Una mirada antropológica al (otro) cine peruano


Sin sentimiento de Jesús Contreras

«Sin sentimiento», de Jesús Contreras

El último fin de semana, El Dominical de El Comercio ha publicado un especial dedicado a las industrias culturales, un tema al que se le dedica poco tiempo en el debate público por parte del Estado, la prensa y la sociedad civil en general. El cine aparece en este dossier, a través de una sus «corrientes» menos difundidas institucionalmente, el cine regional, o andino, o profundo, como lo llama Tito Castro, autor del artículo. Cine al que da lectura desde su formación de antropólogo.

Más allá de los valores (y baches) estéticos que esta industria audiovisual con más de 10 años de historia y una producción de más de 50 películas, Castro encuentra en estos filmes elementos de «receta» tanto como de «documento», y se explica:

Si bien articulan sus historias sobre pautas narrativas clásicas del cine -pueblos abandonados, romances prohibidos, el forastero que llega a romper el orden interno, etc.- por lo general recogen también problemas sociales en la zona, así como tradiciones y creencias que viven ancestralmente en su cultura.

Tal es el caso de los ya reconocidos ayacuchanos Palito Ortega y Melinton Eusebio, con sus sagas del archifamoso Jarjacha -demonio icónico en las tradiciones andinas-, que exponen el horror del más allá junto a denuncias de crisis social y moral en las comunidades de su región; o más recientemente, del puneño Henry Vallejo, quien hace patente la corrupción institucional y el mercado negro reinante en el altiplano en medio de un animado relato de acción que incluye a un chamán y una lectura de hojas de coca, a las que se suman trepidantes carreras y persecuciones motorizadas.

El Misterio del KharisiriAsí, cintas como El Misterio del Kharisiri (a la izquierda), El Abigeo, Dios tarda pero no olvida o los interminables Jarjachas se convierten una suerte de manifiesto de las costumbres, tradiciones y recuerdos de las regiones andinas, a las que generalmente se les ha negado «el discurso» desde la oficialidad. En buena cuenta, terminan siendo una forma de resistencia cultural ante el avasallante sistema hollywoodense y su ideario gringo, tal como lo reconoce Isaac León en la revista Ideele, que se cita en el artículo.

En las películas de temática campesina anteriores [de la Escuela del Cusco,] el realizador se pone por encima del mundo; en cambio, en este cine provinciano el realizador forma parte del mundo que filma. A su manera, es un cine de resistencia cultural; aunque no consciente, hay una defensa cultural que resulta muy valiosa más allá de los cuestionamientos estéticos que uno pueda hacer.

Pero, mientras algunos críticos destacan el valor extracinematográfico de este cine, otros -como Alberto Servat– no dejan de desconfiar por su poco elaborada factura:

Una cámara en un niño, un provinciano o un capitalino desarrolla la posibilidad de que cada quien pueda hacer sus propias películas; de ahí el mal resultado técnico, porque se hacen con elementos muy primarios. Y esta masividad puede bajar el nivel de la exigencia del público, porque el público se deja contentar con cosas fáciles.

Ciertamente, el tema está abierto al debate desde muchos ángulos, siendo el primero la calidad técnica. Pero lo que no se puede negar es el éxito de taquilla de estas películas en sus propias regiones, en las que gracias a las tecnologías digitales han logrado configurar un circuito autogestionado y autosostenible, en el que la exhibición digital y distribución alternativa juegan un rol preponderante. Lo que ha permitido que directores como Héctor Marreros o Palito Ortega cuenten con casi una decena de películas en su filmografía, estadística más que envidiable para muchos realizadores limeños.

DVD El HuerfanitoCastro, para finalizar, equipara las condiciones de nuestra incipiente industria audiovisual paralela con la movida fílmica de Nigeria, la Nollywood africana, y se pregunta si no podriamos alcanzar esas mismas perspectivas, exportando estas cintas boyantes de tradición y cultura peruana.

¿Qué tan importante es la copia y distribución pirata del cine local para la creación de las mencionadas esferas públicas alternativas en el Perú? ¿Se deben reprimir, o por el contrario, buscar alinear a la ley, por medio de políticas complementarias que institucionalicen su funcionamiento? El debate es largo y agotador, y no se debe quedar solo en si es perjudicial para la propiedad intelectual y los impuestos al Estado, o si ayuda a la constitución de «bolsones» de resistencia cultural que equilibre el poder de las transnacionales.

Esa es una discusión que debe darse en niveles normativos o burocráticos. En lo cualitativo, y sobre todo, lo político, pensemos que gracias al video cine socialmente significativo, muchos de nuestros colectivos ciudadanos están gozando de canales de expresión e identificación que de otro modo no podrían tener. Y ello basta y sobra para celebrar su existencia y promover mejores condiciones para su producción y consumo.

Es una tarea pendiente para el Estado, como para todos los entes vinculados al quehacer cinematográfico. Autoridades, entendidos y públicos que no deberían leer el cine, o cualquier otra expresión cultural, solamente desde sus posibilidades económicas en los circuitos más convencionales -y bajo el estándar audiovisual impuesto por EE.UU. 35mm y dolby surround-, sino también por sus valores extrafílmicos: sus contenidos y sus capacidades de inclusión. Como para pensar y seguir la discusión.

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2 respuestas

  1. […] la línea de Jarjachas, Kharisiris, Chullachaquis, ánimas y demás seres de las tradiciones andinas llevadas a la […]

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