“Las nieves del Kilimanjaro” de Robert Guédiguian, roles, dilemas y principios


¿Recuerdan Marius et Jeannette, hermosa película sobre la clase trabajadora a fines de los años 90? El realizador francés de origen germano–armenio, Robert Guédiguian continuó desarrollando una exitosa carrera, con cerca de 30 títulos como productor, entre autorías propias y ajenas, y 17 largometrajes dirigidos. El más reciente, Las nieves del Kilimanjaro (2011), de notable nivel y sin relación con la obra homónima de Ernest Hemingway, se vio en Lima en el 25° Festival de Cine Europeo.

Las nieves del Kilimanjaro Ariane Ascaride Jean–Pierre Darroussin

Un matrimonio maduro, Marie–Claire (Ariane Ascaride) y Michel (Jean–Pierre Darroussin), pese a que éste último más o menos voluntariamente forma parte de una veintena de recientes despedidos de su centro de trabajo, en el que además era representante sindical, goza de ciertas comodidades como cosecha de una larga y honesta labor, durante la cual la dupla ha sido fiel a sus convicciones de cuestionamiento y lucha. Básicamente, es gente de origen modesto que siempre ha sido de izquierda y que ahora, por su nivel socioeconómico, puede pasar, tal como la pareja misma lo conversa en una escena, por «pequeña burguesía», con todo lo que conlleva ese término en un entorno de fuerte carga ideológica.

Son felices, y lo comparten en su aniversario de boda con sus familiares más cercanos y los ex compañeros de Michel que salieron junto con él. El regalo más llamativo es un gran viaje a Arusha, África. Todo es sonrisa, hasta que Guédiguian la ensombrece con una dosis de codicia y odio de clase. Un violento asalto a domicilio los expone, al lado de la hermana de Marie–Claire, Denise (Marilyne Canto), y su esposo Raoul (Gérard Meylan), a una seria crisis personal. Primero los invade la indefensión, la pena y la indignación, pero luego se sumen en el desconcierto, porque no entienden que gente proletaria, con algún grado de familiaridad incluso, pudiera albergar sentimientos tan oscuros contra ellos.

Guédiguian aborda temas aparentemente pesados, difíciles de procesar en la narrativa, con una fluidez impecable. Debate interno, íntimo, individual, conyugal y familiar, sobre el contraste entre lo conseguido en el marco de ciertas «reglas» y las penurias de una joven generación descreída, egoísta y recelosa del valor de la colectividad. Fricción entre la sensibilidad social y el legítimo clamor de justicia en un contexto de agresión criminal. Preocupación por el futuro, expresado en los niños desamparados que Marie–Claire y Michel adoptan en paralelo. ¿Y cómo se desarrolla la trama en tantas direcciones sin perder la brújula? Asumiendo esas preocupaciones como parte intrínseca de las vidas de los protagonistas. De este modo, los personajes nunca pierden naturalidad, y todas sus acciones buscan, y encuentran, aun en la reserva y el secreto, coherencia en la conservación de la racionalidad y el amor al prójimo. Todo en un marco de familiaridad, pues una vez más el autor rueda en la ciudad de Marsella, en su barrio de infancia, L’Estaque, rodeado de Ascaride –esposa y principal colaboradora–, Darroussin y Meylan, intérpretes habituales desde hace décadas en su filmografía.

En la visión de Guédiguian quien delinque, por más que purgue pena por ley, es una víctima estructural, alguien echado a perder por no afrontar debidamente las contradicciones sociales. Surge del mismo espacio físico y vivencial de «la gente de bien» –que también contiene sombras que se remontan a la lejana juventud–, dispara contra ésta y subraya su marginalidad en un encierro que no será muy largo y que podría devolverlo rehabilitado. Mientras que su ámbito es amparado y cubierto para evitar el contagio de su ejemplo. Más allá de la mayor cobertura de Marie–Claire y Michel en el guión, el personaje clave de la historia es Christophe (Grégoire Leprince-Ringuet), quien pasa desapercibido en el tumulto, luego encubierto por un pasamontañas y finalmente expuesto a la reprobación y la punición. Es el epicentro y desencadenante del conflicto, que en películas más convencionales tendría simplemente la función del malvado genérico, pero aquí cuenta con motivaciones y provoca profundas repercusiones en los demás.

Las nieves del Kilimanjaro, de Robert Guediguian.

Una respuesta

  1. Avatar de Adalberto

    Es cierto que el ladrón Christophe es un personaje clave cuando aparece tan violentamente, no solo porque desencadena el conflicto sino porque le da un giro a la historia y al resto de personajes. La película se «ensombrece», cambia de clima y de punto de vista. Y hay también todo un cuestionamiento social.

    Por alli se escucha una canción de Joe Cocker.

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