Juana de Arco va a la disco: clásico del cine musicalizado en vivo


La pasión de Juana de Arco, del director danés Carl Theodor Dreyer, es una de las obras maestras del cine de todos los tiempos. Fue realizada en 1928 y, tratándose de una película muda, en esta ocasión se ha presentado en Lima con una musicalización en vivo a cargo de los artistas Silvana Tello y Frank Cebreros.

Tuve la oportunidad de asistir a esta presentación hace un par de días en el Británico de San Borja y me pareció muy original. Lo interesante es que se propuso llevar esta obra de carácter sacro, casi místico, a un espacio inusual: una discoteca contemporánea. Esto podría parecer una locura y, de hecho, tiene algo de eso.

Si no, veamos un antecedente cercano a la época de Juana de Arco. Johann Sebastian Bach, en sus numerosas obras sacras (incluyendo la monumental Pasión según San Mateo), incluía música de danza de la época (sarabandas, sicilianas, bourees o minuetos) pero no con fines de baile sino resignificándolas como símbolos de gracia o esperanza en contextos devocionales.

Si en Bach se parte de estructuras rítmicas de danza para elevar la sensibilidad espiritual y emocional del oyente, en la musicalización que presenciamos se desarrolla hasta cierto punto el camino inverso: partimos de la contemplación interior que ofrece la película al mundo terrenal, externo, que proporciona una aproximación al ritmo de vida del presente. Por esta vía, la musicalización busca una visión contemporánea de esta obra maestra del cine clásico.      

Si bien la interpretación fue improvisada, siguió ciertos patrones estructurales y algunos de detalle. Una primera parte enfatizó lo grotesco y malvado de los acusadores de Juana. La segunda, más homogénea –y siempre dentro de un enfoque minimalista– fue un acompañamiento eficaz para el interrogatorio. Y el final encajó muy bien con el dramatismo del clímax y el pavoroso desenlace. De otro lado, hubo puntualizaciones sonoras y algún silencio para ciertos momentos de la acción.

Al inicio, confieso que la música me pareció desvinculada de las imágenes. Sin embargo, pocos minutos después, comencé a notar que ciertos sonidos —inquietantes, atmosféricos, agudos— encajaban de forma sugerente con algunos personajes de la película. Luego, la propuesta enganchó coherentemente con el filme y hacia el final, cuando la obra alcanza un ritmo dramático e intenso, la música resultó perfecta: acentuó la carga emocional con gran eficacia.

Hay que tener en cuenta que en la época del cine mudo, si bien no existía el hablado, siempre había música. Las proyecciones se acompañaban con piano, pequeños conjuntos de cámara o incluso grandes orquestas sinfónicas. En ese sentido, esta propuesta no rompe con la tradición, aunque sí resulta muy original por su carácter electrónico y por el tipo de ambiente que sugiere.

La música fue totalmente improvisada e interpretada electrónicamente, con la inclusión de hasta tres theremines (instrumentos que generan sonidos sin contacto físico, a menudo asociados con el imaginario de los platillos voladores), así como teclado y voz. Es una interpretación con una tendencia hacia lo minimalista y repetitivo.

Ahora bien, ¿por qué esta musicalización funciona? La clave está en el montaje rítmico y emotivo que caracteriza esta obra.

Para empezar, Dreyer fragmenta el espacio fílmico en una sucesión de planos muy cercanos, sobre todo primeros planos y primerísimos primeros planos que se concentran en el rostro de los personajes. En la composición de los encuadres, los rostros aparecen en lugares inusuales: en una esquina, en la parte superior del cuadro o en ubicaciones inesperadas. 

No hay una continuidad espacial tradicional. De hecho, la película comienza de frente con los rostros, sin establecer una ubicación general de la escena como se hace comúnmente con la sucesión e intercalamiento de planos generales, planos medios y primeros planos.

Esto genera una gran intensidad emocional. Además, Dreyer contrapone imágenes para reforzar contrastes dramáticos: los rostros fríos, burlones o imperturbables de los jueces frente a la mirada pura y sufriente de Juana, lo cual acentúa el conflicto moral y espiritual.

Pero la característica clave es que el montaje ajusta la duración de los planos según la tensión dramática. Cuando la intensidad emocional aumenta, los cortes se aceleran; cuando hay contemplación, los planos se alargan. Así, la película avanza con un ritmo muy particular: los largos primeros planos de Juana contrastan con los planos breves de los soldados, los jueces o la multitud en movimiento. A medida que el desenlace se aproxima, los cortes se hacen más frecuentes, hay más movimiento en el encuadre, más masa, más acción. La contemplación se transforma en tensión y llega a lo dantesco.

En ese momento, la música también se transforma. Su carácter rítmico y emocional refuerza las imágenes, funciona como un bajo continuo sonoro que sostiene y potencia lo que vemos.

Por último, hay que señalar que los cortes no siempre respetan la dirección de la mirada o la línea de eje, como en el montaje clásico. Esto produce una sensación de irrealidad, que añade un tono casi místico a grandes tramos de la película. La actuación de la protagonista, María Falconetti, también es memorable.

Por todo esto, los invito a ver esta muy original musicalización de La pasión de Juana de Arco. Se presentará nuevamente el jueves 29 en el Británico de Surco a las 7 de la noche.

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