Frankenstein es una de esas historias que será adaptada y readaptada hasta el fin de los tiempos. Hay algo en la novela original de Mary Shelley que sigue funcionando hasta el día de hoy, y que resulta atractivo para toda suerte de guionistas y directores. Pueden ser los temas de la vida, la muerte, el jugar a Dios o la responsabilidad de un creador. Pueden ser los personajes icónicos. O incluso pueden ser las imágenes que se le vienen a la cabeza a uno apenas escucha la palabra «Frankenstein», desde los rayos y truenos que caen del cielo y en la cima de una torre, hasta, por supuesto, el monstruo o criatura, de cabeza plana, ojos confundidos y pernos en el cuello.
Ciertamente es una historia que ha estado en la mente del mexicano Guillermo del Toro por años, por lo que se puede considerar su más reciente filme como un proyecto de pasión. Pero como suele pasar con varias otras producciones de este tipo, realizadas después de varios años de intentos y bajo una perspectiva algo obsesiva, su Frankenstein podría terminar por decepcionar a algunos. No porque sea una mala película —estamos hablando de Guillermo del Toro, después de todo—, sino más bien porque no se trata de una adaptación tradicional de la novela de Shelley. Lo que tenemos acá es Frankenstein desde la perspectiva muy particular de Del Toro, errática y fascinante.

De hecho, hasta se puede argumentar que esta es la adaptación menos fiel a la historia original que se haya realizado. Evidentemente la premisa sigue siendo la de siempre, pero algunos personajes han sido eliminados y otros cambiados; el trayecto de la narrativa cambia en varios momentos y hasta el final es inesperado. El personaje de Victor Frankenstein es un poco más complejo y quizás menos simpático de lo esperado. El resultado es una cinta que podría repeler a quienes tengan más en mente a la versión de Boris Karloff del personaje, o hasta la adaptación teatral y exagerada de Kenneth Branagh de los 90, donde Robert De Niro interpretaba a la criatura. Este no es el Frankenstein de sus abuelos, y para vuestro servidor, eso es algo bueno.
Frankenstein comienza en el ártico, donde vemos a un grupo de marinos daneses liderados por el Capitán Anderson (Lars Mikkelsen, de Asoka) intentando sacar, junto a sus hombres, su barco del hielo. De pronto, escuchan una explosión a lo lejos, y cuando se acercan, encuentran a un malherido doctor Victor Frankenstein (Oscar Isaac), y deciden llevárselo para ayudarlo. Lamentablemente, son perseguidos por la Criatura (Jacob Elordi, de Euphoria), por lo que Anderson decide encerrarse junto a Victor en la habitación del capitán, y es ahí donde el primero decide contarle su historia al segundo.
Es así, pues, que Frankenstein se va narrando a modo de flashback, primero mostrándonos la infancia de Victor (interpretado por Christian Convery, de El mono y Oso intoxicado), cuando era criado y educado con severidad por su frío padre, Leopold (Charles Dance), y cuando tuvo que ser testigo de la muerte de su madre. Pero también vemos a un Victor ya adulto intentando convencer a sus colegas de que es posible alcanzar la inmortalidad, derrotando a la muerte a través de experimentos con cadáveres. Es en una de sus charlas que es contactado por Harlander (Christoph Waltz), un millonario que ofrece financiar sus proyectos a cambio, al parecer, de prácticamente nada. Por ende, Victor termina reclutando a su hermano menor, William (Felix Kammemer), que está de novio con la sobrina de Harlander, Elizabeth (Mia Goth), para que lo ayude a armar un laboratorio digno de sus objetivos.

Seguramente pueden adivinar lo que sucede después. Victor construye su laboratorio en una torre abandonada, consigue cadáveres, resuelve un problema de transferencia de energía, y logra darle vida a la Criatura. Pero luego de un terrible accidente, creador y monstruo se separan, y es ahí donde Del Toro decide cambiar de perspectiva. En una decisión creativa intrigante que en realidad tiene como origen la misma novela de Shelley, comienza a narrarnos la historia desde el punto de vista de la Criatura. Es así que lo vemos escapar de la torre, tener interacciones con otros seres humanos, y hasta hacerse amigo de un hombre ciego (David Bradley, de Harry Potter y Hot Fuzz), quien le enseña a hablar y escribir. Pero tal y como se ve al inicio, padre e hijo terminan encontrándose nuevamente, para bien y para mal.
Quienes estén buscando una adaptación cien por ciento fiel al libro no la encontrarán acá. Elizabeth, por ejemplo, ya no es la novia de Víctor, sino más bien la de su hermano menor. El personaje de Harlander no existe en la novela (se puede argumentar que es la combinación de varios otros personajes menores que no aparecen acá). Del Toro demuestra tener un mayor interés que Shelley en empatizar con el Monstruo. Este último, además, es casi un superhéroe, con fuerza sobrehumana y la capacidad de curarse automáticamente las heridas, al más puro estilo de Wolverine. Y hay un mayor énfasis en la naturaleza de la ciencia que le otorga vida a la Criatura, lo cual, a mis ojos, es un error. Algunas cosas resultan ser más interesantes cuando no se explican, y no tanto cuando uno se enfoca mucho en sus orígenes o lógica.

Lo que mejor hace Del Toro con Frankenstein es desarrollar la historia como una tragedia, sin embargo. El Monstruo no es violento porque así haya nacido, sino más bien porque se ve rodeado de violencia cada vez que interactúa con seres humanos. Al verlo, la gente reacciona agresivamente, o asume lo peor de él. Jacob Elordi lo interpreta con gentileza e inocencia, dejando bien en claro que el mal llamado Monstruo no quiere antagonizar a nadie, sino más bien vivir en paz. El que mencione que la época más tranquila que tuvo fue cuando vivió escondido en la casa del hombre ciego es verdaderamente penoso. La Criatura fue obligada a existir, y cuando finalmente se dio cuenta de cómo era el mundo, se encontró con una realidad que lo rechazaba y lo quería muerto.
Lo cual nos lleva, por supuesto, al buen doctor. El Victor Frankenstein de Oscar Isaac es un tipo brillante pero arrogante; talentoso pero de carácter infantil. Obsesionado con la creación y la naturaleza de la muerte desde que su madre falleció, no sabe qué hacer con la Criatura una vez que “nace”. Víctor estaba tan empecinado en crear, o en todo caso, obsesionado con la idea de crear, que una vez que se ve obligado a criar al Monstruo, no puede. No tiene paciencia. No tiene compasión. Prefiere encerrarlo en una mazmorra con cadenas en vez de dejarlo libre. Una vez logrado su objetivo, a Víctor no le queda nada más. Logra demostrar que hubiese sido posible salvar a su madre, pero como ella sigue muerta, no importa qué tan exitoso haya sido con su experimento, igual sigue solo, frustrado.
Interesante, pues, que este Victor Frankenstein sea tan antipático, capaz de reconocer sus errores y reconocer a su creación como alguien y no algo recién para el final de la historia. Isaac lo interpreta con aplomo y pasión; como un científico rebelde y astuto, pero poco responsable. Del reparto secundario, destacan Christoph Waltz como Harlander (quien esconde un secreto propio); Mia Goth como Elizabeth y como la madre de Víctor (¿alguien dijo “complejo de Edipo”?); David Bradley como el hombre ciego; y actores de la talla de Ralph Ineson (La bruja, Los cuatro fantásticos: primeros pasos), Burn Gornman (Pacific Rim) y el español Santiago Segura en papeles muy pequeños, prácticamente cameos.

Siendo esta una película de Del Toro, Frankenstein luce muy bien. La dirección de fotografía de Dan Laustsen favorece los lentes angulares, como para que en cada escena se vean bien las exquisitas escenografías, sin dejar de contextualizar a los personajes en sus alrededores, sus casas, sus cavernas, hasta sus parajes nevados. La cámara, además, nunca deja de moverse, como si estuviese persiguiendo constantemente a sus personajes, tratando de mostrarnos lo que hacen, lo que revelan, lo que esconden. El maquillaje de Elordi, además, lo convierte en un ser de muchas piezas; grotesco e imperfecto, pero curiosamente bello. Y la banda sonora del gran Alexandre Desplat es apropiadamente hermosa, contribuyendo al tono trágico de la narrativa.
No todo el mundo estará de acuerdo con lo que Del Toro ha hecho con Frankenstein, pero al menos se puede decir que le ha estampado su propio sello, contando esta clásica historia desde una perspectiva muy propia. Puede que haya cambiado mucho de la trama, pero la premisa y, más importante, los temas siguen siendo los mismos de siempre. La Criatura siempre ha sido un personaje trágico, y lo sigue siendo acá, solo que el filme nos permite ver las cosas desde su perspectiva por más tiempo. Esto resulta en una caracterización cruel para Víctor y en una mucho más empática para la Criatura. Una pena, en todo caso, que no se haga mucho con la Elizabeth de Mia Goth, quien termina siendo más la idea de un personaje femenino que una figura bien realizada.
No obstante, y con todo y sus defectos, este Frankenstein es una experiencia memorable. No es ni tan cursi y exagerada como la versión de Branagh, ni tan icónica y tradicional como la de James Whale. Es fiel a la novela de Shelley en espíritu, pero muy distinta a ella en los detalles, especialmente mientras se va acercando a su sorprendente final. Es una producción visualmente espectacular, impecablemente actuada, y de pocas sutilezas. Del Toro no parece creer en el subtexto, pero considerando tanto la naturaleza fantástica de la narrativa como la poca paciencia de los espectadores de Netflix, aquello no importa mucho. Finalmente, Del Toro logró traer a la vida a su Frankenstein. Y al igual que la Criatura del título, la película es tanto imperfecta como fascinante y muy humana.



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