Kelly Reichardt (First Cow, Showing Up) es una maestra de lo sutil y letárgico. Sus películas ciertamente no son para todo el mundo, ya que favorecen la atmósfera y el tono por sobre narrativas tradicionalmente claras, muchas veces presentándole a su público historias que se llevan a cabo con un ritmo en extremo pausado, protagonizadas por personajes que más expresan con lo que no dicen, que con el diálogo. Evidentemente, su más reciente producción, Mente maestra (The Mastermind, 2025), no es la excepción.
Porque si lo que esperaban ver acá era una clásica película de atracos, pues se equivocaron. Esto no es La gran estafa. Más bien, es una historia que comienza justamente como un filme de atracos, para luego convertirse en una meditación sobre la soledad, el egoísmo y la falta de dirección en la vida. No es causalidad, de hecho, que nuestro protagonista no sea una mente criminal brillante, sino más bien un artista frustrado. El James Blaine Mooney de Josh O’Connor no se parece al Danny Ocean de George Clooney en lo absoluto. Mientras que el segundo es elegante, apuesto y astuto, el primero es alguien que busca algo de emoción en la vida, no para lograr algo, sino más bien para darle significado a aquello que no parece tenerlo.
Mente maestra se lleva a cabo en Massachusetts en los años 70. El ya mencionado James vive con su esposa, Terri (Alana Haim, de la reciente Una batalla tras otra) y sus dos hijos pequeños. Él es un artista frustrado que dice trabajar con arquitectos, pero que en realidad pasa los días en el museo local, admirando obras de arte y pensando en cómo robarlas. Ella sí tiene un trabajo real en una oficina, y parece ser la que mantiene a la familia. Y los dos chicos van a la escuela, pero de cuando en cuando acompañan a sus padres a dicho museo, para servir como distracciones para que ellos puedan estudiar la mejor forma de robar ciertas piezas.

Es así que James decide aliarse con su amigo Guy (Eli Gelb) y un exvendedor de marihuana Ronnie (Javion Allen) para robar cuatro pinturas de Arthur Dove. Y aunque al inicio parece que su plan sale bien, uno de los compañeros es eventualmente capturado por la policía, y más grave aún, les dice quién es la «mente maestra» del título (y del atraco). Por ende, James se ve obligado a escapar, yéndose de la ciudad a pasar unos días en el campo con su amigo Fred (John Magaro) y su esposa Maude (Gaby Hoffman), mientras Terri y los chicos se quedan con sus padres, Carl (Sterling Thompson) y Sarah Mooney (Hope Davis). Pero siendo James ahora un fugitivo, encontrar la tranquilidad le será más difícil de lo que había pensado.
Por si no había quedado claro, Mente maestra se desarrolla como una suerte de subversión al clásico cine de atracos con criminales elegantes y apuestos, y planes perfectamente ejecutados. En vez de aquellos personajes y elementos narrativos, aquí tenemos una mente maestra que de eso no tiene nada, y un plan que sale tan mal, que termina por arruinarle la vida a nuestro protagonista. El James de O’Connor es una figura patética y trágica: alguien que por primera vez en la vida intenta ser alguien y hacer algo relevante —aparentemente vinculado a un profesor que tuvo en la universidad, cuando estudiaba arte—, pero que termina alejándose de su familia debido a sus absurdas ambiciones y egoísmo.
Esto queda claro en una conversación que tiene por teléfono con Terri, donde trata de justificar sus acciones diciendo que lo hizo todo por ella y los chicos… para luego admitir que también lo hizo por él mismo. Y lo que es peor, luego se atreve a pedirle plata, porque la necesita para poder seguir moviéndose y escapar de las autoridades (obviamente aquel pedido no funciona). Tener a James de protagonista es interesante porque resulta difícil empatizar con él. Es bastante pasivo, no es particularmente brillante, y por todo lo que hace, queda claro que nunca estuvo muy encariñado con su familia. Además, se había estado conformando con ser mantenido, incluso mintiéndole a su madre, diciéndole que estaba consiguiendo un trabajo con un arquitecto cuando en realidad estaba planeando el atraco.

Ese es, probablemente, el mayor reto que le impone Mente maestra a su público: conectar con un protagonista que es parte de una narrativa casi paródica, donde mucho se dice sobre los hombres que ansían ser algo, pero que colocan sus ambiciones en el lugar —y objetivo— incorrecto. Pero fuera de eso, encontramos una película de ritmo letárgico y planos largos y de poco movimiento, donde los personajes se mueven sin apuro dentro del encuadre. Es una propuesta minimalista, de poco diálogo, donde mucho de lo que entendemos de James y Terri lo inferimos, siendo parte más del subtexto que del texto.
Como se deben imaginar, no es un cine para todos. Reichardt no está interesada en dar muchas explicaciones, más bien haciendo que sus actores —sus expresiones, sus reacciones, sus acciones— lo transmitan todo de forma sutil. Lo que sí es imperdonable, en todo caso, es el súbito final. Entiendo la ironía final con la que concluye la historia, pero igual no puedo evitar pensar que Mente maestra termina de forma repentina, dejándolo a uno con ganas de ver más. Al terminar la película en la sala en la que estaba, varios espectadores se quejaron y hasta le silbaron a la pantalla. No es que la conclusión no tenga alguna intención o propósito; es que la idea es buena, pero no ha sido ejecutada de la mejor manera.
Josh O’Connor (quien felizmente ha logrado tomar decisiones creativas interesantes luego de ser lanzado a la fama por la serie The Crown) interpreta a James como un tipo perdido, de muchas ideas pero pocas herramientas emocionales. Alana Haim tiene poco que hacer como una Terri casi muda; John Magaro (protagonista de First Cow, también de Reichardt) tiene un papel pequeño como el sorprendentemente relajado Fred, y Rhenzy Feliz (El Pingüino) tiene un cameo casi imperceptible. En todo caso, de las actuaciones no me puedo quejar; el reparto entero hace lo que la película de Reichardt le exige, adaptándose al tono de la pieza sin ningún impedimento. El problema viene con el producto final, que sin ser igual de satisfactorio que algo como First Cow, igual cuenta con ciertos deleites. Solo no esperen algo convencional de Mente maestra; Reichardt hace lo que quiere acá, lo cual divertirá a algunos, pero frustrará a otros.



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