[Crítica] “Cuadrilátero” (2024), de Daniel Rodríguez Risco


El quinto largometraje de Daniel Rodríguez Risco, ganador del Premio Especial del Jurado del Festival de Friburgo 2025, podría resumirse con su plano inicial: una jarra que vierte una cantidad exacta de agua en cuatro vasos de vidrio. Este acto aparentemente trivial representa una filosofía de vida delirante que la familia protagónica ejerce casi literalmente con uñas y dientes. Cuadrilátero (2024) es una bendición de título para una comedia negra familiar que abraza un estilo minimalista y un tono adulto más propios del cine de autor europeo. Una propuesta experimental mayoritariamente gratificante para una escena cómica peruana penosamente conservadora.

La familia de Alfredo (Gonzalo Molina) y Adriana (Lizet Chávez) presume de una vida próspera basada en un orden peculiar que gira en torno al número cuatro. Su devoción extrema a este orden se mantiene incluso tras la llegada de un tercer hijo, Tomás (Amil Mikati), que es obligado a crecer a la sombra de sus hermanos Lucía (Valentina Saba) y Felipe (Fausto Molina). Tomás eventualmente aprende sobre el ideario de este orden y busca la forma de empujar a uno de los otros miembros fuera del cuadro familiar perfecto. Esto desencadena una confrontación permanente dentro de la familia que revela los límites que están dispuestos a cruzar con tal de mantenerse adheridos al orden del cuatro. 

El pequeño Amil Mikati, uno de los protagonistas de Cuadrilátero (2024)

Lo que más llama la atención de Cuadrilátero es su sencillez narrativa y mudez parcial. Salvo por la secuencia inicial, son pocos los diálogos que la cinta requiere para desarrollar y mantener el interés por su trama. Los cinco actores logran entablar perfiles de personalidad distintivos en base a expresiones faciales y corporales en sus dinámicas hogareñas. Sus escenas en sus respectivos ambientes educativos o laborales son un poco más verbales pero no revelan mucho más que lo anterior. Mientras que Lucía es desafiante y calculadora, Felipe se muestra tímido y dócil. Alfredo es más bien parco y conformista, y Adriana es obstinada y sacrificada. Tomás es sin duda el más interesante pues pasa de primitivo y sumiso a astuto y templado. Todos tienen sus momentos bajo el reflector, pero Amil Mikati (hijo de los también actores Saskia Bernaola y el argentino Leandro Mikati) destaca por hacer que su interpretación infantil logre encajar con el tono maduro de la historia. 

La puesta en escena también contribuye al carácter peculiar del filme, sobre todo en relación al hogar de la familia. Pese a estar ubicada en un mundo urbano contemporáneo, la casa familiar cumple con las exigencias cuadriculadas del guion, desde sus espacios interiores hasta una cancha de vóley segmentada en cuatro. La paleta de grises y azules del vestuario de la familia también se preserva al interior del hogar, haciendo que sus escenas se sientan intencionalmente incómodas. Se agradece que dicha paleta se limite a estos componentes y que no se haya llegado al extremo de aplicar un filtro azulado en todo el metraje. 

Su comparación con la icónica Dogtooth (2009) de Yorgos Lanthimos es inevitable por compartir familias protagónicas con predisposición a la violencia física y otras prácticas heterodoxas, amplias casas suburbanas con piscina y jardín, y tramas enrevesadas y descaradas. Pero las similitudes acaban ahí. Aunque haya podido servirle de inspiración, Rodríguez Risco no pretende que su obra sea una mera adaptación criolla y familiar del filme griego. Cuadrilátero sí que toma prestado su sentido del humor perverso y su impasibilidad ante el delirio colectivo para proponer una experiencia ingeniosa e impredecible, muy parecida al de un juego de mesa por su estructura repetitiva pero con cambios sorpresivos al final de cada partida. 

Sin ser totalmente anárquica, Cuadrilátero es una propuesta suficientemente creativa y arriesgada en el panorama peruano contemporáneo. Sus escasos diálogos y su ritmo pausado pueden ser frustrantes para quién no esté acostumbrado, y su resolución pudo ser menos abrupta y previsible, pero el filme de Rodríguez Risco demuestra un buen equilibrio entre provocación y entretenimiento. No será el competidor más ruidoso en el paupérrimo cuadrilátero de la comedia peruana, pero, como el pequeño Tomás, es uno de los que quedan mejor parados.

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