La segunda película de Celine Song luego de la excepcional Vidas pasadas continua con los temas desarrollados en aquel proyecto: las vicisitudes del amor moderno, las complejidades de los triángulos amorosos, y la perspectiva femenina. Pero mientras que su primer filme lo hacía desde un punto de vista cultural muy propio de la cineasta canadiense de ascendencia coreana, Amores materialistas, más bien, se inspira en las comedias románticas clásicas de los años 90 y 2000. No para recrear el tono o el sentido del humor de aquellas producciones, sino para deconstruirlas y entregarnos algo supuestamente más realista y menos idealizado.
El resultado final aunque interesante y por momentos hasta brillante, es imperfecto. Amores materialistas llega al final que muchos esperaban, pero su problema no es el destino, sino el camino. Entre su mensaje confuso, una terrible falta de química entre por lo menos dos de sus protagonistas, y un tono sorprendentemente parco, la película podría llegar a decepcionar a quienes esperaban algo más convencional. Pero incluso quienes estén dispuestos a tener una experiencia atípica y quizás no tan similar a los filmes clásicos del género, no quedarán del todo convencidos por una cinta que, al final del día, se siente inesperadamente fría y distante. No la pasé mal, pero creo que un tono más cálido, más humano, hubiese favorecido al producto final.

Dakota Johnson interpreta a Lucy, una chica neoyorquina aparentemente normal que trabaja para una agencia de casamenteras: tiene clientes tanto hombres como mujeres, y les ayuda a encontrar a su pareja ideal, tomando en consideración las características (físicas, psicológicas, hasta monetarias y de gusto) que están buscando. De hecho, una de sus últimas clientas se está casando con el hombre que ella le consiguió, por lo que va a la boda como una invitada más. Y es ahí donde Lucy conoce al hermano del novio, el multimillonario Harry (Pedro Pascal, de Los cuatro fantásticos).
Harry parece ser el hombre perfecto, o como Lucy lo llama, un unicornio: es apuesto, amable, de buen gusto; no busca nada superficial, tiene mucho dinero, pero no lo derrocha en cosas innecesarias. Tiene sentido comenzar una relación con él, y por ende, Lucy lo hace. Y aunque las cosas parecen andar bien, hay un pequeño problema: en la misma boda, se encuentra con su ex, el actor John (Chris Evans, el ex Capitán América), quien trabaja como mozo para poder pagar sus cuentas. A diferencia de Harry, John está en la quiebra: vive con sus roommates en un departamento que se cae a pedazos, y maneja un carro destartalado. Y sin embargo, tiene algo. ¿A quién elegirá Lucy, entonces, al chico pobre con el que tiene un pasado, o al tipo rico con el que le convendría estar?
Si el conflicto central de Amores materialistas les suena familiar, es porque es algo que encontraríamos fácilmente en cualquier otra comedia romántica. No obstante, lo que hace Song acá es darle un poco de realismo adicional, tratando de evitar las caricaturas o los clichés. Por ende, el Harry de Pascal no es un millonario estereotípico, ni termina siendo un patán o un villano. Y aunque John ciertamente tiene sus cualidades, no es un ángel perfecto ni mucho menos. Cada uno de estos personajes es suficientemente humano, lo cual hace que la decisión que Lucy tiene que tomar eventualmente sea más complicada. A diferencia de muchos tipos ricos de la vida real, Harry no tiene malas intenciones; y aunque a nivel financiero estar con John no tiene mucho sentido, a nivel emocional, pues sí que lo tiene.

Es una pena, entonces, que la película vaya perdiendo de vista a Harry mientras va avanzando, no solo porque le va dedicando más tiempo a una subtrama (seria y tristemente relevante) que involucra a una clienta de Lucy llamada Sophie (Zoe Winters), sino también porque la química entre Evans y Johnson es prácticamente inexistente. Considerando que se supone que sus personajes estuvieron juntos por varios años, y que tienen una conexión especial, uno esperaría que Johnson y Evans fueran a encender la pantalla con pasión y tensión sexual no resuelta, pero… no. Son más creíbles como buenos amigos que como otra cosa, lo cual no ayuda a que el conflicto central (y por ende su resolución) funcione.
Pedro Pascal, por su parte, es otro caso. Sé que su presencia en cines ha saturado a varios espectadores (a este crítico no), pero no se puede negar que es él quien le otorga algo de energía y vitalidad a Amores materialistas. Su química con Johnson no es precisamente incendiaria, pero en comparación a lo que la última tiene con Evans, no está del todo mal. Y nuevamente, resulta intrigante ver a un personaje que se siente como una contradicción andante: por un lado, es un nepo baby millonario que trabaja en finanzas, pero por el otro, es gentil y amoroso y aparentemente buena persona. Sabemos que ese tipo de gente casi ni existe en la vida real, pero de alguna manera, Pascal hace que se sienta verdadero.

Es así que Amores materialistas se lleva a cabo como una comedia romántica que pretende ser distinta, y hasta cierto punto lo es. Los diálogos son particularmente buenos —siempre uno de los fuertes de Song—, el comentario sobre la relevancia de las diferencias sociales y económicas en relaciones de pareja no lo podría ser relevante en un mundo que, al parecer, cada vez más favorece a los ricos por sobre los pobres, y aunque el desenlace —sin ánimos de incluir spoilers— se acerca más a lo fantasioso, al menos tiene sentido tanto a nivel narrativo como emocional. No obstante, no puedo evitar sentir que la película en general es demasiado parca, con el guion de Song favoreciendo al diálogo por sobre el afecto o las interacciones románticas. Entiendo que todo el punto de la Lucy de Johnson es que trata de racionalizar y hasta «matematizar» las relaciones, pero eso no quiere decir que el filme en sí debiera hacer lo mismo.
No obstante, no creo que esta sea una película deficiente ni mucho menos. Hay bastante para disfrutar acá: el trabajo de Pascal, la dirección de fotografía de Shabier Kirchner (analógica, de mucha textura y contraste), algunos momentos graciosos, y los temas que Song transmite respecto a como las parejas se relacionan hoy en día (mucho se dice, por ejemplo, de la obsesión que algunas mujeres tienen con la altura de los hombres). Como deconstrucción del género, Amores materialistas hace algunas cosas bien; pero como un exponente regular de la comedia romántica, no es del todo exitosa. Interesante, en todo caso, lo que Song ha hecho con su segundo largo; tomó riesgos, por lo que espero que su siguiente proyecto termine siendo igual de osado, pero más satisfactorio.
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