[Crítica] «La hermanastra fea» (The Ugly Stepsister, 2025): la obsesión por la belleza


Considerando la gran cantidad de remakes, reboots y reinterpretaciones de historias clásicas que se ven hoy en día en el cine, no cuesta trabajo creer que se estén produciendo también versiones más oscuras de cuentos de hadas clásicos, muchos de los cuales por años hemos relacionado a la maquinaria Disney. Pero si La hermanastra fea (Den stygge stesøsteren, 2025) tiene algo a su favor, es que no es una megaproducción hollywoodense hecha únicamente para generar ganancias por montones. Lo que tenemos acá es una producción independiente estilo body horror que pretende mostrarnos una perspectiva nueva de una historia como La Cenicienta, que muchos ya nos sabemos de memoria.

Y eso es precisamente lo que termina haciendo, con bastante éxito. La hermanastra fea es una experiencia incómoda, trágica, cuya protagonista no es desarrollada como una villana arquetípica, sino como una chica incomprendida que, debido a las expectativas sociales de la época, se obsesiona con su propia belleza y la posibilidad de casarse con un hombre adinerado. Es así que la cinta termina desarrollando temas relacionados a los roles de género y las expectativas hacia las mujeres en sociedades tradicionales y sexistas, lo cual, por supuesto, tiene todo el sentido del mundo, considerando la época en la que la historia original de La Cenicienta fue escrita. El que sea una producción por momentos sangrienta y hasta cruenta no hace más que hacerla más atractiva.

Una excelente Lea Myren interpreta a Elvira, la hermanastra del título, quien llega a una mansión en la campiña noruega junto a su hermana menor, Alma (Flo Fagerli) y su madre, la ambiciosa Rebekka (Ane Dahl Torp), para que esta última se case con el supuestamente adinerado Otto (Ralph Carlsson). Y eso es lo que hacen, precisamente, pero lamentablemente, el matrimonio no dura mucho. Otto muere de un ataque al corazón fulminante, Elvira y las demás se enteran de que el hombre en realidad estaba en la quiebra, y se quedan a vivir en la enorme casa junto a la hija del finado, la hermosa pero algo antipática Agnes (Thea Sofie Loch Næss).

Es así que Rebekka decide aprovechar la invitación que el Príncipe Julian (Isac Calmroth) le ha hecho a todas las doncellas del reino para elaborar un plan: hacer todo lo posible por embellecer a su hija mayor, para que atienda al baile de Julian y este se case con ella. Pero la joven Elvira, quien por mucho tiempo ha estado soñando con el apuesto Príncipe, tiene un camino difícil por recorrer. No solo tiene que aprender a bailar y comportarse como una dama de la alta sociedad, sino que también comienza a modificar su apariencia de formas altamente dolorosas, con el objetivo de verse más de acuerdo a los cánones de belleza de la época. Pero siendo esta una versión del cuento de La Cenicienta, la chica no cuenta con que Agnes, quien ahora trabaja como la empleada de la casa, podría terminar opacándola en el baile del Príncipe.

Interesante, pues, que La hermanastra fea nos permita ver la historia desde la perspectiva del personaje del título, quien clásicamente ha sido presentada como una antagonista fea tanto por dentro como por fuera. Aquí, más bien, tenemos a una Elvira algo patética, quien siempre ha soñado con el apuesto Príncipe, y que simplemente quiere ‘pertenecer’. Quiere verse, moverse, hablar y comportarse como quienes ella considera son hermosas, y por ende es capaz de hacer de todo por convertirse en alguien más “bello”. Su personalidad, intereses o sentimientos quedan en segundo plano; el plan de la chica, y por supuesto, de su madre, consiste en modificarse para que se transforme en alguien aceptable para un Príncipe acaudalado, cueste lo que cueste.

Y vaya que les cuenta bastante. La hermanastra fea es de las experiencias más incómodas que haya tenido en un buen tiempo, no necesariamente porque sea más sangrienta o explícita que la película de terror promedio que se puede ver en la cartelera local, sino porque todo es presentado de forma cruenta, realista, haciendo que uno tenga una reacción visceral a lo que se ve en pantalla. Comenzando por la “operación” que Elvira se hace a la nariz, pasando por la descomposición gradual del cuerpo de Otto (el cual es simplemente dejado encima de la mesa del comedor de la casa), y culminando con un par de escenas de automutilación que hasta llegaron a darme náuseas, la película nos muestra sin censuras un mundo cruel, violento y donde solo los clásicamente bellos son capaces de resaltar.

Lo bueno, en todo caso, es que nada de esto se siente gratuito. El film quiere mostrarnos la fealdad detrás de la belleza superficial; lo asqueroso y nauseabundo que la gente supuestamente hermosa esconde, y los sacrificios físicos que muchas personas tienen que hacer para ser aceptadas por los demás. Por ende, la película se podría considerar como una historia altamente opuesta a las cirugías estéticas, presentando ese tipo de procedimientos (en sus versiones menos modernas, claro está) básicamente como torturas medievales, o por lo menos, como actos innecesarios y francamente ridículos. Vistos desde fuera, en el contexto de un mundo obsesionado con la belleza física, las decisiones tomadas por Elvira dan más pena que otra cosa.

Por supuesto, también está el sexo. Elvira es un personaje virginal que sin embargo se muere por ser tocada; una chica que solo piensa en casarse con un Príncipe, y que por ende quiere sentirse deseada, digna de ser amada como los demás. Esto se hace evidente en sus sueños —presentados de forma etérea, rodeados de neblina y con movimientos lentos—, donde se ve a sí misma siendo aceptada por el Príncipe. En contraste, la realidad le presenta sexo poco idealizado, súbito y explícito. Es así que vemos a Cenicienta teniendo sexo anal con un cuidador de caballos (jamás pensé que llegaría a escribir una oración así), o a Rebekka masturbando a un hombre en su cama. La hermanastra fea no está obsesionada con el sexo ni mucho menos, pero sí que lo presenta de manera poco romantizada, más bien como un acto que muchas veces poco o nada tiene que ver con el amor.

Adicionalmente, es a través de los sacrificios que Elvira hace que vemos la obsesión del mundo —tanto de hombres como de mujeres— por la delgadez y la supuesta perfección física. Elvira se mira a sí misma desnuda, lamentando la existencia de una diminuta barriga, y termina recurriendo a tragarse el huevo de un gusano (¡¡!!) para que pueda comer todo lo que le de la gana sin engordar. Mucho se dice sobre lo gorda que es —lo cual evidentemente es mentira—, y se muestra, también, como debe entrar en vestidos diminutos y corsés apretadísimos. Al final del día, lo que La hermanastra fea logra desarrollar es la sensación de que no mucho ha cambiado el los últimos siglos; puede que el body positivity sea más popular hoy en día, pero el abuso hacia las mujeres (por parte de hombres, otras mujeres e instituciones) para que se vean de cierta forma y no de otra ha existido por años, y lamentablemente sigue existiendo en la actualidad.

La hermanastra fea no es una experiencia tradicionalmente entretenida, y sin embargo se quedará grabada en sus mentes por un buen tiempo. Se quedarán con imágenes explícitas, sangrientas y chocantes en la cabeza, y se quedarán con la compleja y magnética actuación de Lea Myren. Por su parte, Thea Sofie Loch Næss desarrolla a Agnes no como una Cenicienta angelical sino más bien como una chica algo vengativa, y Ane Dahl Torp interpreta a Rebekka como una mujer ambiciosa, capaz de vender a cualquiera (incluso a sí misma) para sobrevivir. Pero si esta película funciona, es por como logra inyectarle temas relevantes y bien construidos a una historia que muchos ya creíamos conocer bien. Puede que en un principio “una versión body horror de La Cenicienta” no suene tan bien, pero creanme cuando les digo que la directora Emilie Blichfeldt ha logrado hacer algo muy interesante (y visceral, y perturbador) con aquella premisa.

Nota: Vi este film gracias a un screener cortesía de IFC Entertainment.


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