[Crítica] «La anatomía de los caballos» (2025): cabalgatas sobre el tiempo


El cine peruano en lenguas originarias sigue dando gratas aunque complejas sorpresas. La anatomía de los caballos, ópera prima del realizador Daniel Vidal Toche, actualmente circulando en festivales internacionales, es una película sorprendente y fascinante. Sorprendente por la audacia formal de explorar a distintos planos el tiempo cíclico mediante procedimientos cinematográficos. Y fascinante porque plantea las acciones dramáticas a manera de preguntas en torno a un asunto compartido en el tiempo: la idea de la revolución en los Andes.

Es una película a medio camino entre la ciencia ficción y la mitología. De la ciencia ficción toma la idea del viaje o el salto en el tiempo, desde siglo XVIII al presente. Mientras que de la mitología recupera el concepto del tiempo cíclico, relacionado con la  idea del eterno retorno, en este caso, de la revolución en el mundo andino; aunque más exacto sería decir de la derrota de las rebeliones, pasadas y presentes, en este espacio.

El filme se desarrolla en la vasta geografía rural en los Andes y su argumento está dividido en dos grandes partes. La introducción fragmentaria adelanta el asunto de la segunda parte y, luego de lo cual, lo que se muestra es al líder indígena Ángel Pumacahua quien traslada a su hermano (en el plano histórico, su padre) moribundo, Mateo, luego de la derrota de su insurrección contra el dominio colonial español en Cusco. 

Al mismo tiempo, se menciona como inspirador de esa rebelión a otro líder, José Gabriel, posiblemente José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II. La película no lo dice, pero Pumacahua ayudó a los españoles a debelar la insurrección de Túpac Amaru II en 1781, luego de lo cual, en 1814, él mismo cambió de opinión y encabezó otra rebelión contra los españoles. La primera parte del filme es en realidad el desenlace personal y ficcionado de ese hecho histórico (en el que tanto Mateo como Ángel fueron ejecutados, a diferencia de lo que ocurre con este último en el filme).  

La segunda gran parte se inicia con la llegada de un meteorito bajo el que vemos torres eléctricas de alta tensión, ya en el presente. De esta forma, Ángel se involucra en una feria campesina organizada por una empresa minera, visita su madre y se encuentra con una muchacha de la localidad que ha perdido a su hermana gemela (a la que Ángel ha visto en sueños antes). En el hueco dejado por el meteorito se ha formado una pequeña laguna en cuyas ondas superficiales se reflejan, producen y diluyen contactos con personajes desaparecidos o fallecidos; ilustrando un plano mítico, intemporal y que va de la mano con las acotaciones oníricas.

De esta forma, el filme está compuesto por el desenlace de un relato previo y el planteamiento de una nueva historia en torno a la desaparición de la hermana; en el contexto de una protesta campesina contra la explotación minera en la zona, la que es frenada o mediatizada por los propios dirigentes comunales. 

En ninguno de los dos casos estamos ante el desarrollo de una narración convencional sino solo ante un gran bloque de desenlace y otro gran bloque de planteamiento; ambos referidos a situaciones de resistencia que devienen en derrotas de la rebelión indígena en el tiempo; estableciéndose un cierto paralelismo y continuidad circular entre ambas épocas, pese al salto temporal. De esta forma, el tiempo es el elemento común tanto de este planteamiento narrativo como el del conjunto de la puesta en escena.

La película destaca el uso extensivo del paisaje natural, mediante grandes panorámicas de esos espacios, muchas veces desolados e interminables, merced a un notable trabajo de fotografía y cámara; así como de una buena banda sonora. Tal amplitud y vastedad sostiene la idea de larga duración, incluso de intemporalidad. En planos más cercanos los personajes hablan casi a susurros, lo que es consistente ya sea con el contexto de conflicto social como por los contactos con el plano mítico. 

Al mismo tiempo, se muestran relativamente distantes en el plano emocional y muchas veces lentos en la acción física (salvo en el enfrentamiento físico al comienzo y final del filme). Adicionalmente, el tempo lento dominante en la cinta ralentiza el tiempo de la acción, todo lo cual es consistente con el ritmo de vida más tranquilo y reposado en las comunidades y las vastas áreas rurales en la que se desarrolla la película.  

Sentir el paso del tiempo en esta parsimonia permite conectar el plano de lo cotidiano con la faceta mítica de lo que vemos reflejado como sueños en la ondulante y erizada superficie de la laguna abierta por el meteorito. Mientras que el salto de tiempo ilustra en alguna medida el concepto histórico de larga duración. Por si fuera poco, en la secuencia conclusiva, la película  hace un guiño a la entropía del tiempo, a la manera de Christopher Nolan en Tenet.

Está claro que estamos ante una película decididamente intelectual, en la que lo narrativo está subsumido en la ilustración de la idea de la revolución. De un lado, se muestra cómo esta no prospera por la falta de cohesión o unidad de los grupos indígenas subordinados; pero, de otro lado, la película es una apelación al debate sobre esta incapacidad para articular una revolución exitosa, en el pasado y el presente. Al ser un filme hablado casi totalmente en quechua y que apela a tradiciones culturales locales, es posible que logre llegar al segmento de público al que está dirigido. Veremos.  

Para el resto de los mortales, el filme es relativamente complejo ya que solo se plantean los conflictos dramáticos, pero no se los desarrolla completamente, como sucedería en una película convencional. Pese a ello, recordemos que muchas veces el valor del arte reside en que se plantean preguntas, antes que dar respuestas; como lo hace con maestría cinematográfica La anatomía de los caballos. Lo que no deja de ser una apuesta arriesgada. 

Esta propuesta inquisitiva, que además exige un mínimo conocimiento previo del contexto histórico y actual de la resistencia indígena, no calza con las expectativas de un público amplio. Las actuaciones, por ejemplo, aunque correctas, están enmarcadas en un plano poco emocional y más bien sirven de ilustración a un concepto que deviene abstracto a causa del tratamiento distanciado del realizador Daniel Vidal

En esa misma línea, la ausencia de mayores desarrollos narrativos genera que estos pasen hasta cierto punto a un segundo plano, incluyendo la propia apelación al tema de la revolución, relegados por el mayor peso e importancia de la reflexión audiovisual sobre el tiempo, lo que constituye su gran aporte en la esfera del lenguaje audiovisual.

En consecuencia, estamos ante una obra compleja pero de inocultables valores cinematográficos, especialmente en el campo de la fotografía y ambientación, así como también de la recuperación de hechos históricos y planteando la vigencia de tradiciones culturales vivas, incluyendo el idioma quechua. Igualmente valiosas son las interacciones entre los diversos planos temporales lograda con gran creatividad a través de medios puramente audiovisuales, con las atingencias mencionadas. Lo que demuestra el enorme potencial del cine en lenguas originarias. Esta es una obra que debe verse y disfrutarse especialmente en pantalla grande. Recomendable.

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