La tierra (2007)

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Earth
Dir. Alastair Fothergill y Mark Linfield | 96 min. | Reino Unido – Alemania – EEUU

Estreno en el Perú: 23 de abril del 2009

Lo primero que debe decirse sobre este extraordinario documental es que no está especialmente dirigido a un público infantil, aunque es bueno que los niños lo vean; sino principalmente para un público amplio y, sobre todo, adulto. Y lo segundo es que no estamos ante un filme “educativo” ni en un sentido académico formal ni en ningún otro sentido; lo que no impide que los colegios continúen llevando a los chicos al cine, para apreciar este espléndido documento cinematográfico. En cambio, lo que tenemos es la metódica exposición de los tremendos esfuerzos que deben hacer estos grandes animales (y otros) por adaptarse y sobrevivir a los cambios que está conociendo ahora nuestro planeta. Pudiera pensarse que, por su tamaño, estas bestias no tienen grandes problemas para enfrentar los embates de la naturaleza, pero aquí se muestran las tremendas dificultades que deben vencer y que las ponen literalmente al borde de la muerte.

Lo primero que debe decirse sobre este extraordinario documental es que no está especialmente dirigido a un público infantil, aunque es bueno que los niños lo vean; sino principalmente para un público amplio y, sobre todo, adulto. Aunque varias de sus espectaculares imágenes no dejarán indiferente a nadie, esta obra tiene un tempo lento y una vocación contemplativa que no llega a hacerse pesada en ningún momento; pero que puede ser un poco exigente para los más pequeños, acostumbrados a otras velocidades y a otro ritmo.

Y lo segundo es que no estamos ante un filme “educativo” ni en un sentido académico formal ni en ningún otro sentido; lo que no impide que los colegios continúen llevando a los chicos al cine, para apreciar este espléndido documento cinematográfico. Ello porque, a despecho de su amplio título, La tierra se limita a mostrar apenas a tres grandes animales: el oso polar del Ártico, el elefante africano y la ballena jorobada, además de otras siete especies; de las que la cinta da alguna información, sobre todo audiovisual. Pero no hay ni una estructura ni tampoco una intención didácticas.

En cambio, lo que tenemos es la metódica exposición de los tremendos esfuerzos que deben hacer estos grandes animales (y otros) por adaptarse y sobrevivir a los cambios que está conociendo ahora nuestro planeta. Pudiera pensarse que, por su tamaño, estas bestias no tienen grandes problemas para enfrentar los embates de la naturaleza, pero aquí se muestran las tremendas dificultades que deben vencer y que las ponen literalmente al borde de la muerte. Particularmente impresionante es la travesía de la ballena jorobada desde la línea ecuatorial hasta los mares de la Antártida y los violentos aletazos que debe dar en la superficie para que su cría pueda seguirla, por el sonido, en medio de las agitadas aguas y fuertes corrientes que caracterizan a los mares del Sur. Al igual que la prolongada e incierta marcha del elefante por el árido, seco y devastado territorio africano hacia zonas inundadas, en busca de agua.

Pero el héroe de la cinta es el oso polar del Ártico, cuya sobrevivencia como especie está hoy en riesgo por el cambio climático, que acelera el deshielo en esa parte del globo, impidiéndole a este animal conseguir las focas que constituyen su única posibilidad de alimento; episodio que abre y cierra la cinta. Entre estas tres líneas narrativas, aparecen intercaladas las otras especies, siempre con ese enfoque centrado en el enorme esfuerzo por sobrevivir que las caracteriza. Así, en contrapunto con la lucha de las ballenas jorobadas, la grulla damisela debe luchar también con terribles corrientes de aire y atravesar por encima los picos más altos del planeta, ubicados en la cordillera Himalaya, en busca de climas cálidos en la India. Pero incluso en los episodios humorísticos (las crías del pato mandarín, la danza del ave del paraíso o los monos en la zona inundada), encontramos ese elemento de riesgo y desafío que permanentemente deben asumir las especies que nos acompañan en la Tierra; y que en este documental están simbolizadas en la situación del oso polar. Es en este punto que la película enuncia, con prudencia, su advertencia sobre el peligro que supone para nuestro mundo la acción humana que ha provocado este cambio climático.

Ambos puntos son expuestos por el filme sin dramatismos ni tampoco con un tono épico, de denuncia, ni conmiserativo. Igualmente, no hay cifras ni mucho menos un discurso alarmista; además, se evitan las imágenes crudas y, por supuesto, cualquier antropomorfismo. En cambio, el tratamiento es el tradicional en el género documental, vale decir, objetivo y un poco distante; confiando en que el poder testimonial de las soberbias imágenes mostradas cumpla su función motivadora en el público. En todo caso, hay por momentos una cierta aproximación estética, lograda en escenas en cámara lenta que son impresionantes. Como por ejemplo, la imagen casi frizada de un enorme tiburón suspendido en el aire con una foca casi completamente metida entre sus fauces; o la persecución de un cervatillo por un guepardo, que gradualmente va acercándose a su presa y cuya captura pareciera un amoroso abrazo, antes que el siniestro acto de cacería que representa.

Este tratamiento es la tercera importante diferencia de este documental con respecto a otros, incluso realizados por este mismo equipo dirigido por Alastair Fothergill. Por ejemplo, en la serie Planeta Azul, de la BBC, encontramos una intención divulgativa, que combinaba información sobre el medio ambiente natural específico y las distintas especies que viven bajo las aguas y a orillas de los mares del planeta. Se intercalaban, uno tras otro, indistintamente, diversos peces, bichos marinos y situaciones, buscando asombrar o ilustrar, antes que dar algún mensaje de tono editorial. No ocurre así con La tierra, documental que sí ofrece estos dos contenidos explícitos, pero muy contenida y objetivamente. Es por ello, también, que no hay un interés propagandístico ni militante en esta maravillosa obra.

Hay que decir, asimismo, que el filme que comentamos está basado en la serie Planeta Tierra, producida también por la BBC y emitido por canales de cable; y que un importante porcentaje de los planos que vemos en pantalla proceden de esta serie documental. Sin embargo, otra cosa es verlo en el cine. De hecho, estos registros, técnicamente, están pensados para la pantalla grande. Las panorámicas son de locura e incluyen tomas aéreas y cenitales sencillamente pasmosas, con cámaras que pueden realizar acercamientos mediante zooms a un kilómetro de distancia. Esto permite mostrar, también, el contraste entre los animales y las vastas (vastísimas) áreas destruidas, secas o heladas, que deben atravesar. No hablemos ya de las tomas submarinas que completan el panorama de vida y subsistencia de las especies que protagonizan La tierra. Todo este despliegue visual, que parsimoniosamente nos va dando una idea del asombroso mundo en el que vivimos, sólo puede ser plenamente apreciado en la pantalla grande.

De otro lado, debe mencionarse también la banda sonora, el ruido ambiental que circunda los grandes y solitarios paisajes mostrados, el auténtico rugido del león, cuando está verdaderamente sediento y hambriento; pero también el sonido del viento gélido o el vacío silencio de los extensos parajes abandonados. Además, destaca la música de George Fenton, un eficaz compositor, heredero de la rica tradición de autores de soundtracks británicos, que podría empezar por Ralph Vaugham Williams y seguir con Sir Benjamín Britten. Fenton ha elaborado unas magníficas bandas musicales para la mencionada serie Planeta Azul; mientras que para esta ocasión ha seguido también la línea de escaso énfasis melódico que se acomoda muy bien con el enfoque contemplativo y objetivo de este documental. Para ello cuenta con el concurso ni más ni menos que de la Orquesta Filarmónica de Berlín, lo que garantiza un lujo sonoro inigualable; el cual es aprovechado al máximo por los ingenieros de sonido que han creado un marco sonoro sobrecogedor que, nuevamente, debe disfrutarse en una sala de cine debidamente equipada.

En suma, La tierra es un documental para toda la familia, pero que debe degustarse paso a paso, dejando recorrer la vista por esas amplias panorámicas que nos ofrecen imágenes únicas de la naturaleza; así como también valorar la odisea cotidiana de algunos de los animales más fascinantes del planeta. Constituye también un alarde técnico y de producción extraordinarios, puesto al servicio de dar una alerta sobre los efectos del calentamiento global en grandes áreas del mundo en que vivimos.

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