Taquilla de cine peruano: El 2019 tuvo la peor asistencia en 7 años


Desde aquel despampanante 2013, donde ¡Asu Mare! catapultó a la taquilla de cine peruano hacia alturas inimaginables, el crecimiento de nuestra asistencia a películas nacionales había gozado de buena salud. Durante 5 años obtuvimos cifras millonarias y una curva de crecimiento esperanzadora que permitía mantener la expectativa de que esta bonanza conlleve a la formación de una industria de cine peruano estable y capaz de mantener sus millonarios volúmenes de espectadores.

Sin embargo, junto a estos optimistas deseos convivía siempre el fantasma de la fatalidad, pues nuestro crecimiento espontáneo y masivo en taquilla nacional no solo representaba una súbita bonanza, sino también la existencia de una burbuja alrededor de ella, capaz de estallar en cualquier momento y desaparecer todo nuestro éxito con la misma velocidad con la que surgió. Año a año merodeaba la temible posibilidad de que llegara el fatal pinchazo, el cual eludimos durante 5 años hasta la llegada del 2019.

El año del pinchazo

El 2019 cargará con la pesada cruz de ser el año del pinchazo. Sus 2.6 millones de espectadores representan no solo un declive cataclísmico frente a su predecesor (el 2018 fue nada menos que el año más taquillero de la historia de nuestro cine, con casi 7 millones de espectadores), sino también el registro más bajo de taquilla nacional en los últimos 7 años. Con estas cifras, pareciera que el tan temido fin de la bonanza ha llegado y que de aquí en adelante nos espera la pendiente que se llevará consigo las asistencias millonarias y gran cantidad de estrenos peruanos, junto a cualquier posibilidad de formar una industria cinematográfica local.

Para validar si aquellos presagios son reales o mero alarmismo, es importante observar la naturaleza de las cifras del año 2019. Antes de sumirnos en el terror por haber embocado el año más bajo en lo que va del boom del cine peruano, debemos analizar cómo es que se dio este declive, ¿fue en verdad súbito o parte de una tendencia que amenazaba con cristalizarse en cualquier momento? ¿representa en verdad el final de nuestra bonanza? A continuación trataremos de dar respuesta a estas preguntas a través del análisis de la taquilla de cine peruano del año 2019.

Crónica de una muerte anunciada

Lo primero que debemos saber del declive del 2019 es que no fue una sorpresa. Ya desde finales de 2018, nuestro análisis señalaba que el “mejor año en la historia de nuestra taquilla nacional” había sido posible solo por la milagrosa aparición de ¡Asu Mare 3! en diciembre, lo que elevó nuestra taquilla colosalmente, generando un pico que resultaba más un espejismo que un logro. Un salvavidas para paliar el hecho que ya se comenzaba a manifestar la tendencia a la baja de nuestro consumo de cintas locales.

Sin ¡Asu Mare 3! en el panorama, el 2019 pasa de “pinchazo” a consecuencia natural de un declive que ya se anunciaba.

Esto levantaría la primera señal de alarma con respecto al grave declive del 2019, pues no se estaría hablando del “pinchazo a la burbuja” per se, sino de una tendencia a la baja que se podía rastrear desde el 2017 y que tuvo su desplome más severo durante el año pasado. Con esto en mente, los temores por el final de nuestra bonanza y la desaparición de toda posibilidad de construir una industria de cine nacional parecen cobrar mucho más sentido, dado que se volverían una certeza irrefutable si es que esta tendencia descendente se mantiene.

Junto con la retirada de ¡Asu mare 3! del análisis de nuestra taquilla nacional, otro aspecto que permitía intuir que el 2019 no iba a ser un año exitoso se encontraba en nuestro cuadro de promedio de asistencia anual:

Por si el declive del 2019 no se viera lo suficientemente dramático en los cuadros anteriores.

Para finales de 2018, la colosal taquilla y la inmensa cantidad de estrenos estimados durante el año siguiente (nada menos que 34 películas) creaban una expectativa irreal bajo cualquier óptica. Tomando en cuenta las condiciones dejadas por el éxito del año previo y el volumen de estrenos pauteado para el 2019, las cintas peruanas debían lograr un promedio de asistencia de 7.5 millones de espectadores… ¡7.5 millones de espectadores sin contar los espectadores de la película más taquillera de dicho año! La meta era improbable y hasta risible. Una imposibilidad.

Es por ello que se sabía, desde diciembre de 2018, que el 2019 iba a ser el primero en los últimos 3 años en los que no se lograría superar el promedio esperado de asistencia. Esta presunción invitaba a suponer que tampoco se trataría de un año con un gran crecimiento en su taquilla real, la cual había presentado un alza limitada pero constante en los 3 años previos (tal como se observa en el cuadro). Si la tendencia se mantenía, se podía estar hablando de un año con una asistencia real que se moviese en el rango de los 4 millones de espectadores, manteniendo una meseta estable en el cuadro o un decrecimiento leve.

Ninguno de esos escenarios se dio y, a pesar de que los análisis previos permitían estimar un 2019 poco auspicioso, la taquilla final del año representó una sorpresa imprevisible con sus 2.6 millones de espectadores en total y una “asistencia real” de 1.9 millones de personas. Esta cifra inverosímilmente baja para nuestro estándar de los últimos años debe despertar todas las alarmas posibles, pues se está hablando de una tendencia que ya se rastreaba con antelación y porque representa el primer año desde el inicio del boom en el que el cine peruano no creció con respecto a su asistencia real anual.

Seis años luego de ¡Asu Mare! nos encontramos por debajo de donde empezamos y con una curva de espectadores descendente a cuestas, todos los ingredientes para consumar el fin de nuestra bonanza cinematográfica. Esto debería ser suficientemente serio como para representar una llamada de atención necesaria a nuestros realizadores, quienes no pueden ser ajenos a este declive y deben tratar de entender por qué y en qué momento se perdió la conexión con el público, una conexión que parecía estar construyéndose de forma tan estable a lo largo de los últimos años.

Teniendo la pesada sombra del año 2019 sobre sí, el 2020 tendrá la tarea de revertir la tendencia a la baja que se asoma y regresar la taquilla a sus volúmenes millonarios pasados para disipar cualquier temor. Por ahora hay motivos para esperanzarse, teniendo desde el saque a dos estrenos capaces de sumar entre sí la mitad de la taquilla total del año pasado, y un tanque de Tondero listo para acercarse al millón. Todo ello, sumado a las 28 películas programadas para este año, deberían ser suficientes argumentos para tratar de redirigir nuestra taquilla nacional al buen sendero y alejar cualquier fantasma fatal al menos por un año más.

Artículo elaborado con datos compilados por Luis Ramos.


3 respuestas

  1. Avatar de Carlos Rentería
    Carlos Rentería

    Estimado Rodrigo,

    En tu artículo hay tres conceptos cuya relación suena antojadiza: taquilla, industria y algo que llamas «bonanza cinematográfica». La relación entre lo primero y segundo parece partir de la idea donde para que exista una industria debe haber una taquilla gigantesca. En el año 2015 el porcentaje de taquilla nacional respecto al total fue del 12.1%: en México fue de 5.8%; en el año 2016, el porcentaje de espectadores de películas nacionales fue de 11.6% respecto al total: el de Francia raspaba el 10%; etc. Que una recaudación dinamice una industria no significa que dependa de ella. Antes podría sostenerse un poco más en la capacidad de hacerse las películas puesto que los espacios para ellas son más amplios que las salas y sus números. Las mejoras sobre esta capacidad han sido pocas en el tiempo que describe tu artículo.

    La relación del segundo con el tercer punto es quizá más extraña. Una visión «industrial» del cine dónde la bonanza es la proliferación de empleos, de sueldos, de salas, en fin, de agentes de capital, no es una bonanza cinematográfica, es una reificación del cine. Y a ello quizá apunta una posible tercera relación, la de la taquilla y la bonanza. Es difícil escudriñar sobre la concentración de espectadores por ciertos títulos en una cinematografía nacional, pero ello se repite en cualquier lugar y no tendría que significar el riesgo de una cinematografía. En cualquier país habrá una mayoría que quiere ver ciertos actores, géneros, argumentos, o lo que fuese. Por ello la bonanza de un cine no puede estar en que la gente quiera ver a ciertos actores, ciertos géneros o ciertos argumentos. Quizá la bonanza está en que más películas, heterogéneas entre sí, puedan hacerse, aunque sus aportes no sean mensurables en estos números. Ciertamente, a pesar de las poquísimas mejorías políticas, en estos años se han podido cuajar películas diversas y cuyo aporte cultural -otra cosa de la que debería estar hecha una bonanza cinematográfica- empuja al cine nacional hacia nuevos lugares.

    Dudo que un buen año pueda ser aquel en que 6 millones de espectadores vayan a ver lo mismo y se hayan dejado de hacer mejores películas porque no podemos brindar las herramientas necesarias a quienes están en capacidad de hacerlas. En general, pienso que este oficio merece otras herramientas de análisis.

    Te mando un saludo y gracias por el artículo.

  2. Avatar de Douglas
    Douglas

    Nadie puede contra las estadísticas. Sin embargo, no sé, tengo la impresión – habría que revisarlo – que esta promoción de películas peruanas está muy desconectada de la realidad: el gran lote de pelis comerciales que han aparecido parece que se filmara en un barrio de Miraflores. Del mismo modo, me parece también, hay un exceso en el género de las comedias (que no dan risa, por cierto). Yo creo que otro factor es el Netflix: ¿para qué ver películas peruanas – o gastar en el cine – si puedes ver streaming de alta calidad: El Irlandés o Historia de un matrimonio? Saludos

  3. Avatar de Marcial Chavez
    Marcial Chavez

    Analisis claro y directo.
    Las productoras necesitan encontrar el camino o se concluira que NO hay una industria de cine peruano en proceso de desarrollo. Por el contrario, solo sera una actividad independiente, sin un futuro con algun objetivo claro en direccion a concretarse.

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