«Ciudadano Kane, el gigante frágil»: Orson Welles, por François Truffaut

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En el libro Las películas de mi vida, apasionante antología de críticas y artículos escritos por François Truffaut, el realizador francés dedicó más de un texto a Orson Welles, y cuenta cómo su cine marcó a su generación e influyó en su vocación de cineasta. De aquel libro, citamos extractos de uno de esos extensos artículos, fechado en 1967.

François Truffaut con Orson Welles en el Festival de Cannes 1966.

Ciudadano Kane, el gigante frágil

El estreno de Ciudadano Kane en París, a primeros de junio de 1946, fue un acontecimiento extraordinario para los aficionados al cine de nuestra generación. Después de la Liberación, descubríamos el cine americano e íbamos quemando uno tras otro a los realizadores franceses que habíamos admirado durante la guerra. Más fuerte todavía era nuestro desencanto por los actores franceses y nuestra progresiva afición por los americanos (…)

Una opción tan radical se explica porque las revistas de cine, y en especial L’Ecran Français, se entregaban sin paliativos a un anti-americanismo que nos sublevaba. Durante la ocupación, el cine alemán fue muy mediocre, y están prohibido el anglosajón, el cine francés había prosperado mucho. Las películas francesas se amortizaban con la sola explotación en nuestro país y las salas estaban a menudo llenas a rebosar. Después de la Liberación, los acuerdos políticos “Blum-Brynes” autorizaron un inmenso lote de películas americanas para nuestras pantallas. No resultaba raro ver por las calles de París manifestaciones de directores y actores reclamando una disminución del número de filmes americanos importados.

Quizás por afición a lo extranjero, o por afán de novedades, o por romanticismo o ciertamente por espíritu de contradicción y amor por lo vivo, decidimos que nos iba a gustar cualquier cosa que procediera de Hollywood. En este ambiente propio del año 46, nos enteramos que existía Orson Welles. Pienso que loe extravagante de su nombre contribuyó a fascinarnos –a los franceses Orson les suena parecido a osezno (ourson)– y nos enteramos al mismo tiempo de que este osezno de treinta años había rodado Ciudadano Kane a los veintiséis, la misma edad que tenía Eisenstein cuando hizo El acorazado Potemkin.

Un artículo de Jean-Paul Sartre que había visto la película en Estados Unidos preparó el terreno, y las críticas francesas fueron unánimemente elogiosas. Pero algunos se armaron un lío a la hora de resumir el argumento, hasta el punto de contradecirse unos y otros a propósito del significado dado a la palabra Rosebud. Algunos afirmaban que era el nombre de la bola de cristal que contenía los copos de nieve que Kane deja caer de su mano antes de morir. Denis Marion y André Bazin orientaron correctamente la investigación periodística y solicitaron de la RKO, distribuidora de la película, que añadiera un subtítulo (“Rosebud”) en el momento exacto en que el trineo infantil es devorado por las llamas. (…)

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Ciudadano Kane, que no existe como tal si no es en versión original, nos desintoxicó de nuestro hollywoodismo fanático y nos convirtió en cinéfilos exigentes. Esta película es, sin duda, la que más vocaciones cinematográficas ha suscitado en todo el mundo. Y resulta curioso porque siempre se ha dicho y con razón que la labor de Welles era inimitable y porque además la influencia que ha ejercido ha sido, por lo general, indirecta y subterránea, excepto en algunos casos en que es más clara, por ejemplo, en La condesa descalza de Mankiewicz, Les mauvaises rencontres de Astruc, Lola Montes de Max Ophüls y en Ocho y medio de Fellini. Las películas producidas en Hollywood, a las que me refería antes y que nos gustaban tanto, nos encantaban pero nos parecían inalcanzables: podíamos ver y volver a ver The big sleep, Notorius, Lady Eve, Scarlett Street, pero no favorecían la idea de que nosotros podríamos un día hacer cine.

Lo único que sacábamos en claro es que si el cine fuera un país, Hollywood sería sin lugar a dudas su capital. Por eso quizás, por su doble aspecto de pro-Hollywood y de anti-Hollywood, Ciudadano Kane nos llamó tanto la atención. Y quizás también por su insolente juventud, por la mentalidad europea de Orson Welles que se traslucía claramente. Pienso yo que la causa de que Welles tenga una visión anti maniquea del mundo, de que haya conseguido borrar y emborronar a su gusto la noción de protagonista y la de bueno y malo, se debe, más que a sus viajes por el extranjero, al conocimiento precoz e intenso de Shakespeare. (…)

El talento de Orson Welles nos parecía más próximo a nosotros que el talento de los directores americanos tradicionales a causa de su juventud y su romanticismo. (…) Nos gustó esta película totalmente porque era una película total: sicológica, social, poética, dramática, cómica, barroca. Ciudadano Kane es, al mismo tiempo, una demostración de la voluntad de poder y una ridiculización de esa voluntad de poder, un himno a la juventud y una meditación sobre la vejez, un ensayo sobre la vanidad de todas las ambiciones humanas y un poema sobre la decrepitud, y en el trasfondo de todo eso, una reflexión sobre la soledad de los seres excepcionales, genios o monstruos, monstruosamente geniales. Ciudadano Kane es, a la vez, una primera película por su aire experimental de querer «meterlo todo» y una película-testamento por su visión global del mundo. (…)

Al volver a ver ahora Ciudadano Kane, me doy cuenta de que me lo sabía de memoria, pero no como se conoce una película sino como se recuerda un disco. No estaba seguro de qué imagen iba a venir a continuación, pero estaba seguro del sonido que iba oírse, del timbre de voz del personaje que iba a hablar, del encadenado musical que facilitaba la transición a la escena siguiente. Antes de Ciudadano Kane nadie en Hollywood sabía utilizar bien la música en las películas. Desde este punto de vista, Ciudadano Kane viene a ser la primera –y la única– película radiofónica. En el trasfondo de cada secuencia, hay una idea sonora que le da tono: la lluvia en la claraboya del cabaret El Rancho cuando el investigador visita a la cantante fracasada que malvive en Atlantic City, los ecos sobre los mármoles de la biblioteca Thatcher, las voces que se superponen sistemáticamente en todas las escenas con varios personajes, etc. Muchos cineastas saben que deben seguir el consejo de Auguste Renoir: llenar la imagen cueste lo que cueste. Pero Welles es uno de los pocos que ha comprendido que hay que llenar la banda sonora cueste lo que cueste. (…)

La historia avanza como si fuera un reportaje periodístico, y teniendo en cuenta los aspectos visuales de la película casi podríamos decir que más se trata de confeccionar y maquetar una plana que de una “puesta de escena” cinematográfica. Una cuarta parte de los planos están realizados por medio de trucos, y por eso, casi se trata de una película de “animación” a causa de la manipulación efectuada con el celuloide ¿Cuántos planos basados en la profundidad de campo –empezando por el del vaso con veneno en la alcoba de Susan– están conseguidos mediante el trucaje de “cache contra-cache”, que es el equivalente cinematográfico del fotomontaje de los periódicos sensacionalistas? Desde esta perspectiva, Ciudadano Kane es un film lleno de manipulación en contraste con el siguiente Los magníficos Ambersons, film romántico que parece realizado en función de su oposición constante y deliberada: secuencias largas, primacía del actor sobre la cámara, dilatación del tiempo real, etc.

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En Los magníficos Ambersons se utilizan menos de 200 planos para contar una historia que dura unos veinticinco años (en contraste con los 562 de Ciudadano Kane). Como si este segundo film hubiera sido realizado por otro cineasta que destetara al primero y quisiera darle una lección de modestia. Orson Welles, que es simultáneamente un gran artista y un gran crítico, es un cineasta que remonta el vuelo con facilidad pero que juzga severamente sus experimentos aéreos. De ahí la importancia siempre creciente del trabajo realizado por él en la mesa de montaje con respecto a sus últimas películas. Algunas de estas dan la impresión de haber sido rodadas por un exhibicionista y montadas por un censor. (…)

Al volver a ver ahora Ciudadano Kane, hacemos otro descubrimiento: esta película parece una locura de lujo y de coste, y sin embargo, está hecha con retales y descartes literalmente pegoteados. No hay apenas figuración sino muchos planos de conjunto. Hay grandes mansiones, pero muchos muros trucados y, sobre todo, infinidad de “insertos” (primerísimos planos de campanillas, de timbales, páginas de periódicos, adornos, fotos, maquetas) y cantidad de fundidos encadenados. La verdad es que no es una producción pobre, pero sí, ciertamente, modesta, y que si parece suntuosa y lujosa, se debe al prodigioso trabajo realizado en la sala de montaje y en la grabación, que ha conseguido valorar todos y cada uno de sus elementos, se debe, sobre todo, al extraordinario refuerzo que supone por la imagen una banda sonora que es la más creadora de la historia del cine.

Cuando era un cinéfilo adolescente y vi Ciudadano Kane, el personaje central del film me llenaba de admiración. Me parecía que era un hombre importante y famoso. Mezclaba en la misma idolatría a Orson Welles y Charles Foster Kane. Pensaba que la película alababa la ambición y el poder. Después, al ver muchas veces la película, convertido ya en crítico de cine y por tanto acostumbrado a analizar mis gustos, descubrí el aspecto crítico, la carga de denuncia de Ciudadano Kane. Me di cuenta de que el personaje con el que había que estar de acuerdo era Jedediah Leland (interpretado por Joseph Cotten). Comprendí que la película mostraba el lado ridículo del éxito social. Ahora que soy director de cine y vuelvo a ver quizás por trigésima vez Ciudadano Kane, lo que más me impresiona es su ambivalencia como cuento de hadas y fábula moral.

No me atrevo a decir que la obra de Welles es puritana, porque desconozco cómo puede entenderse esta palabra en América, pero siempre me ha sorprendido por su castidad. El derrumbamiento de Kane está provocado por un escándalo sexual: «Candidate Kane found in love nest with “singer”», y sin embargo, hemos visto claramente que las relaciones Kane-Susan son paterno filiales, de protección de la chica. Esta unión –por llamarse de alguna manera– tiene que ver precisamente con la infancia de Kane y con su idea de la familia, pues cuando encuentra a Susan en la acera vuelve de un viaje familiar, vuelve de ver los muebles de sus padres apilados en un almacén, entre los cuales estaba probablemente el trineo Rosebud. Ella sale de una farmacia y tiene la mano en la mejilla porque le duelen las muelas. A él un coche acaba de ponerle perdido el traje con sus salpicaduras. Fijémonos en que, un poco después, Kane va a pronunciar dos veces la palabra Rosebud, al morir y antes, en otra ocasión, cuando Susan le abandona. Rompe todos los muebles de su habitación. La escena es bien conocida, pero ¿se han fijado que la cólera de Kane se amansa cuando coge la bola de cristal? En consecuencia, está claro que Rosebud, ya anteriormente unido a la separación de su madre, lo estará también desde entonces al abandono de Susan. Hay separaciones que equivalen a la muerte.

Existe ya en Ciudadano Kane una cosmovisión a la vez personal, generosa y noble que se expresará todavía más claramente en el resto de la obra de Orson Welles. No hay nada vulgar, nada ruin en esta película, por otra parte, satírica, impregnada de una moral inventada y creadora, antiburguesa, una moral del comportamiento, con cosas que hay que hacer y cosas que no hay que hacer.

El denominador común a todos los filmes de Welles es el liberalismo, la afirmación de que el conservadurismo es un error. Los frágiles gigantes que ocupan el centro de sus fábulas crueles descubren que no pueden conservar nada, ni la juventud, ni el poder ni el amor. Charles Foster Kane, George Minafer Amberson, Michel OʼHara, Gregory Arkadin llegan a comprender que la vida está hecha de dolorosos desgarrones.

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