El mensajero (2009)

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El mensajero es una película deprimente que no deprime. En parte, por el tratamiento objetivo con que muestra el creciente rechazo de la sociedad estadounidense a la guerra en Irak, como su enfoque del retorno a casa de los veteranos. Tratamiento lo suficientemente distanciado para dirigir su sentido más hacia la razón y menos al corazón, a la emoción; sin que se trate de un filme de tesis. Y que se apoya en un notable trabajo de cámara y actuación, pero además de dirección.

El argumento empieza mostrando a un joven sargento, condecorado por acciones heroicas (Will Montgomery, interpretado por Ben Foster), al que se encarga –con apoyo de un capitán (Tony Stone, a cargo de Woody Harrelson)– de informar personalmente de la muerte de soldados a sus familias. Las escenas iniciales, centradas en estas visitas, son las más fuertes e intensas de la película. En cada una se exhibe no sólo el dolor y rechazo provocados por las bajas fatales producidas en la guerra, sino también –de manera sintética, pero eficaz– distintos contextos familiares y personales; que elevan inicialmente la tensión emocional al tope. Pero luego del último de estos encuentros, en el que el protagonista inicia una relación con una joven viuda (Olivia Pitterson, encarnada por Samantha Morton), esa tensión comienza a disolverse y desmoronarse gradualmente. El peso de la tragedia social, provocada por la guerra, va impactando en el héroe (y, más lentamente, en su jefe); en cuyo espíritu se reavivan los fantasmas del combate, que explican justamente las reacciones de los deudos. De esta forma, las acciones externas van dejando paso –acercando y acicateando, gradualmente– los conflictos internos de los personajes. Esta transición, que recorre toda la cinta, se presenta como un desmoronamiento emocional de los personajes. El peso de la guerra, invisible (nunca se muestra una sola acción bélica y se omiten deliberadamente las imágenes de enfrentamiento físico), está presente todo el tiempo; al punto que condiciona y determina a los personajes.

Este desmoronamiento pareciera invadir todo el relato y, con ello, la película. No es exacto. En realidad, y contra las apariencias, la acción avanza y se desarrolla en dos grandes líneas narrativas. Una, principal, la evolución de las relaciones sentimentales del héroe, conectada a su intención de reconstruir su vida tras la guerra. La otra, secundaria (aunque importante), es la relación de amistad que –accidentadamente– se irá construyendo entre el héroe y su superior jerárquico. El director irá introduciendo, en la segunda mitad del filme, algunos episodios de “comprensión social” para compensar la profundización de los traumas de guerra en los personajes principales. Ambas líneas narrativas conducirán a un final abierto, pero también a una constatación: la (mayor o menor) incapacidad que deja la guerra para la reintegración de sus participantes a su vida anterior. Es una historia, pues, de fracaso; narrada con cierta morosidad pero trabajada no melodramáticamente, sino con un sutil distanciamiento. De tal forma que el resultado es lógico, antes que trágico; y revelador, antes que deprimente.

Para ello, el director Oren Moverman utiliza un tratamiento casi documental, usando la cámara en mano en las fuertes escenas de las visitas a los deudos; pero también tomas fijas, en las que los personajes de acercan o alejan de la cámara, o en las que ésta los tantea con el zoom. En este último caso, son magistrales las secuencias en las que el protagonista y su segunda compañera intentan el deseado contacto físico, pero que nunca llega a producirse; no por circunstancias externas, sino por esos temores internos, ese peso emocional de las relaciones rotas producidas por el desarraigo y violencia de la guerra, que pueblan la vida de los personajes. Esos tanteos con la cámara o entre la pareja compuesta por el sargento y la viuda, que –por otra parte– ocurren en espacios relativamente abiertos y en pacíficos suburbios urbanos, muestran a los personajes presos de un contexto que los determina y los supera; de forma tal que no logran dar pie con bola para reconstruir sus vidas.

Un segundo gran punto a favor de la película es el notable trabajo actoral. Ben Foster compone un personaje que recuerda vagamente al memorable rol de Robert de Niro en Taxi Driver; pero sin la espectacular tensión expresionista que domina al personaje de Scorsese, sino más bien con una tensión más laxa y expandida, que lo va dominando y domeñando conforme avanza el relato, y que lo termina de hundir en la confesión final sobre un episodio traumático vivido en Irak. Su transformación no lo lleva al estallido ni a la depresión, sino a la inacción; mejor dicho, a la incapacidad para perseverar y completar sus iniciativas. Quizás porque se ve proyectado en su jefe y acompañante, notablemente interpretado por Woody Harrelson, quien ya es conocido por sus cualidades para representar papeles cínicos; solo que en este caso también va mostrando las fisuras emocionales de su personaje (crecientemente sumergido en el alcoholismo), sus quiebres y su propio derrumbe, empujado por los intentos de su acompañante para superar sus obstáculos emocionales. Esta contraposición de caracteres es uno de los mecanismos eficaces que mantienen el filme y que conducen a la única amistad y solidaridad posibles, la de los veteranos de guerra, la de quienes no murieron, pero que finalmente fueron tocados por la abulia –convertida en rutina– de una muerte en vida.

Una de las grandes virtudes de esta película, en materia de dirección, es “dejar que las cosas transcurran”, que la observación atenta (en ese sentido, no lenta) de lo cotidiano nos revele lo que ocurre en la vida de los personajes, que sus acciones externas preparen y expliquen sus quizás irresolubles conflictos internos. De otro lado, este filme se equipara a Zona de miedo, de Kathryn Bigelow, en que la exploración del ámbito subjetivo de los personajes nos proporciona una visión de los aspectos oscuros (inexplicables, irracionales, pero reales) que guían o –como en el caso de El mensajero– frenan el comportamiento de los individuos en contextos extremos, como la guerra. Notable filme, que gustará a los fans del realismo fenomenológico.

The Messenger

Dir.: Oren Moverman | 113 min. | EE.UU.

Intérpretes: Ben Foster (Will Montgomery), Woody Harrelson (Tony Stone), Samantha Morton (Olivia Pitterson), Steve Buscemi (Dale Martin), Jena Malone (Kelly), Jahmir Duran-Abreau (Matt Pitterson), Angel Caban (señor Vásquez), Paul Diomede (policía motociclista), Halley Feiffer (Marla Cohen), Peter Friedman (Mr. Cohen), Kevin Hagan (señor Flanigan), Marceline Hugot (señora Flanigan).

Estreno en el Perú: 31 de marzo de 2011


Esta entrada fue modificada por última vez en 25 de julio de 2011 22:12

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