Veintiocho años después del brote viral que devastó al Reino Unido, un adolescente criado en aislamiento emprende un viaje con su madre enferma para encontrar ayuda médica, enfrentándose por primera vez a los infectados y al mundo salvaje que quedó atrás.
La verdad, uno de mis motivos para no estar muy entusiasmado por esta nueva entrega era justamente el mismo Danny Boyle. Sin duda, es un director que a lo largo de su carrera ha tenido aciertos importantes, entre los que se encuentran la primera película de este universo y otras como Trainspotting (1996) o Steve Jobs (2015). Lamentablemente, también ha dado, a mi parecer, grandes decepciones como Quisiera ser millonario (Slumdog Millionaire, 2008) o Yesterday (2019), que, como cinéfilo y fan de The Beatles, me parece terrible, por lo que siempre me ha parecido un director muy irregular. Esto aplica también para Alex Garland (guionista del film), que tampoco es santo de mi devoción. Así que, teniendo en cuenta estos factores, siempre tomé con pinzas el hype que se había formado alrededor de este nuevo proyecto.
Ya luego de haberla visto, puedo decir que he quedado gratamente sorprendido, sobre todo por las decisiones que toma en un contexto como el actual, donde las sagas revividas después de años buscan, a como dé lugar, recordarnos qué fue lo que las hizo grandes en el pasado. En esta película no pasa eso: opta más bien por tener todo, de principio a fin, con la mira puesta en el futuro, ambicionando lo que viene y sin regodearse en lo ya establecido. Y es que tanto Boyle como Garland saben que, para capturar el mismo encanto de la primera, que fue muy hija de su tiempo en todo sentido, basta con echar un vistazo al mundo moderno para sentar las bases de su nueva historia.

En ese sentido, uno podría entender el motivo de hacer que el protagonista sea un niño en pleno proceso de maduración. Al haber nacido durante el virus, Spike no conoce otro mundo que no sea el de ese lugar aislado conocido como “tierra sagrada”. Por eso, tanto Jamie (Aaron Taylor-Johnson), su padre, como el resto de los habitantes saben que, tarde o temprano, deberá salir de allí para enfrentarse a los infectados, como si de un rito de paso se tratara. Ese acontecimiento será precisamente el que desencadene los hechos.
El viaje de Spike se inicia junto a su padre, quien busca enseñarle a la fuerza que la supervivencia es un acto frío y sin remordimientos. Para él, acabar con cada infectado es solo una cifra más en su contador de bajas, creyendo que así forjará el carácter necesario para ser útil dentro de ese mundo que han formado, donde la gente se ha visto obligada a un retroceso tanto tecnológico como social en su forma de vivir.
Ahí ya se evidencia que, a nivel de ideas, tanto director como guionista expresan con firmeza —que no es lo mismo que subrayar— un mal que hoy se ha normalizado. Si recordamos Exterminio (28 Days Later, 2002), la primera película, el protagonista interpretado por Cillian Murphy tenía ese miedo constante de perder su humanidad, rodeado aún de personas que le demostraban que el mundo tenía chances de prevalecer. Incluso frente a actos nefastos, podía limpiarse las culpas. Ese mundo ya no existe en Exterminio: la evolución (28 Years Later), lo que refleja cómo nosotros, como sociedad, también hemos normalizado la violencia, quedando insensibles frente a ella.

Allí se entiende por qué esta “tierra sagrada” quedó marcada por el retroceso. Así como el progreso se detuvo, también los valores morales se volvieron más básicos, por lo que solo queda sobrevivir, sin mayor propósito que no perder lo poco que queda. No obstante, lejos de quedar consumido por esa insensibilidad, Spike ve en su madre (Jodie Comer), enferma de algo que nadie sabe qué es debido a la ausencia de doctores, un faro moral en lo que respecta al desarrollo y preservación de la humanidad.
Por supuesto, esto no se expresa de manera literal, pero basta con saber que ella es la única que cree que Spike todavía no debe ser expuesto al mundo de los infectados y merece vivir una infancia segura. Eso ya dice mucho sobre la dualidad en la que él se encuentra. Es cuando emprenden juntos ese viaje en tierra firme para intentar curarla que Spike se enfrenta a toda clase de pruebas, afinando sus habilidades de caza sin descuidar su misión principal.
En este punto, la aparición del Doctor Kelson (Ralph Fiennes) será clave para que Spike entienda el rumbo que debe tomar en esta nueva vida que le ha tocado. Con su visión más respetuosa hacia los infectados, el doctor le enseña que, incluso en medio del apocalipsis, se debe conservar el valor de las vidas que se pierden. Aunque ya estén condenadas, no significa que no han tenido una vida antes. Esa alma que su padre le decía que ya no existía, el doctor la reafirma.

La llegada de este personaje es fundamental para redondear las ideas planteadas sobre la muerte y el camino que se debe seguir si uno no quiere ser seducido por la barbarie. Sin embargo, aun cuando Boyle y Garland podrían haber optado por lo seguro, terminan llevando las cosas hacia un lugar inesperado. Esto se vincula con el polémico final, que no detallaré, donde nos dan a entender de forma peculiar que nuestro héroe sigue en formación. Y que, además de entender el valor de la vida, debe asumir que en ese mundo que continúa explorando aún hay otros males por descubrir.
En conclusión, Exterminio: la evolución es una fascinante secuela que, al tomar toda una serie de riesgos, sale airosa de casi todos. Igual creo que no se salva de algunos tropiezos, como el hecho de darle nuevas categorías a los infectados, lo cual, a mi parecer, no suma mucho al relato por ahora. Asimismo, si bien se entienden las ideas generales sobre el propósito del personaje de la madre, por momentos durante el segundo acto parece dispersarse, sin decidir si quiere profundizar en esa historia o desviarse hacia otros caminos.
Fuera de eso, creo que Danny Boyle logra una digna continuación de lo que comenzó con la primera Exterminio, experimentando con nuevas tecnologías (unos iPhone bastante bien equipados) para construir un relato muy atractivo a nivel visual, que nunca llega a cansar. Por el contrario, termina funcionando para bien, manteniéndonos en constante suspenso y exponiéndonos al contraste entre la belleza de la naturaleza y los horrores que ocurren en ella. Puede caer, a veces, en algunos vicios ya conocidos de su carrera, similar a como sucede con la pluma de Garland, pero eso no impide que uno acabe deleitado y aterrorizado con lo visto.
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