A través de los testimonios de colegas y familiares, de paisajes de Lima, de recuerdos y homenajes, Chabuca descubre su intimidad y su manera de ver al Perú
Antes de empezar con la crítica, conviene reconocer la gran labor de la Filmoteca PUCP, pues sin su trabajo de restauración este documental no habría podido verse como se presentó en el último Festival de Cine de Lima PUCP. En el conversatorio posterior a la proyección se mencionó que fueron los problemas legales con las licencias los que impidieron su difusión en su momento, lo cual desmotivó a la directora a seguir filmando. Este hecho, que no debería verse como aislado en nuestra historia, refleja que aún queda mucho por hacer para proteger y difundir nuestro cine. Dicho esto, paso a la opinión.
Aunque siempre fui consciente de la figura y el legado de Chabuca Granda, nunca me había adentrado a fondo en su obra. No se trata de que su música me desagrade, pero tampoco estaba entre mis primeras opciones. Desde hace tiempo se dice que la música criolla está estancada, sin nuevos exponentes ni oyentes que la revitalicen, lo cual es lamentable, pues constituye una parte esencial de nuestra cultura que no debería caer en el olvido. Ver el documental de Martha Luna me llevó a pensar en esa dimensión de nuestra identidad cultural, en particular la limeña, y en cómo la influencia extranjera fue despojándonos de una herencia que parece no despertar ya deseos de recuperar.

El eje central del trabajo de Luna se apoya en el legado de Chabuca, quien para entonces llevaba ya algunos años fallecida. Sus familiares, amigos cercanos y admiradores célebres (como Susana Baca, Augusto Polo Campos, Mercedes Sosa o Armando Manzanero) contribuyen con sus testimonios a construir un retrato polifacético de la artista. Lo interesante es que el documental no se limita a la figura legendaria, sino que también revela a la persona, a la mujer detrás de la voz y las canciones. A través de imágenes de archivo y recuerdos ajenos, descubrimos sus ideas sobre la sociedad y la política, así como su sensibilidad y contradicciones. La cineasta logra equilibrar a la Chabuca humana y a la artista, ofreciendo un panorama completo de lo que significó para muchas personas.
Paralelamente, Luna intercala imágenes de distintos espacios de Lima, diversos entre sí, que además de evidenciar carencias persistentes también muestran microcosmos culturales que en algún momento estuvieron en sintonía con las canciones de la intérprete. Con esas breves, pero valiosas escenas, la directora sugiere que no podía limitarse a narrar una biografía, pues la presencia de Chabuca en la cultura peruana, aunque menos prominente de lo que debería, trasciende cualquier culto a su figura y se convierte en un llamado a preservar nuestra identidad. No se trata de un patriotismo vacío, sino de reconocer en su arte, y en el de otros exponentes, un lazo con una memoria que la globalización amenaza con diluir.

Chabuca Granda… confidencias comparte con otro documental fundamental como Metal y melancolía (1994) la mirada sobre un país golpeado, desmoralizado tanto por problemas estructurales como por la pérdida de referentes culturales. Sin embargo, en esa adversidad persiste el anhelo de proteger lo que aún nos queda para seguir adelante. La batalla es dura, con enemigos cada vez más fuertes, pero eso no debe ser excusa para olvidar aquello que, aunque sea a través de melodías, nos recuerda que Lima alguna vez tuvo una impronta cultural especial. Esa herencia aún permanece, aunque empañada por el tiempo y por los cambios, y merece ser cuidada porque sigue siendo parte de lo que somos y de lo que podríamos volver a ser.
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