Juegos de poder (2007)

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Charlie Wilson’s War
Dir. Mike Nichols | 97 min. | EEUU

Intérpretes: Tom Hanks (Charlie Wilson), Julia Roberts (Joanne Herring), Philip Seymour Hoffman (Gust Avrakotos), Amy Adams (Bonnie Bach), Jud Tylor (Crystal Lee), Hilary Angelo (Kelly), Cyia Batten (Stacey), Kirby Mitchell (Stoned Guy), Ed Regine (Limo Driver), Daniel Eric Gold (Donnelly), Emily Blunt (Jane Liddle), Peter Gerety (Larry Liddle)

Considerada por algunos como una comedia de humor negro y por otros como un enmascaramiento ideológico, este filme de Mike Nichols es más interesante de lo que parece a primera vista, en parte porque utiliza el esquema de una comedia para tratar un tema que no es para nada cómico. El planteamiento argumental no puede ser más clásico, ya que combina personajes con personalidades contradictorias que se juntan contra cualquier pronóstico en busca de un objetivo común que, a veces, no se sabe bien cuál puede ser su más oculta motivación. En efecto, para algunos, Juegos de Poder justifica toda la hipocresía de la política norteamericana, tanto en el plano interior como en el exterior. La película no cuestiona el uso del alcohol y las drogas, ni el sugerido ejercicio de la prostitución en el Congreso estadounidense; ni tampoco la doble faz de los fundamentalistas religiosos, quienes realizan fastuosas bacanales mientras predican contra el comunismo en nombre de Dios (¡y hasta de Alá!).

Considerada por algunos como una comedia de humor negro y por otros como un enmascaramiento ideológico, este filme de Mike Nichols es más interesante de lo que parece a primera vista, en parte porque utiliza el esquema de una comedia para tratar un tema que no es para nada cómico. Basada en un hecho real, narra la forma como un congresista demócrata aficionado a las mujeres, las drogas y el alcohol (Charlie Wilson) se junta con una millonaria religiosa anticomunista pero al mismo tiempo lujuriosa (Joanne Herring) y con un duro agente de la CIA (Gust Avrakotos) para lograr echar a los rusos de Afganistán durante los años 80. Ello mediante una operación de financiamiento clandestino a los rebeldes muhaidines que subió desde los modestos cinco a los mil millones de dólares para fines de entrenamiento y armamento a lo largo de casi una década. Que semejantes personajes no fueran producto de la fantasía sino los protagonistas de esta operación político-militar encubierta a gran escala, obligó al director Mike Nichols a colocar el consabido cartel de “basada en hecho reales” al comienzo mismo del filme. Y no podría ser de otra manera, puesto que el buen guión de Aaron Sorkin está basado en un libro del periodista George Crile, del famoso programa de investigación periodística 60 Minutos.

El planteamiento argumental no puede ser más clásico, ya que combina personajes con personalidades contradictorias que se juntan contra cualquier pronóstico en busca de un objetivo común que, a veces, no se sabe bien cuál puede ser su más oculta motivación. En el caso de Herring y Avrakotos está sumamente claro el asunto, no así en el de Wilson. ¿Qué interés podría tener este liberal y libertino tejano con lo que ocurría allá, por el centro de Asia, con un mundo que ya desde su primera visita demostraba desconocer casi totalmente? Pero en ese misterio está justamente la gracia de esta historia. ¿Cuántas veces no hemos visto a personas disímiles entre sí, que nosotros no hubiéramos imaginado juntas, unirse en pos de un objetivo profesional o personal (amical, sexual y hasta amoroso)? Y, luego, esa experiencia de juntar agua con aceite se traslada a las acciones para crear alianzas entre fuerzas opuestas –ya sea por intereses políticos o económicos– reconocen un enemigo mayor (la Unión Soviética). Y el resultado, sorprendentemente, es una película sumamente entretenida.

Sin embargo, esto no impide que el enfoque marcadamente ideológico del filme se convierta en un arma de doble filo para sus productores. Ello porque, de un lado, da pie a lecturas muy diferentes y, del otro, podría ofrecer una descripción de las formas de funcionamiento de la política como ejercicio de representación.

En efecto, para algunos, Juegos de Poder justifica toda la hipocresía de la política norteamericana, tanto en el plano interior como en el exterior. La película no cuestiona el uso del alcohol y las drogas, ni el sugerido ejercicio de la prostitución en el Congreso estadounidense; ni tampoco la doble faz de los fundamentalistas religiosos, quienes realizan fastuosas bacanales mientras predican contra el comunismo en nombre de Dios (¡y hasta de Alá!). Mientras que en la CIA vemos a mandos medios y bajos, que actúan por convicción, y a los jefes, que se dan la gran vida. Por otro lado, la película oculta el hecho de que en la guerra fría las grandes potencias utilizaban (o creaban) conflictos en algunos países para utilizar a esos pueblos como peones en guerras de baja intensidad. Así, los estadounidenses apostaban inicialmente a que los soviéticos se desangrarían y empantanarían en Afganistán; como ellos mismos lo hicieron en Vietnam. Luego cambiarían esta estrategia, gracias a las iniciativas de ese desconocido congresista, Charlie Wilson. Pero lo asombroso –una especialidad de Hollywood– es dotar a todo esto de un aire épico; primero, contraponiendo el sufrimiento de los afganos con la atrocidad y maldad soviéticas y, luego, resaltando el ingenio de los simpáticos héroes (los protagonistas de esta película) que ayudan a salvar al pueblo afgano de la amenaza roja. En otras palabras, el filme encubre las razones de fondo del conflicto (e incluso las más obvias) y justifica la corrupción del poder.

Un ejemplo de este enfoque lo ofrece Juan Pablo Bondi: “Nichols ensalza, cual Leni Riefensthal, la figura de Wilson como un simpático político que trata de ayudar a los pobres afganos, cuando en realidad apoyó la dictadura del corrupto Somoza en Nicaragua y proveyó entrenamiento a miembros del grupo terrorista Jihad. La consecuencia del retiro de dinero de Afganistán creó la situación actual en la que está sumergido el mundo hoy: guerras y terrorismo islámico. La película trata con tono de comedia la guerra, el uso de drogas por parte de Wilson, su predilección por las mujeres fáciles, la utilización de fondos ilegales para la compra de armas, etc.”

Por cierto, el filme busca cubrirse las espaldas con el vano intento por parte de Wilson de –tras la retirada soviética– proveer fondos para construir escuelas. El protagonista del filme dirá que justo cuando Estados Unidos apoya a un pueblo vencedor del comunismo, entonces lo “abandona”. Comentario (nuevamente) de doble filo, ya que por un lado busca satisfacer la “buena consciencia” de los demócratas norteamericanos y, por el otro, sugerir que el desarrollo de los pueblos depende de la presencia estadounidense; así sea bajo un enfoque desarrollista.

Hay, sin embargo, una lectura diferente del contenido ideológico del filme. Martina Hirsch, por ejemplo, sostiene que “…el aporte bélico norteamericano a los muhaidines afganos para que estos derrotaran al otrora invencible ejército soviético tiene todos los elementos de una sátira absurda, de una biopic delirante, de un melodrama desgarrador y de una clase magistral de geopolítica internacional (los norteamericanos terminaron entrenando y armando a quienes luego serían el Mal personificado en Al Qaeda)”. Aunque no me queda claro del todo la parte del “melodrama desgarrador”, esta comentarista presenta Juego de Poder como una sátira política y, en esa misma línea, Diego Batlle la califica como “La comedia más ácida y negra que pueda imaginarse dentro del Hollywood contemporáneo”.

En realidad la película no dice en ningún momento que a partir de esta vasta operación encubierta, los norteamericanos alimentarían a quienes luego se convertirían en el régimen islámico más fundamentalista (los tabilanes) y el grupo terrorista hoy más buscado por los yanquis (Al Qaeda). Y, de hecho, los comentarios de Tom Hanks sobre Charlie Wilson (como los de Nichols) no son para nada satíricos. Por el contrario, el actor no sólo lo alaba y enaltece, sino que rechaza que su personaje haya tenido responsabilidad en los efectos posteriores a sus acciones; es decir, que estos miles de millones de dólares invertidos en “la guerra de Charlie Wilson”, les estallaría en la cara a los estadounidenses el 11 de septiembre de 2001. Por su parte, Nichols explica claramente su punto de vista al respecto: “No se suponía que tenían armas de destrucción masiva, se sabía. La crisis de los misiles cubanos fue aterradora porque los rusos podían atacarnos. Como dijo Charlie, todo eso pasó de verdad, y ahora es difícil entender que el malo era Rusia. Todo el mundo les temía”. Por tanto, desde este punto de vista, el supuesto “ácido humor negro” está un poco fuera del filme y la “sátira” es quizás también involuntaria; ya que su objetivo ideológico es bastante evidente.

Dicho lo anterior, es posible también enunciar una tercera interpretación del contenido ideológico de la película. Según esta, las personas son contradictorias; es decir, sus creencias y personalidad están determinadas por circunstancias contrapuestas que han vivido y en las que se han socializado. El resultado es la convivencia de creencias opuestas en una misma persona, lo cual es coherente para ella pero, eventualmente, incoherente para los demás. Lo cual explicaría las personalidades políticas de Charlie Wilson y de Joanne Herring, y un poco menos la de Avrakotos. En Perú tenemos el caso de Javier Valle Riestra, un político que fantasea con los gestos heroicos de guerrilleros e insurgentes armados (y que, como abogado, los defiende), pero que al mismo tiempo fue primer ministro de Alberto Fujimori (cuyo gobierno los capturó y hasta asesinó); y lo sorprendente es que pese a esas (y otras) incongruencias, el citado personaje mantiene un considerable apoyo electoral.

Lo anterior nos ofrece una visión más realista de la política y justifica el componente de representación que acompaña este quehacer. Dicho en otras palabras, siendo los políticos muchas veces inconsecuentes, incongruentes y contradictorios; deben, sin embargo, mostrar una performance coherente, convincente y hasta seductora. Justamente en cómo hacerlo consistiría el “arte” de la política, muy cercano entonces a lo que los franceses llaman “ciencias del espectáculo”. Este enfoque, además, resignifica en un sentido positivo la lectura inicial y corrige las debilidades de la segunda interpretación, al colocar el recurso a la ironía en un ámbito de relaciones humanas más complejo. Todo ello sin dejar de constituir una disquisición tan polémica y debatible como las dos anteriores.

Pero volviendo al protagonista de este filme, es evidente que el personaje encaja con este enfoque un tanto inusual de la política y los políticos. Sin embargo, para tener la imagen completa de este personaje hay que referirse a lo que sí es, fuera de dudas, un interesante aporte de esta película: el retrato del lobbista. Lo que la legislación peruana ha reconocido recién hace algunos años como “gestión de intereses” es, en Estados Unidos, un instrumento de política altamente desarrollado; y Juegos de Poder lo muestra con cierto detalle. Se le puede definir grosso modo como el logro de objetivos políticos en beneficio de determinados intereses sociales, económicos o institucionales, mediante el convencimiento directo de las personas con real poder de decisión sobre los temas en cuestión. Esta película describe, en tal sentido, cómo fuerzas políticas ultraconservadoras se juntan a un congresista demócrata para lograr financiar a largo plazo y de manera encubierta a guerrilleros afganos que enfrentaron la ocupación de su país por el ejército soviético en los años 80. En ese contexto, vemos, en primer lugar, que el lobby es un trabajo de equipo, que reúne a operadores confiables y eficientes por sus destrezas, relaciones y contactos en diversas áreas de decisión e influencia. Se trata de una alianza contradictoria, posible únicamente por la polarización existente en la guerra fría; pero también porque une tanto convicciones imperialistas (Wilson, Avrakotos) y religiosas (Henning) como el gusto por la buena vida (sexo, alcohol, drogas, fiestas). En segundo lugar, para dedicarse al lobbying es preferible no tener (demasiada) figuración pública. Así, Charlie es un poco conocido parlamentario tejano, la mayoría de cuyos electores posiblemente desconocían siquiera el nombre del Estado vecino, mucho menos la ubicación de Asia o el oriente. Joanne, por su parte, era una millonaria con un ámbito de acción restringido a los grupos religiosos, pero con contactos claves en el Congreso; mientras que Gust pertenecía a los rangos inferiores de la CIA, pero tenía la convicción, cualidades y nexos internos para dar sentido estratégico y realizar las operaciones en el exterior.

Los perfiles de nuestros personajes nos conducen a una tercera característica del lobby: la acción encubierta. Es decir, que los objetivos se consiguen más eficientemente trabajando tras bambalinas. Lo cual muchas veces es interpretado –correctamente– como la compra apenas encubierta de congresistas para influir, mantener o dar determinadas leyes en beneficio de grupos de poder económicos. Sin embargo, el mecanismo también puede ser guiado por intereses meramente ideológicos, como lo muestra esta película; y más que una fuente de corrupción, el lobby puede funcionar como un mecanismo de intercambio de favores políticos (el toma y daca, pero también este intercambio puede ser usado para sacar adelante normas necesarias y beneficiosas para una sociedad). En ese sentido, Charlie Wilson tenía una cualidad de oro: había hecho muchos favores a personajes claves pero nunca había pedido nada a cambio. Esto le permitía, ante un interés nacional específico, conseguir con mayor facilidad el convencimiento y los respaldos necesarios para ir incrementando exponencialmente el presupuesto para una acción militar encubierta a gran escala.


Por otra parte, este esquema de intereses contradictorios unidos por un fin (ideológico) superior, es replicado por Wilson y Avrakotos en el aparentemente imposible encadenamiento de operadores árabes conservadores y judíos (ambos archienemigos mutuos) junto al presidente paquistaní Zia Ul-Haq, para construir un poder militar eficaz contra la entonces URSS en esa remota región del planeta. En quinto lugar, tenemos el lobby como una extensión de las relaciones públicas, a través del desarrollo constante de contactos al interior de las instituciones de poder y los medios. Para esto se requiere averiguar aquellos aspectos, actividades o creencias de los personajes a los que se quiere influenciar y satisfacerles tales gustos o intereses. Algunos son convencidos por sus creencias, otros, por sus placeres; los más difíciles, por un complejo manejo de circunstancias personales, políticas y culturales. Aquí vemos en acción tanto a Charlie como a Joanne, proveyendo (con apoyo de Gust) los insumos necesarios para suplir esas necesidades, desde odaliscas hasta armas.

Como vemos, Juegos de Poder es una película mucho más interesante de lo que parece, al ofrecer múltiples y polémicas lecturas en el plano político e ideológico; así como un eficaz y peculiar planteamiento dramático. En todo caso, ofrece un ejemplo ilustrativo del lobbismo en la política yanqui. No obstante, es posible hallarle algunos defectos. Desde el punto de vista político, el filme no menciona que toda esta vasta operación sólo podía funcionar bajo la orientación general que imprimía a la política exterior de aquella época el gobierno de Ronald Reagan. Esto pudo ser introducido de múltiples formas (así fuera de pasada) para tener un cuadro más completo de la situación y sin afectar para nada el desarrollo de la trama. Por otra parte, comparto el juicio de Martina Hirsch, según el cual “No estamos –queda claro– ante una película perfecta y redonda… Es un film irregular, con desniveles (las escenas bélicas son malas), incluso algo caótico….”.

Esta entrada fue modificada por última vez en 9 de abril de 2008 17:30

Ver comentarios

  • mi comentario
    alprincipioestubo muy abuuurida pero luego me gusto y todo lo demas estubo bueno
    att.
    luis raul

  • Me resistía soberanamente a creer que estuvieran hablando en serio. Pero sí, no era chiste. Charlie Wilson´s War es una horrorosa -una más- apología a lo buenos (!) que son los queridos estadounidenses. Desastrosa película cuyo mensaje (?) sepulta lo poco o nada que le sumaba los rodajes en tierras lejanas y el lujo propio de hollywood. Ahora entiendo que hacía el ubicuo Hanks transmitiendo su enlace desde Irak con las bienintencionadas tropas de EE.UU para los Oscar de éste año.
    Oh! gracias al cine norteamericano podemos ver lo que pasa en Afganistan! Que impactante!, pero si el cine iraní es un chancay de veinte!!!
    Hasta cuando nos mandarán el mensaje [comunista diabolico - eeuu angelical] ??

  • Buenos días, señor Beteta.
    Considero a "Juegos de poder" uno de los peores estrenos de la cartelera del presente año. En primer lugar, los personajes son extremadamente inverosímiles, caricaturescos y rídiculos. Asimismo, aquel humor negro que usted menciona son bromas manidas, trilladas, oídas miles de veces, por lo tanto, ya no causan gracia y demuestran la falta de creatividad de los guionistas. Finalmente, considero que la cinta pretendió aleccionarnos. Intencionalmente exhiben a los soviéticos comunistas como seres insensibles que provocan muerte y dolor; son los nefarios de la película, en cambio, los estadounidenses, son los Mesías de la democracia e igualdad. Por ejemplo, mientras bombardean un pequeño poblado, los pilotos de helicópteros, soviéticos ellos, hablan de temas banales, por el contrario, el senador derrochador está a punto de sollozar cuando visualiza la probeza de un país islámico.
    Una película doctrinaria.

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