[Crítica] «Petite Maman», de Céline Sciamma


Luego de dirigir la extraordinaria “Retrato de una mujer en llamas” (mi película favorita del año pasado), Céline Sciamma ha regresado con una propuesta más breve y engañosamente sencilla, pero no menos emotiva. “Petite Maman” es una película sobre madres e hijas, y sobre el duelo después de la muerte. Es una historia aparentemente fantástica, que sin embargo no pierde el tiempo tratando de explicar sus reglas o de racionalizar la situación en la que se involucra su protagonista. Acá lo que importa es la relación central entre madre e hija, y los sentimientos que terminan compartiendo; el foco no está en la narrativa, sino más bien en los personajes.

Al comenzar, “Petite Maman” nos muestra a la pequeña Nelly (Joséphine Sanz) en una casa de reposo, despidiéndose educadamente de varios de sus residentes, yendo de habitación en habitación. Cuando llega al último cuarto, sin embargo, se encuentra solo con su madre, Marion (Nina Meurisse) —su abuela acaba de fallecer, y su madre está empacando las pocas cosas con las que contaba.

Es así que deciden ir a la casa de campo de la infancia de Marion, para empacar y alejarse de los recuerdos de años atrás. Sin embargo, dolida y sin saber cómo expresarlo, la mamá de Nelly decide irse, dejando a la chica sola con su padre (Stéphane Varupenne). Aburrida, Nelly sale al bosque, donde se encuentra con una niña que tiene el mismo nombre que su madre (Gabrielle Sanz), y que sorprendentemente, luce igual a ella: mismo rostro, mismos ojos, mismo pelo y hasta mismo andar. Aparentemente, nuestra protagonista ha viajado en el tiempo, lo que le ha dado una nueva oportunidad para relacionarse con una versión más joven de su madre.

¿Cómo es que ha sucedido eso? Sciamma no está interesada en explicarlo. Puede que Nelly haya viajado en el tiempo; puede que haya encontrado una versión paralela de su propio mundo, con una versión más antigua de la casa donde se está quedando; o puede que todo esté dentro de su cabeza, como una suerte de mecanismo de supervivencia, para lidiar con la muerte de su abuela, y la ausencia (tanto emocional como física) de su madre ya adulta. Lo importante es que está sucediendo, y que Sciamma logra desarrollar la premisa con naturaleza, siempre desde la perspectiva de su pequeña protagonista.

De hecho, a pesar (o probablemente, debido) de que cuenta con pocos personajes y una sola locación principal, así como una duración muy breve (71 minutos), “Petite Maman” funciona muy bien para contar la historia que tiene que contar, aprovechando al máximo las interacciones entre Nelly y su madre. El bosque se siente casi como un lugar fantástico, que solo conocen las chicas, como un secreto que comparten. Y el padre, aunque claramente bienintencionado, no sabe qué hacer con su hija, especialmente ahora que Marion se ha ido. No obstante, comparten momentos tiernos, como cuando Nelly lo ayuda a afeitarse la barba.

Todo esto ayuda a desarrollar una historia que está en su mejor momento cuando nos muestra a las dos niñas congeniando, jugando, construyendo una pequeña cabaña en el bosque, claramente muy similares (lo cual contrasta muchísimo con la versión adulta de Marion). Se trata de una propuesta potencialmente melodramática, que sin embargo nunca se torna exagerada o demasiado melancólica. Sciamma sabe perfectamente cómo transmitir los temas de relaciones entre madre e hija, el destino, el dolor y la inevitabilidad del cambio de manera sutil, siempre al servicio de la historia. La conclusión, incluso, sin ser lacrimógena, se siente como la culminación emocional natural de todo lo que se ha visto antes.

Las dos gemelas protagonistas, Joséphine y Gabrielle Sanz, hacen un excelente trabajo interpretando a sus respectivos personajes. Tener un filme que dependa tanto de sus actuaciones infantiles es extremadamente arriesgado, y hasta podría resultar en un producto final demasiado infantilizado o hasta desesperante, pero ese no es el caso de “Petite Maman”, felizmente. De hecho, ambas niñas dan interpretaciones muy naturales, denotando una madurez poco característica de personas de su edad, pero sin sentirse como adultas atrapadas en los cuerpos de niñas. Ninguna exagera sus expresiones faciales (como suele pasar con varios niños actores), y ambas parecen entender perfectamente lo que Sciamma necesita de ellas.

Luego de ver los tan comunes (en el cine) problemas entre padres e hijos varones en varias otras películas este año, resulta refrescante disfrutar de algo como “Petite Maman”. Y lo que también refresca es la poca duración de la historia, considerando lo infladas que muchas propuestas pueden llegar a ser hoy en día. “Petite Maman” dura lo que tiene que durar, y sin mayores pretensiones, nos permite disfrutar de una historia fantástica pero jamás inverosímil, protagonizada por dos niñas excepcionales y filmada con estilo y emotividad. Puede que no sea tan extraordinaria como “Retrato de una mujer en llamas”, pero no tenía que serlo; “Petite Maman” es un filme sobre promesas, muerte y las posibilidades del pasado, temas que se sentirán relevantes en veinte, cincuenta o cien años, tanto como lo son hoy.


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