ministro del Reino Unido con un programa político renovador y modernizante. Se presenta ante la reina Isabel II, la cual no simpatiza con el nuevo e informal gobernante. Pero la prueba de fuego vendrá luego, cuando inesperadamente, las personalidades de ambos se enfrentan con motivo de la muerte de la princesa Diana de Gales; la famosa Lady Di, la princesa de los pobres.

Esta película deja la sensación de un buen shot de whisky, puro o en la rocas; pero sólo uno y bien saboreado. Podríamos imaginar e incluso desear que sigan otros más, pero comprendemos que se echaría a perder ese buen y único momento. Ese tipo de satisfacción es la que se siente después de ver La reina, el filme de Stephen Frears. Película circunscrita a un hecho mediático sin precedentes en la rubia albión, que le da pie para mostrar las exigencias de cambio en la monarquía británica; eludiendo, sin embargo, un enfoque demasiado crítico sobre la soberana y prefiriendo un acercamiento entre otoñal y periodístico sobre la misma. Como nuestro amigo Giancarlo Cappello me comentó, el episodio del alce de catorce cuernos –el “alce real”– se convierte en una metáfora sobre cómo la monarquía se “mata” a sí misma. No obstante, la sensación no es de decadencia, sino de mantención de esta vetusta y, para muchos, anacrónica institución.

Lo primero que se disfruta en la película es, ciertamente, la soberbia actuación de Helen Mirren, sobre la que gira todo el interés del público. La fuerza de esta actriz y la energía que transmite, muchas veces se han desperdiciado en películas (o papeles) menores; pero acá se muestra descollante y posiblemente más impresionante que su propio modelo. A ello debe sumarse todo el acabado formal que la acompaña, la caracterización de los personajes que la rodean, la música y el mismo interés –más periodístico que histórico– del episodio que se describe día por día.

Un segundo aspecto –quizás el más interesante– es la mostración de la vida cotidiana de Isabel II. No sólo su conocido mal gusto para vestir, sino su faceta de dama terrateniente que se la pasa recorriendo sus extensos dominios en un jeep mientras el resto de su familia está de cacería, pero –sobre todo– cuando el resto del país (y buena parte del mundo) llora la muerte de la princesa Diana. El distanciamiento físico resalta el infinitamente mayor distanciamiento emocional de la corona con respecto a la sensibilidad del pueblo británico; pero, al mismo tiempo, sugiere también la fascinación que éste finalmente siente por la monarquía. No obstante, la confesión final de la soberana a su primer ministro no es muy diferente al de tantos otros filmes (más importantes) que muestran la notoria incapacidad británica por mostrar los sentimientos (por ejemplo, Lo que queda el día de James Ivory o la maravillosa Shadowlands, de Richard Attenborough; característica que en estos filmes ilustran los personajes interpretados por Anthony Hopkins).

Otro elemento son las formas de ejercicio del poder al interior de la familia real (sensacional detalle el del control de la reina sobre sus perritos), pero también hacia el gobierno y el país (representado por el primer ministro). Un poder que en realidad es bastante limitado, pero con un gran peso simbólico. De allí también el contraste entre la percepción ciudadana y el comportamiento e imagen de la Casa Real frente al episodio que muestra la película. Todo ello narrado con un toque de ironía muchas veces sutil, expresado en los diálogos y situaciones que se presentan con esforzada (aunque imposible) objetividad.

Y en esto consiste básicamente este buen “trago” cinematográfico que representa la obra del director británico Stephen Frears. Pese a lo limitado de su objetivo, esta película ofrece una visión más profunda y relevante de una monarquía y un personaje monárquico, que el extenso divertimento –light, narcisista y nihilista– que nos brinda Sofía Coppola en su María Antonieta.

Ver comentarios

  • No obstante que la película muestra irónicamente el desinterés de la corona por un hecho que le afecta, la muerte de Diana, permite apreciar que si para 1997 el 25% de la población estaba en contra de la monarquía, es porque ésta se ha convertido en una carga y tradición fuera de contexto, al igual que la corona española.
    Con sus entresijos, en la película se observa a un rey o consorte pusilánime, a un primer ministro que después de haber llegado al poder por la mayoria del voto y de convencer y presionar a la reina para que emita declaraciones y hasta autorice que la bandera ondee a media asta, termina "reconociendo" que la monarquía es un "valor" que es necesario mantener.
    Sin caer en sensacionalismos, buena parte de la trama se desarrolla con base en lo publicado por la prensa, y no podía ser de otro modo pues los libros de historia no se han escrito aún, y eso que Blair vaticina que la semana posterior a la muerte de Diana, pasará a la historia como de victoria para la reina, así con minúsculas.
    Por lo menos me permitió confirmar la aversión que siento por las monarquías, sean éstas nobiliarias o políticas, como la de Fidel Castro -quien no sabe aún que ya está muerto- que heredó el puesto a su hermano y cuando realmente desaparezca lo tomará su hijo.

  • Interesante filme de Stephen Frears que, en esta ocasión, vuelve a hablar de un tema que le gusta y apasiona, como son los sentimientos, vida, obra y "milagros" de ciertos estamentos de su país natal, la Gran Bretaña. Pero Frears lo hace abordando una parte de la historia reciente, que afectó tanto a la Monarquía y Parlamento Político, como al pueblo llano: la semana que siguió a la trágica muerte de Lady Di, la ex-esposa de Carlos de Inglaterra, hijo de la Reina.
    Frears toma lo que le interesa, que no es sino el confrontamiento entre el Primer Ministro Tony Blair, recién elegido, y la mismísima Reina de Inglaterra, en un pulso del que, tal y como se nos muestra (seguramente que bastante novelado) no hubo un claro ganador. O mejor dicho: ganaron todos.
    La película tiene como su mayor virtud, tal y como se está diciendo en todos los medios, las interpretaciones, sobre todo a la siempre excelente Helen Mirren, aquí Majestuosa (en el doble sentido del término).
    Por su parte, el desarrollo del argumento es algo irregular, con un primer tercio muy bueno, así como su parte final, y con la parte central (por así decirlo) algo parca en ritmo, y estancada en multitud de finos detalles que pueden resultar tediosos, dependiendo de la atención que se les preste.
    Pero la película alcanza una credibilidad fuera de dudas, gracias a la estimable dirección de Frears, que con ayuda de un sobrio guión, llega a hacernos sonreír varias veces (siempre que sale la esposa de Blair) y conmovernos (quizás contra nuestra voluntad) en tres o cuatro escenas, como son el momento en que Carlos de Inglaterra se sitúa frente al féretro que contiene los restos de su ex-esposa, el encuentro entre la Reina y el gran ciervo a quien todos desean matar (un cierto paralelismo entre los dos seres, últimos, más o menos, de una estirpe que se extingue y a quienes los demás no solamente no comprenden sino que desean su fin), o el momento en que una niña le ofrece unas flores a la Reina. Son momentos de una sencilla pero honda humanidad, que se sitúan vencedoras frente a otras estimables pero más frías y detallistas.
    Buena banda sonora, estupenda fotografía y un montaje logradísimo, como el momento, al comienzo de la película, donde vamos viendo el coche en el que iba Lady Di por las calles de París, poco antes de morir, y las tomas de momentos similares donde, en el pasado, debía huir en coche, a toda prisa, del acosamiento de la prensa.
    En resumidas cuentas, en mi opinión no es una maravillosa película, pues es bastante irregular, pero sí que está realizada de forma bastante honesta, me parece a mí, y contiene muchos estimables detalles de buen cine.

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