“El esquema fenicio” (2025), de Wes Anderson: intentando reconectar con lo esencial


Zsa-zsa Korda, un magnate europeo de la industria armamentística y de aviación, sobrevive a múltiples atentados y accidentes aéreos. Decidido a designar a su heredera, elige a su única hija, Liesl, una monja con la que mantiene una relación distante. Juntos se ven envueltos en una intrincada trama de espionaje, enfrentando amenazas externas y conflictos familiares mientras navegan por un mundo de decisiones moralmente ambiguas.

Mi relación con el cine de Wes Anderson se resquebrajó hace unos años. Ya a inicios de la década con La crónica francesa (The French Dispatch, 2021) (su última gran película, en mi opinión), empezaba a sospechar que tanto él como su obra se estaban volviendo exclusivos “para sus fans”, enfocándose en una audiencia fiel y cerrada. Aunque no soy exactamente un fan acérrimo, durante mucho tiempo valoré su cine, con varias películas de su filmografía que considero notables, como El reino bajo la luna (Moonrise Kingdom, 2012), que debe estar entre mis treinta favoritas de toda la vida.

Fue con su siguiente película que mis temores se hicieron realidad y la decepción llegó. Ya en Asteroid City (2023) uno podía ver una película donde sus manías llegaban a un punto exasperante. La comedia seca, los planos simétricos, los colores pastel: todo tan meticulosamente armado que parecía una parodia de sí mismo. Aunque se notaban preocupaciones personales en torno a cómo su arte es recibido y al peso de mantenerse como autor, el componente emocional parecía haberse esfumado.

Por eso, mis expectativas con El esquema fenicio (The Phoenician Scheme, 2025) eran bajísimas. Sin haber visto todos sus cortometrajes recientes de Netflix, esperaba que su nuevo largometraje fuera otro ejercicio de estilo “bonito”, pero vacío. Sin embargo, el resultado me sorprendió para bien. Aunque no significa una reconciliación total, esta nueva entrega demuestra que Anderson aún tiene algo valioso que decir, especialmente al volver a conectar con los pilares que sostienen su cine: la familia y la aventura, fundamentos de su tan reconocida estética.

Estos pilares permitían que sus personajes, en su mayoría gente en busca de un lugar en el mundo, recibieran un llamado a la acción y, a través de importantes y divertidos viajes, encontraran su lugar en el mundo y a las personas correctas con quienes vivir y crecer. Con esta cinta, el cineasta retoma con éxito esos temas, que en sus últimos trabajos se habían visto debilitados por una menor preocupación en contar historias lo suficientemente humanas.

Zsa-zsa Korda (Benicio del Toro) es un personaje arquetípico dentro del universo de Wes Anderson, cumpliendo con las características mencionadas previamente. Desde su introducción, se nos da a entender que es alguien sin sentido de pertenencia, que ha acumulado riqueza gracias a su capacidad para sacarle la vuelta a los poderosos, obligándolo a vivir bajo constante amenaza sin confiar en nadie. Tras años de evasión, su estilo de vida comienza a pasarle factura. En su subconsciente surgen manifestaciones que le recuerdan que la suerte no dura para siempre, lo que lo lleva a buscar a alguien que pueda heredar su legado. Así entra en escena Liesl (Mia Threapleton), una joven con sus propios conflictos existenciales. Mientras él contempla el vacío del final, ella busca un sentido de dirección en un mundo que apenas empieza a conocer.

La aventura que ambos emprenden (uno queriendo dejar huella y la otra tratando de entender la suya) permite que el relato se estructure en viñetas donde la comedia visual, el ingenio narrativo y la estética característica del director funcionan sin que el ritmo decaiga, por lo menos en los primeros dos tercios del metraje. A medida que el viaje avanza, se afianza una dinámica emocional más sólida. Korda, luego de enfrentar repetidas veces la idea del fin, se ve obligado a mostrarse vulnerable ante Liesl y, eventualmente, ante sus colegas y rivales. Es esta apertura emocional lo que le permite finalmente avanzar.

Ahí es donde el filme recupera algo del espíritu de las mejores películas de Anderson, retomando la calidez de películas como Los excéntricos Tenenbaums (The Royal Tenenbaums, 2001) o Vida acuática (The Life Aquatic with Steve Zissou, 2004). Hay una intención clara de contar una historia que mezcla las búsquedas del pasado con las preocupaciones del presente, motivo por el cual uno podría pensar que el director, cada vez más consciente del solipsismo de su obra, está explorando su propio temor frente al legado que deja. Por años fue visto como el único capaz de hacer películas con su particular sello, pero en un mundo donde la autenticidad escasea y su estilo es fácilmente replicable, ese lugar privilegiado ya no es tan exclusivo. El esquema fenicio parece una respuesta a esa ansiedad, con él pretendiendo reafirmar que sigue siendo el único capaz de filmar «como Wes Anderson».

Todo eso me mantuvo enganchado. Lamentablemente, reconozco que sería deshonesto negar que hay tropiezos. Aunque el reparto cumple (con un sólido dúo protagónico formado por Benicio del Toro y la joven Mia Threapleton como Zsa-zsa Korda y Liesl respectivamente), varios actores parecen estar más como parte del decorado, desfilando en pantalla sin mucho que hacer. De todos, creo que Michael Cera dándole vida al peculiar Bjorn destaca como el mejor secundario, obteniendo mayor relevancia de entre tantos cameos que abundan sin aportar mucho a un relato que, como le ha sucedido antes al director, palidece en su tercer acto por su cierre abrupto. Además, los segmentos de fantasía, esos que se alejan del plano terrenal para buscar abordar cuestiones de mortalidad y trascendencia, son también los culpables de que las ideas del filme no terminen de cuajar, debilitando mucho más el desenlace por lo superficial que se queda.

En conclusión, a pesar de estos problemas evidentes, El esquema fenicio me deja con más esperanza que frustración, cambiando, al menos un poco, el panorama triste que me dejó Asteroid City. Anderson no ha dejado atrás del todo sus tics más molestos; sin embargo, aquí recupera parte del pulso narrativo y emocional que hacía entrañables sus películas. No sé si volveré a entusiasmarme plenamente con su cine, pero esta vez sentí que valió la pena acompañarlo en el viaje, con la esperanza de eventualmente volver a confiar plenamente en lo que haga.

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