Des preuves d’amour (Love Letters, Francia, 2025) nos sitúa desde la primera escena en el contexto de la celebración por la aprobación de la ley Taubira en 2013 en Francia, por la cual las personas del mismo sexo pueden contraer matrimonio y adoptar hijos. Luego de ese breve prólogo, conocemos a Céline (Ella Rumpf), quien está casada con Nadia (Monia Chokri). Ambas esperan su primer hijo concebido por inseminación artificial, pero como Nadia es quien lleva el embarazo, Céline debe hacer un trámite largo y engorroso para adoptar al niño una vez que nazca y así poder ser su madre ante la ley, por más que lo sea de facto.
Como parte de ese proceso, Céline debe conseguir 15 cartas de recomendación de sus amigos y familiares, quienes deben argumentar por escrito por qué consideran que ella es una figura materna idónea y que está capacitada para criar a su hijo. Esa búsqueda de las quince personas se convierte en un motor narrativo que lleva a las protagonistas a visitar a otras parejas de amigos, a la familia de Nadia y, en lo que representa la subtrama más rica y compleja, a la madre de Céline: la prestigiosa pianista Marguerite (Noémie Lvovsky), de quien Céline está distanciada desde hace un tiempo.
A partir de todas esas interacciones amicales y familiares, la directora Alice Douard (quien además firma el guion junto a Laurette Polmanss) explora los diversos matices que definen a la maternidad en la sociedad francesa contemporánea, es decir, qué características o competencias debe tener una mujer para ser considerada apta para ser madre. Además, está el componente específico de la identidad sexual de Céline en un contexto en el que la nueva ley y, por lo tanto, el Estado, la reconocen como esposa de su compañera de vida, pero por más que ambas críen a su bebé en igualdad de condiciones, Céline debe sortear los obstáculos de varios trámites burocráticos para ser reconocida también como madre de su propio hijo.

Las escenas de tono cómico en las que Céline asume el rol de niñera de los hijos pequeños de un compañero de trabajo, se alternan con escenas dramáticas más reflexivas y tensas, en las que ella y Nadia comparten sus miedos, dudas e inseguridades sobre todos los vuelcos que la maternidad traerá a sus vidas: desde los cambios físicos y hormonales en el cuerpo de Nadia hasta las presiones económicas que acarrea tener un hijo, con el consiguiente dilema de querer aumentar la carga laboral para obtener más dinero, pero a la vez tener menos tiempo para compartir con la pareja o los hijos.
Como un homenaje a Autumn Sonata (1978) de Ingmar Bergman, Des preuves d’amour («Pruebas de amor») muestra el reencuentro entre Céline y su madre, Marguerite, una celebrada y famosa pianista de música clásica, luego de años sin verse ni tener mucha comunicación. La cortesía inicial cede paso a los eventuales reproches de ambas y a la constatación de cuánto las une (la pasión por la música de la madre pianista y la hija DJ) y cuánto las separa (la visión tradicional y pragmática de la madre, la actitud más sensible y empática de la hija).
A punto de dar un concierto, Marguerite le entrega a Céline la carta que ella le pidió escribir. A través de la voz en off de Marguerite, conocemos el contenido de la misiva y se abre paso la reconciliación a través del nuevo vínculo que las une: ahora ambas son madres y cada una comprende más a la otra en esta nueva etapa de sus vidas. Tanto la carta que escribe la madre para su hija, como la dedicación que tienen Céline y Nadia con su bebé cuando nace se transforman en esas pruebas de amor materno a las que alude el título de este drama cálido y sensible.
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