La última película del provocador Radu Jude ha tenido su estreno en Perú gracias al Festival de Cine Al Este, con distribución de Luxbox. El largometraje, que tuvo su premiere mundial en la Berlinale, narra la historia de Orsolya, una alguacil que enfrenta el duelo y la culpa tras el suicidio de un hombre al que debía desalojar en Cluj-Napoca, capital de la región rumana de Transilvania.
Al igual que en el resto de su filmografía, Jude no duda en mostrar la ironía de la sociedad rumana a cada paso que puede. El contraste entre una hermosa ciudad, con edificios clásicos y parques con lo último de la tecnología integrado en ellos, se opone a nuestro primer protagonista: un vagabundo deambulando por las calles y pidiendo colaboraciones de quien pueda dárselas. El director comienza y continúa con una fuerte crítica al capitalismo de esta época, incluso en países que pertenecían al bloque comunista hace unos años.

El primer gran giro de la trama expone crudamente las consecuencias de este sistema, donde la modernidad aplasta a quienes no logran subirse a la ola de la producción constante. Incluso la empatía, bajo la mirada de Jude, parece una commodity que solo algunos pueden permitirse.
Orsolya, la alguacil en cuestión, no supera la culpa alrededor del suicidio. La constante martirización de su personaje contrasta con todo su entorno, que entre burlas o desestimaciones trata de dejar ese tema atrás. En el capitalismo que propone Jude no hay tiempo para reflexiones: todo va a alta velocidad y quedarse atrás es un riesgo importante. No es sorprendente que la misma protagonista esté en contra de la construcción apresurada de nuevos edificios en su ciudad de residencia, que no paran de crecer y crecer, mientras aprietan más a sus habitantes con espacios de vivienda cada vez más pequeños. A su vez, las mentalidades también toman estos tonos, y vemos amplios discursos xenófobos y racistas dirigidos a todo aquel que no sea nacional.

Rodada íntegramente con un iPhone, Kontinental ’25 enfatiza también de esta forma la volatilidad de nuestra época. Jude ha señalado que esta decisión técnica le permitió ir directo a la esencia de la historia, que a su vez está impregnada de referencias. Algunas son sutiles, como la que él mismo menciona en entrevistas respecto a su título, que hace referencia a la película de Rossellini Europa 51, la cual también lidia con la culpa luego de un suicidio. Otras son más explícitas, como cuando se habla de La lista de Schindler por parte de los personajes de la película, mostrando la incoherencia de la culpa que vive la protagonista frente a un sistema que no puede cambiar. Pero quizás la referencia más irónica —la más Radu Jude— es la realizada a la última película de Wim Wenders, Perfect Days: al hablar de un vagabundo distinto, una amiga de la protagonista le dice que quería llamar al personaje principal para que limpiara la calle donde el sin techo se encontraba.
Quizás la trivialización de una película tan profunda como Perfect Days describe el humor de Jude y la frialdad del espectador común. Es imposible sentir empatía a un nivel real por el personaje, porque esta se vuelve un acto de revalorización por su entorno, una manera de justificarse mientras se vive en los privilegios de su posición. Radu Jude pone el dedo sobre la herida, una vez más, dándonos un largometraje que da mucho de qué hablar.
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