«Valcárcel» (2025): corto documental que explora la identidad familiar


Escribe Benji Porras

Valcárcel (2025) es un cortometraje realizado por Mariano Valcárcel, que ha sido parte de la competencia oficial del Festival Premios Chaski 2025 y ganador del premio del público en la selección Cardinales Peruanos del Festival Andares 2025. En el documental, el director presenta a tres hombres de su familia, de distintas generaciones, para reivindicar su relevancia en la historia de la música académica peruana. Aunque la cinta sufre de baches, que en algunos casos podemos atribuir a la exploración inicial propia de una cinta universitaria como esta, llama la atención cómo esa superposición de figuras sirve para explorar la forma en que la música y el territorio han configurado una identidad familiar. 

Si bien la cinta habla de Teodoro Valcárcel, tío bisabuelo del director, y de Fernando Valcárcel, padre del director, el relato se articula a partir de Édgar, su abuelo. Él aparece a través del archivo de una entrevista hablando de su experiencia como migrante en Nueva York. Ya que si bien nació en Puno y posteriormente estudió composición en Lima, más tarde recibió una beca que lo llevó a cursar música electrónica en la Universidad de Columbia, en EE UU, y luego a enseñar en la Universidad de McGill en Canadá. Lejos de ser solo datos biográficos esto coloca en el texto uno de los componentes que definen a la familia: el lugar de procedencia.

Antepasado por antepasado van siendo introducidos bajo estas coordenadas: la filarmonía y la patria. Teodoro, por ejemplo, es presentado como quien revolucionó el lenguaje composicional del Perú, emparentando su visión de vanguardia con el indigenismo. Fernando, como el hijo que contra los deseos de su padre se dedicó a la música y ahora espera cumplir su voluntad y llevar sus restos a Puno. Y el mismo Mariano, que se constituye como una cuarta y última pieza, como el nieto que aprendía “lisuritas” en quechua de su abuelo, lo veía tocar el piano y ahora reivindica su trayectoria musical.

La fuerza narrativa que el director coloca en estos elementos pierde potencia al estar envuelta en una admiración permanente por sus antepasados. Esto evita la complejización de la historia, resta profundidad a los personajes y evita una exploración novedosa en la forma fílmica. Hay momentos donde se articulan escenas interesantes, como cuando el padre está en un eje de ¾ en relación a la cámara y se empalma con una toma frontal casi televisiva, y se logra un enrarecimiento atractivo; o la escena inicial en la que el padre es una figura despersonalizada, de espaldas que corre al encuentro del escenario sin llegar a él, y al final del corto adquiere un rostro y comienza a tocar. Pero, salvo algunos momentos, también hay una serie de recursos que pueden caer en lo literal-clásico (escenas del padre), el lugar común (fade out entre fotografías) o dificultar una cohesión en el lenguaje del film (zoom outs de alumnos). 

Existen dificultades comprensibles que un autor en formación puede superar: un uso de los códigos cinematográficos que hay que ejercitar y una mirada hacia la propia familia que se debe afinar. Pero también una triangulación ágil que plantea cómo la música, la figura paterna y el territorio han esculpido su apellido.


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