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[Crítica] «Vidas pasadas», de Celine Song

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El qué hubiera pasado si es un concepto que puede llegar a atormentar a mucha gente. ¿Qué hubiera pasado si no me mudaba de país? ¿Qué hubiera pasado si me quedaba con mi novia o novio de la universidad? ¿Qué hubiera pasado si no cambiaba de carrera, me animaba a ir a tal fiesta, o me quedaba en casa en vez de salir? Son preguntas que lo obligan a uno a considerar diferentes posibilidades —distintos rumbos que nuestras vidas hubieran podido tomar, o que quizás existen en vidas pasadas o vidas paralelas, como versiones alternas de nosotros mismos. Las posibilidades son literalmente infinitas, y eso es precisamente lo que puede llegar a agobiar o frustrar a cualquier persona.

«Vidas pasadas” (Past Lives, 2023), la ópera prima de Celine Song, trata un poco sobre eso. Explora la posibilidad, aunque sea remota, de que una pareja se hubiera quedado junta en vez de separarse, y de cómo ciertos sentimientos inconclusos en el presente afectan la forma en que se perciben el uno a la otra. Y trata, también, sobre el in-yeon, un concepto que nos dice que, cuando uno se cruza o se encuentra con una persona y desarrollan una relación de cualquier tipo, seguramente se han encontrado muchas veces más en vidas pasadas. Quizás en el presente no son nada, pero en vidas pasadas pudieron ser mejores amigos, amantes o hasta esposos. Sus circunstancias seguramente eran distintas, pero lo que sienten el uno por la otra no.

Es así, pues, que «Vidas pasadas” se convierte en una experiencia que le permite a uno reflexionar mucho sobre su propia vida y las decisiones que ha tomado a lo largo de los años. Generalmente, no soy alguien que se obsesione con el qué hubiera pasado si; prefiero mirar hacia adelante, consciente de que mis decisiones del pasado afectan mi presente y mi futuro, pero sin llegar a obsesionarme con ellas. No obstante, las preguntas que el film plantea simplemente son demasiado fascinantes como para ignorar. Sus protagonistas no quieren cambiar su presente –están seguros de que están donde deben estar—, y sin embargo, muy adentro y de forma cada vez menos sutil, no pueden dejar de preguntarse: ¿qué hubiera pasado si…?

La película está narrada, principalmente, desde la perspectiva de Nora (una excelente Greta Lee), una inmigrante coreana que vive ahora en Nueva York con su esposo, el escritor Arthur (John Magaro), y que trabaja como autora de obras de teatro. No obstante, doce años atrás, estuvo en contacto con su amigo/novio de la infancia, a quien tuvo que dejar de niña cuando se fue de Corea con su familia: Hae Sung (Teo Yoo). Hablaron por mucho tiempo por Skype, hasta que Nora se dio cuenta de que su arraigo al pasado estaba afectando su presente, razón por lo que decidieron dejar de llamarse. Doce años después, sin embargo, Hae Sung por fin la visita en Nueva York, lo cual trae consigo una serie de sentimientos encontrados que hará que su relación (¿amical?) se complique un poco. 

«Vidas pasadas” es una película de silencios que nos dicen mucho; intentos de interacción que no llegan a nada, y que contribuyen con el tema central de relaciones incompletas y acciones posibles que nunca se llevan a cabo. Una escena particularmente poderosa se lleva a cabo hacia el final del filme, en donde Nora y Hae Sung esperan un taxi en la calle. Los dos se miran fijamente, parece que en cualquier momento harán algo, él se acerca un poquito, ella no deja de mirarlo… y finalmente llega el taxi, interrumpiendo la potente conexión que estaban teniendo. ¿Se iban a besar? ¿Se iban a decir algo? ¿O simplemente se iban a despedir? No es necesario que ninguno de los personajes diga algo para que el espectador simplemente sienta lo que está pasando, y se muera de la tensión por lo que podría pasar.

Es así que «Vidas pasadas” se convierte en una de las experiencias más sutilmente poderosas que uno puede tener en el cine estos días. Nunca cae en el melodrama, y al estar —parcialmente— basada en la vida de la guionista-directora Celine Song, evita muchos de los clichés que uno esperará de un romance aparentemente imposible como este. De hecho, ningún personaje es villanizado, ya que todos deben lidiar con sentimientos complejos y situaciones poco ideales. El Arthur de John Magaro, por ejemplo —comprensivo, paciente— muy fácilmente podría haberse convertido en una suerte de antagonista para nuestros personajes principales (¡él mismo lo dice!). Pero más bien, es representado como alguien que entiende a su esposa, y que al estar seguro de cuánto es amado por ella, deja pasar muchas cosas que otros simplemente no hubiesen permitido.

No obstante, la cinta le pertenece tanto a Greta Lee como a Teo Yoo. La primera desarrolla a Nora como una mujer que ha logrado hacer todo lo que supuestamente tenía que hacer en la vida: emigrar, estudiar, convertirse en profesional, casarse con alguien a quien ama, y trabajar en lo que le gusta. Y sin embargo, Hae Sung representa un pequeño hilo que no ha logrado cortar; la posibilidad de una vida alterna, muy distinta a la que tiene, y que se siente como una pequeña mancha en su prístina realidad. Lee interpreta a Nora con muchas miradas, diciéndonos más con su lenguaje corporal que con diálogo, permitiéndole al espectador entender lo que ella siente, empatizando con ella sin juzgarla y comprendiendo lo complicada que es la situación que está viviendo.

Y por su parte, Teo Yoo interpreta a Hae Sung como el contraste perfecto para la americanizada Nora: como un hombre que, supuestamente, también ha logrado lo que se espera de él en la sociedad coreana, pero que se siente absolutamente mediocre, tanto así que se separa de su novia porque siente que ella merece algo mejor. Hae Sung viaja a Nueva York para ver a Nora después de doce años, para lograr… ¿convencerla de que se vaya con él? ¿Para ver con quién se ha casado? ¿Para recuperar algo que perdió años atrás? Pueden ser todas estas opciones o ninguna; el caso es que Yoo interpreta al personaje como alguien inseguro pero de buenas intenciones, que representa una parte perdida de la vida de ambos, el qué hubiera pasado si en forma humana.

«Vidas pasadas” es el tipo de película que tiene que ser considerada bajo sus propios términos, y que nos da el tiempo para reflexionar sobre lo que nos dice mientras lo vemos. El ritmo pausado, los silencios que dicen mucho, y los intercambios de miradas entre personajes son parte de la historia, una virtud y no un defecto. “Muy lenta” dijo un señor detrás mío en el cine apenas terminó la película. En efecto, no se trata de una película para alguien que espera ver una producción interesada únicamente en La Trama (™), si no más bien de un filme que lo invita a uno a concentrarse e ir más allá de lo superficial. Si están dispuestos a hacer eso, «Vidas pasadas” es de las experiencias más gratificantes que puede tener uno en el cine estos días. Una película sutilmente devastadora, que espero se quede grabada en sus cabezas por un buen tiempo.

Esta entrada fue modificada por última vez en 9 de febrero de 2024 12:09

Sebastián Zavala

Cineasta, docente, y crítico de cine. Miembro de la APRECI —Asociación de Prensa Cinematográfica y la OFCS - Online Film Critics Society. Cofundador y editor en FotografíaCalato.com y NoEsEnSerie.com, y crítico de Cinencuentro.com, MeGustaElCine.com, y Ventana Indiscreta.

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