[Crítica] “No Other Land” (2024): resistir filmando


Un activista palestino documenta durante años la demolición sistemática de su aldea por parte del Estado israelí, mientras un periodista israelí lo acompaña desde el otro lado del conflicto. Juntos, ofrecen un retrato íntimo, urgente y doloroso de la ocupación en Cisjordania, sin adornos ni artificios, confrontando la violencia cotidiana desde la cercanía y el testimonio directo.

Creo que no sería el único que se impresiona por lo que un documental puede lograr desde lo cinematográfico, ya que es algo que en la mayoría de casos se suele ignorar, sobre todo cuando no parte de una historia con estructura tradicional. Ahí, el desafío está en cómo se juega con esa realidad utilizando un lenguaje audiovisual llamativo que la haga más absorbente. En esos casos, el mérito puede residir tanto en el montaje como en la dirección de fotografía u otros elementos formales que refuerzan lo potente que ya de por sí puede ser el contenido.

Sin embargo, también existen casos puntuales donde la ausencia de esos recursos no impide que la calidad cinematográfica se mantenga elevada. No Other Land es un ejemplo muy claro de ello. A estas alturas, no es ninguna novedad denunciar los abusos que Israel ha venido cometiendo contra el pueblo palestino, pero lo que vuelve fascinante a esta película es que deja en claro que esta violencia no es reciente, sino una acumulación progresiva que, como efecto bola de nieve, se ha intensificado con el tiempo.

Los directores no parecen estar interesados en estructurar una narrativa con clímax o giros. Por el contrario, lo que muestran son pequeños momentos de violencia cruda, registrados en tiempo real, que articulan con inteligencia para que podamos entender cómo la situación escala. Ese es uno de los logros más notables del filme: logra una secuencia sin necesidad de ficcionalizar ni subrayar, simplemente dejando que la fuerza de lo capturado hable por sí sola.

Puede que algunos critiquen el enfoque por mostrar un solo lado del conflicto. Pero esa acusación se vuelve irrelevante cuando comprendemos que quienes están detrás de la cámara son las mismas personas que sufren la violencia. Frente a esa verdad expuesta de manera tan directa, no hay forma de mirar hacia otro lado. El documental utiliza distintos tipos de cámara y formatos para ofrecer un testimonio sin adornos, directo y contundente. No aspira a una verdad universal, pero sí transmite una vivencia tan palpable que resulta imposible ignorarla.

En algunos momentos, es cierto, las situaciones pueden parecer repetitivas o la progresión narrativa algo estancada. Pero eso no responde a una falla, sino a una elección: el objetivo no es ofrecer un gran evento impactante que funcione como clímax, sino aterrizar el conflicto y lograr que el espectador lo sienta en carne propia. No solo se transmite el dolor, también se percibe un ambiente desolador constante.

Una de las escenas más poderosas es una conversación final entre los dos protagonistas, Yuval y Basel, donde se discute el futuro. En ella se expresa de forma desgarradora lo lejano e incierto que este se ha vuelto. Allí se condensa una de las ideas más devastadoras de la cinta si esto sigue escalando, pensar en el largo plazo se vuelve un ejercicio casi absurdo.

La película no busca excusarse ni suavizar lo que muestra. No se detiene en justificar la presencia de “gente buena” en Israel, aunque uno de los protagonistas sea israelí. Tampoco busca redención. Lo que quiere es generar empatía, que entendamos que esto no comenzó en octubre de 2023. Esta es una historia que viene desarrollándose desde hace años, normalizándose hasta el punto en que lo que hoy vemos como una atrocidad diaria, ya era parte de la cotidianidad hace tiempo.

Esa es la potencia de No Other Land: no impone una postura cerrada ni te fuerza a tomar partido, aunque sí confronta. Al presentar a dos protagonistas de mundos opuestos (uno con una mirada más combativa heredada de generaciones anteriores, y otro desde una visión más intelectual y creativa), se construye una denuncia visual que conmueve y sacude. A través de sus ideas, imágenes y tensiones, esta película se vuelve no solo difícil de ver, sino también imposible de ignorar, especialmente hoy, cuando el genocidio ha alcanzado niveles insoportables.

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