BAFICI 2014: «Planta Madre», la selva fría

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En una sala llena he asistido a la segunda proyección de Planta Madre en el BAFICI. Al terminar los comentarios no han sido buenos. Debo coincidir.

'Planta Madre', de Gianfranco Quattrini.

La segunda película de Gianfranco Quattrini se sostiene a grandes rasgos sobre dos tiempos narrativos alternados que cubren la historia del protagonista, un músico retirado en los finales de sus 50’s que viaja a la selva en busca del recuerdo de su hermano, y otra del tiempo en el que éste tocaba con su banda, vivía con su hermano y madura la tragedia que lo llevará al viaje décadas después. Hasta ahí es una película auspiciosa, entretenida. A Quattrini le precedía una película de éxito regular, Chicha tu madre, construida con cierta delicadeza, y para ésta se esperaba un proyecto de mayor riesgo, y así lo parece: locaciones en el Amazonas, reparto mixto en nacionalidades, algunos actores conocidos en el Perú, coproducción de tres países, psicodelia, ayahuasca.

Pero el cóctel es materia de entendidos, curtidos, los recursos no pueden desbordar unos a otros, y más allá de eso, no puede ser un shambar de lunes servido frío y con frialdad. El problema más recurrente de este protobarroquismo está en el tono. Las actuaciones funcionan en registros que persiguen una connotación muy disímil de un papel a otro. El protagonista anda refunfuñando circunspecto con sus demonios, frente a él Manolo Rojas haciendo algún personaje de Risas y Salsa, o unos hippies porteños salidos de un capitulo de Capusotto se ven, al menos, desencajados. Alguno podría decir que esta es una película comercial y de género (una cuyo norte apunta al consumo de una de las drogas más poderosas que se hace y consume en el Perú, para quienes crean que estos rasgos tendrían que acercarla a un terreno reaccionario) y que el tono no tendría porqué ser serio o acaso realista. Concedamos entonces que en ese panorama solo habría un personaje –el protagonista en su madurez– que se pierde en la propuesta, pero entonces queda la enorme interrogante sobre cuántos géneros ha querido cruzar el director, y acá algo más: late la gran mentira o enorme error de sostener que el uso de un elemento formal, de varios, o de todos, dan la validez al armado de un género o de géneros. Como decir que un chiste será gracioso con solo contarlo.

En la duda por cómo resolver se adivina que Quattrini ha entrado en el mundo de las frases hechas, del gag. Los colombianos dicen «te mando la moto», los loretanos repiten diminutivos, las porteñas son todas rubias, las amazónicas solo usan ropa que adolece de tela, así como que para resolver una subjetiva del consumo de drogas varia la reverb y aumenta los brillos del decorado, o edita usando montaje alterno. Una última muestra concreta de la premura con que se ha resuelto la película es cuán atada está su narración al uso de música extradiegética empática. Uno podría solo escuchar la música y saber en qué anda la historia. Ha sido el hilo, gruesísimo, que se ha usado para terminar el acabado de un ropaje hecho de girones multicolores, de diferentes texturas, peso y trama. Ni Dengue, dengue, dengue encuentra su lugar.

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