[Crítica] «Cementerio General 2»: un demonio sediento de almas (y de espectadores)

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Arropada por un efectivo despliegue publicitario, Cementerio General (2013), ópera prima de Dorian Fernández-Moris, arrastró a más de medio millón de personas a las salas para ofrecerles más de lo mismo.

Desgastando los clichés del cine de terror adolescente, con actuaciones por debajo de la media y apostando por el manoseado recurso del found footage, estaba claro que al prolífico cineasta iquiteño le quedaba un largo camino por recorrer para lograr su objetivo de posicionarse como un referente del horror made in Perú. Y hoy, luego del estreno de la secuela, podemos decir que ha dado varios pasos importantes.

El plano inicial de Cementerio General 2 es casi calcado al de su predecesora, solo que en este caso vemos a Úrsula (Claudia Dammert) tomar contacto con la ouija en medio de las tumbas durante una noche lluviosa, mientras los cadáveres de los adolescentes fallecidos en la primera entrega son levantados por la policía. Quedan así enlazadas ambas historias antes de que conozcamos a los verdaderos protagonistas de la función: Fernanda (Milene Vásquez), psiquiatra e hija de Úrsula, radicada en México D.F. con su pequeño hijo Julio (Matías Raygada), quien se ha autoimpuesto mutismo selectivo debido a un episodio traumático del pasado.

Hay varios aciertos que reconocerle a Fernández-Moris en su película número cuatro. El primero de ellos es el guion. El argentino Adrián Ochoa, conocedor del género, desarrolla una historia que no por tópica –una enésima madre soltera protegiendo a su hijo de apariciones terroríficas- deja de ser efectiva.

Consciente de la necesidad de darle continuidad a la franquicia, Ochoa coge los elementos estrictamente necesarios de la primera parte para encajarlos en este nuevo relato sin que se noten demasiado las costuras, dándole a la historia global de Cementerio General un trasfondo que sus artífices probablemente no imaginaron que podría tener al momento de concebirla, con una aproximación al mal que va más allá del simple juego de chicos y en la cual confluyen influencias de éxitos comerciales como El aro y clásicos del horror como El bebé de Rosemary.

Lo segundo es el reparto, al cual aplica el viejo dicho de «antigüedad es clase». Seamos claros: no es lo mismo Nikko Ponce que Hernán Romero o Airam Galliani que Attilia Boschetti. Los veteranos intérpretes, bien secundados por Ismael Contreras, dan vida al amable grupo de vecinos que acoge a Fernanda y Julio a su vuelta a Lima, valiéndose de su oficio para alejar a sus personajes del estereotipo, crear una atmósfera inquietante en torno a los recién llegados y contribuir a que el realizador salga bien librado del que ha sido hasta ahora uno de sus puntos flacos: la dirección de actores.

Esto último se evidencia en el trabajo de una Milene Vásquez tan sobria como expresiva y, sobre todo, en el de la auténtica revelación del filme: Matías Raygada. Instintivo y natural, el pequeño actor desarrolla con solvencia al personaje que concentra los mayores eventos sobrenaturales del filme, y sostiene buena parte del mismo sin pronunciar palabra alguna.

Y si la competente dirección interpretativa es una grata sorpresa, la calidad del apartado técnico es la confirmación de una realidad. Gracias a un cuidado trabajo de fotografía, edición, ambientación y maquillaje, CG2 cumple los estándares necesarios para medirse con cualquiera de los filmes industriales del género que pueblan regularmente los cines nacionales, así como tentar el salto al exterior. Ahora bien, afirmar que estos valores de producción obedecen únicamente a crear un producto vendible podría sonar mezquino, ya que sin duda aportan el empaque audiovisual necesario para realzar la historia y dotan a algunos escenarios del filme –el edificio donde vive Fernanda, el cementerio- de una estética monumental y malsana que contribuye al tono general del relato.

Y bueno, todo muy bonito hasta ahora, pero la pregunta es: ¿da miedo o no da miedo? Si bien Fernández-Moris no ha podido, o no ha querido, renunciar a algunas convenciones del género –rechinar de puertas, crujir de maderas, música estridente de cuerdas para los golpes de efecto- y las escenas de susto se tornan repetitivas en ciertos tramos del filme, se nota un intento de crear un clima perturbador a través del manejo de los espacios y el desplazamiento de los personajes que buscan el origen del terror o tratan de escapar de él. Muestras de ellos son la caminata nocturna del pequeño Julio, atraído por las almas en pena; la huida de este y Fernanda por los atemorizantes pasillos del edificio o la tensa fiesta de cumpleaños, en donde queda claro que hay que temerles más a los vivos que a los muertos.

Menos fortuna tuvo el realizador en sus concesiones al público masivo. Si bien la inclusión de conocidas figuras de realities no llega a estorbar lo suficiente, si lo hace la absolutamente gratuita escena con Leslie Shaw. Innecesaria como conexión con la película anterior –eso ya estaba claro desde la primera toma de CG2- y concebida con el único fin de vender carne, la performance de la ¿actriz? no funciona a nivel erótico ni terrorífico y solo provoca risas en los espectadores, desconectándolos de paso del suspenso que tanto trabajo había costado crear.

En resumen, podemos afirmar que el balance ha sido positivo para Fernández-Moris. Cada vez más dueño de sus recursos expresivos y atento a sus errores del pasado para subsanarlos, el cineasta no solo firma su más lograda incursión en el género de terror, sino su mejor película a secas. Quedamos a espera de comprobar si «Cementerio General 3» -¿alguien duda que habrá tercera parte?- nos devuelve a alguno de los protagonistas de esta historia o nos presenta a nuevos personajes asediados por el mal. Porque si bien ha quedado contenido, al menos en apariencia, el demonio siempre estará sediento de almas. Y de taquilla también.

Esta entrada fue modificada por última vez en 11 de octubre de 2015 23:23

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