Lo atractivo de Kika (2025) resulta de la retrospectiva. A principio, una película que parece hacer guiño al drama social que luego transita por el drama personal, el melodrama, pasan cosas para después evocar a un escenario exótico, totalmente ajeno a lo que se nos presentó o nos imaginamos, pero que, curiosamente, dialogará con coherencia con lo que ha venido conteniendo su protagonista. Kika (Manon Clavel) es una madre de familia que labora para una oficina pública. Su vida da un vuelco para cuando conoce por accidente a un hombre. Es una hermosa anécdota que su directora Alexe Poukine decide no elaborar a profundidad. De hecho, la primera parte de su ópera prima de ficción es una serie de episodios. Elipsis tras elipsis. Es un ritmo dinámico que hasta cierto punto se detiene. Podríamos tomar todo ese seguimiento intensivo como la introducción a lo que será la nueva rutina de su protagonista, la que implica su nueva versión, nuevos retos, el sobrevivir el día a día y un drama que cala en lo más profundo de su ser. Estamos ante un trayecto que me recuerda al retrato de un drama social europeo promedio. El espectador irá empatizando con un personaje a propósito de su ritmo de vida intenso, aflorando en el camino las contradicciones de la sociedad moderna.
Entonces veremos a Kika asediada por su infortunio, en tanto, ella inventando la forma, primero, cómo escapar, después, cómo resolver. A partir de aquí se va descubriendo ese lado contradictorio o ambiguo de la protagonista, quien presa del miedo se deja orientar por el instinto y la improvisación. El carácter de lo ambiguo se revitaliza para cuando comience a reconocer ese nuevo nicho que bien podría ayudarla a superar su situación. Aquí vale mucho la pena no spoilear ese escenario. La mujer, presa del miedo ante la derrota y la represión emocional, verá en un oficio extravagante un medio para sacar a flote su vida. El hecho es que fruto de ello comenzará a ser víctima de una serie de experiencias, aquellas que chocan con su moral tradicional y conservadora. Ahora, eso no significa que Kika sea una adepta a un discurso cucufato o mucho menos religioso. Sucede que la mujer se le ocurre asistir a una comunidad muy poco tradicional efecto de su desesperación. Esto implicará que una y otra vez su modo de pensar se estremezca. En ante dicho vaivén que Kika resulta estimulante y revelador. Uno no hubiera pensado que la película llegaría a “ese lugar”. Pero lo importante de esto, dramáticamente, es que Alexe Poukine no invoca esa extravagancia con el fin de explotarlo, sino aprovecharlo para crear beneficios a su protagonista en distintos niveles. Esta es una película sobre alguien en dirección a su sanación.
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