En A media calle (2025), la ópera prima del huancaíno Eduardo Orcada Villalva, lo que podría señalarse como falencias formales o de acabado técnico se compensa con creces con una generosa dosis de corazón, ternura y un palpable cariño por sus personajes. Ciertamente, se perciben algunos desajustes en la pista de sonido, y la interpretación de Arnold Torres como Antonio, el joven y atribulado protagonista, puede rozar la sobreactuación en ciertas secuencias iniciales. Asimismo, algunas líneas de diálogo revelan cierta artificialidad que rompe con la verosimilitud. Sin embargo, una vez superados estos baches y asimiladas las limitaciones de producción, el filme encuentra su rumbo, sus personajes e interacciones ganan en profundidad, especialmente en la compleja y matizada relación entre Antonio y su padre, un saxofonista de huaynos.
Estamos ante un coming-of-age adolescente que sigue aplicadamente las pautas del género, delineando el viaje vital de Antonio a través de los tópicos recurrentes de este tipo de relatos: la búsqueda inicial de identidad, el distanciamiento familiar, el refugio en sus congéneres, su familia elegida, el redescubrimiento de sus raíces y la superación de prejuicios sociales o culturales.

Los tres chicos rockeros que conforman la banda «A media calle» exhiben una crudeza y complicidad en sus diálogos que me recordaba por momentos a los mataperros de Paraíso (2009), persiguiendo el objetivo de participar en un concurso de bandas con la misma actitud desfachatada y punk que tenían los protagonistas de Wik (2016). Estas resonancias quizá no son casuales: Eduardo Orcada cursó estudios de cine en Lima, en la Escuela Peruana de la Industria Cinematográfica EPIC, donde fue alumno de Héctor Gálvez y jefe de práctica de Rodrigo Moreno del Valle, directores de esas dos recordadas óperas primas. Y si quisiéramos continuar trazando un árbol genealógico del cine nacional en crecimiento, la tensión intergeneracional entre padres e hijos, entre lo moderno y lo tradicional/folklórico, ya había sido explorada en el cine huancaíno, puntualmente en Tayta Shanti (2023), dirigida por Hans Matos Cámac, quien asesoró a Orcada en el guion de A media calle. Además, la participación de Julia Gamarra Hinostroza, cineasta limeña con raíces huancaínas, productora de ambas cintas, refuerza este tejido cinematográfico regional.
Los roles de los padres de Antonio recaen en los experimentados Sylvia Majo y Fernando Bacilio. Como contraparte al novel Arnold Torres, ambos aportan la solidez y el bagaje actoral necesarios para sustentar las escenas compartidas con su hijo ficticio. Pedro, el padre, quien inicialmente se perfila como un arquetipo delineado con trazos gruesos –un irresponsable alcohólico que violenta a su ex pareja–, adquiere una complejidad fascinante a medida que avanza la trama. Bacilio, con su acostumbrada solvencia y tono naturalista, dota a su personaje de matices que lo acercan tanto a su hijo como a la audiencia, especialmente cuando su faceta musical y el saxofón entran en juego. Sylvia Majo, por su parte, demuestra una vez más que, bajo una dirección precisa, un simple gesto, un silencio o una mirada son suficientes para transmitir la emoción requerida por la escena.
La inserción de elementos propios de la década de los 2000 –época en la que se ambienta la historia– es un ejemplo elocuente de cómo lograr una inmersión orgánica en el universo narrativo. Walkmans, discmans, CDs, el vestuario de los jóvenes, los pósters en sus habitaciones, las bandas de rock, el presentador de televisión –que no es ‘Cucho’ Peñaloza pero sí que lo es–: todas estas referencias se integran con naturalidad, gracias a un destacable trabajo de dirección de arte.

El horizonte montañoso de Huancayo enmarca varias de las secuencias que siguen al trío de jóvenes punk en su deambular por la ciudad, en busca de un espacio público para pulir sus composiciones. El buen criterio del director y su director de fotografía, Omar Quezada, nos regalan planos armoniosos y cálidos, como el que encabeza esta crítica, o el que acompaña este párrafo. Al observarlos, me vinieron a la mente las referencias al cine del iraní Abbas Kiarostami también presentes en las películas de otro cineasta huancaíno, Luis Basurto. Sin dudas, la geografía de una ciudad abrazada por montañas y vegetación, bajo un limpio cielo azul, siempre será un bálsamo visual para un espectador habituado a la grisura limeña.
Es crucial recordar que estamos ante una ópera prima, el primer largometraje de un joven realizador. No se trata de condescendencia, sino de la capacidad de trascender las falencias y los defectos para reconocer una obra en estado bruto que posee logros innegables en su núcleo, en su corazón. Es en su debut donde un cineasta debe plasmar sus tentativas, incluso equivocarse, y esforzarse por que sus ideas se materialicen en pantalla lo más fielmente posible a como aparecieron por primera vez en su imaginación.
Se dice que las comparaciones son odiosas, pero inevitablemente nos complace hacerlas. Al ver los créditos finales de A media calle, me preguntaba si había sido testigo de la mejor película huancaína producida hasta la fecha. Probablemente lo sea, y si no, de cualquier forma, Eduardo Orcada es, desde ya, un nuevo nombre en el panorama de nuestros cines peruanos al que hay seguir de cerca, un autor en ciernes con el talento necesario para plasmar en el écran todo aquello que tiene por decir.

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