Dolly, del director y coguionista Rod Blackhurst (Amanda Knox), es de las experiencias más intensas y sangrientas que he tenido este año. Centrándose en una historia de madres, hijas y relaciones, por decir lo menos, tóxicas, es el tipo de película que haría orgulloso a Freud. Mostrando lo que sería capaz de hacer una madre traumada y aislada en medio de un bosque, el filme sitúa a dos personajes relativamente inocentes en un contexto aterrador, aprovechando al máximo la atmósfera de una locación real para desarrollar una historia de tono agobiante, desesperante y altamente perturbador.
Fabianne Therese (John muere al final) interpreta a Macy, una chica aparentemente normal que desde hace un tiempo está saliendo con Chase (Seann William Scott, el infame Stifler de American Pie, sorprendentemente en un rol serio), un padre soltero. De hecho, al inicio de la película ambos están dejando a su hija donde la tía Sadie (Michalina Scorzelli), para irse de trekking al bosque. Él la quiere llevar a su lugar favorito para proponerle matrimonio, mientras que ella no está del todo segura de querer casarse, y mucho menos de convertirse en madre casi forzosamente.

Es cuando llegan a dicho bosque, sin embargo, que las cosas rápidamente se van al diablo. Resulta que ahí vive la Dolly del título (la peleadora de lucha libre Max the Impaler), una madre que acaba de perder a su hija, y que ahora conserva su cadáver decapitado en una suerte de tumba en medio de la vegetación. Y no solo eso: parece tener una suerte de obsesión con el concepto de la maternidad, así como las muñecas de porcelana, tanto así que ella misma tiene puesta siempre una máscara de muñeca de porcelana. Es cuando Macy y Chase se encuentran con ella, entonces, que las circunstancias se tornan previsiblemente sangrientas, y peor cuando la primera termina siendo capturada por la demente asesina, quien la encierra en su casa en medio del bosque.
Dolly está dividida en siete capítulos, la mayoría de ellos centrándose en las figuras principales de la historia. Es así que, desde la perspectiva de Macy, vamos enterándonos de lo que pasa en la casa de Dolly en el bosque. Buena parte de la cinta, de hecho, se lleva a cabo en el interior de dicho lugar, un pequeño laberinto de habitaciones sucias y recreaciones perturbadoras de ambientes familiares. La mujer loca del título no quiere matar a Macy, sino más bien convertirla en una nueva hija, tanto así que le pone un traje de niña, le da un chupón, y hasta la obliga a sentarse en su regazo para que se quede dormida.
Claramente, lo que el filme postula es que Dolly ha quedado tan traumada por la muerte de su hija, que está en un estado de negación, obsesionada con encontrar una suerte de reemplazo de la chica (cuya cabeza, además, todavía conserva en cierto lugar en el interior de la casa). Es así que Macy tiene que “seguirle la corriente” para poder sobrevivir, aguantando situaciones tortuosas (como cuando intenta darle leche de teta… ¡ugh!). Son estas situaciones, además, las que generalmente resultan en momentos llenos de gore y sangre, que se sienten particularmente impactantes por lo realistas que lucen. La película afecta más precisamente porque es menos exagerada que algo como Saw o cualquiera de sus secuelas, generando una reacción visceral en el espectador.

El trabajo de maquillaje es superlativo, haciendo que ciertas heridas (como la de un personaje al que le destruyen la quijada) luzcan totalmente creíbles, y conviertan a nuestros protagonistas en figuras verdaderamente vulnerables. Y agradezco el que Blackhurst aproveche al máximo sus recursos relativamente limitados, generando una atmósfera palpable de horror tanto en el bosque como en la casa de Dolly, y utilizando técnicas interesantes como el snorricam (durante una escena particularmente agobiante para Macey), cámaras en mano nerviosas para desarrollar tensión, y una colorización de la imagen llena de textura y saturación.
De hecho, la película maneja una estética retro, comenzando con un uso bastante fuerte de textura tipo celuloide (con manchas de desgaste generadas digitalmente), y en general, tratando de evitar un look demasiado digital o lavado. No creo que Dolly pueda ser comparada con el horror subversivo, sucio y políticamente incorrecto de los años 80, pero en algo trata de emular a aquel cine, tanto en sus características estéticas como en el uso de gore y maquillaje práctico, sin abusar de los efectos visuales digitales.

Las actuaciones ayudan a transmitir el pavor que los personajes deben estar sintiendo todo el tiempo. Fabianne Therese es una buena “final girl”, desarrollando a Macey como una chica común y corriente que simplemente quiere sobrevivir, y que termina sintiéndose culpable por haber dudado de su novio. De hecho, es a través de sus experiencias que se da cuenta que ser una madre puede ser complejo, y que ciertamente ella terminaría siendo una muy distinta a la demente de Dolly. Por su parte, Seann William Scott no aparece tanto como me hubiese gustado, pero igual resulta convincente como Chase. Y el recordado Ethan Suplee (El efecto mariposa, Remember the Titans) tiene un rol pequeño pero importante como otro “prisionero” en la casa de Dolly.
Da gusto (bueno, dependiendo de lo que entiendan por “gusto”) ver una cinta de terror como Dolly. Lo que hace esta producción de bajo presupuesto es desarrollar una experiencia apropiadamente aterradora y llena de gore a partir de una premisa suficientemente interesante, poblándola de personajes arquetípicos pero bien actuados. Todo el rollo sobre madres e hijas y la interpretación freudiana de las relaciones familiares (que además incluye algunas imágenes surrealistas de lo que se puede asumir es el interior de un útero) no hace más que otorgarle una dimensión temática adicional al filme. Dolly no será para todo el mundo (mucho menos para quienes no tengan un estómago fuerte), pero seguro que los fanáticos del terror intenso y sangriento la pasarán con esta incómoda cinta.
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