Festival Lima Alterna: “Guo Ran” (2025), maternidad corporativa


Un plano de perfil es suficiente para descifrar a la pareja protagonista de Guo Ran (2025), para identificar las temáticas que rondan en su imaginario. De izquierda a derecha, recostada en su cama, ella revisa su celular. De derecha a izquierda, en segundo término y sentado en el piso, él edita en su computadora. Como si los aparatos sirvieran de reemplazo, se dan la cara sin verse, absortos en problemas de apariencia personal, evidenciando la negligencia y la soledad en un momento tan delicado como el embarazo.

Con sus experiencias como punto de partida, la directora china Dongmei Li retrata con sobriedad el ocaso de una relación fallida, la distancia marcada por la virtualidad y el entorno. Cuartos blancos, limpios, genéricos, edificios modernos que hacen eco de una cultura corporativa e individualista, donde la naturaleza va acompañada del sufrimiento en su silente marcha hacia la invisibilidad, donde la idea de concebir desencaja con el propio estilo de vida.

Alejada del mundo laboral, Yu (Manxuan Li) experimenta el letargo del creciente peso en su vientre, recostada durante buena parte del metraje como si su existencia careciera de sentido. 36 años. Madre primeriza. Visitas constantes al baño dan cuenta de un conflicto latente: ¿tener o no tener al bebé? Más allá de la ausencia paterna, recuerdos de la muerte de su madre al dar a luz acechan su mente, como una advertencia que su sobrina verbaliza desde la macabra inocencia. “¿Ya se murió?”.

A pesar de constituir una vivencia íntima, la cámara se coloca distante mientras recurre a planos enteros o conjuntos, reforzando el hermetismo de su personaje principal. Pocas palabras. Pocas miradas coincidentes. Lejos del drama pomposo, el silencio es rutina en el universo de Yu, con encuentros fugaces donde la duda es brújula de sus decisiones. Un niño recorre los apartamentos de su edificio sin supervisión materna. Su hermana y su padre parecen desaprobar el embarazo. Mizu, su sobrina, parece ser la única dispuesta a escucharla.

Hablar de víctimas sin caer en victimismo, la misma sociedad china condiciona a sus ciudadanos y los convierte en máquinas autosuficientes que prefieren consultar a la pantalla antes de conversar con su igual. Sin oponerse en su totalidad, la protagonista resiste en el mundo onírico, cambiando el minimalismo urbanita por el verde agreste, aquel encaminado a la extinción al igual que sus palabras. Arbustos y árboles, habitantes de otros tiempos que residen ahora bajo el sol falso, una simulación hecha de vidrio y fierro que filtra la luz natural.

No es que sea nostálgica ni cerrada en su juicio, es una cinta que prefiere la crítica sutil sobre el comentario ruidoso. Aunque puede pecar de monótona, la imagen de una mujer estancada por su embarazo es el núcleo de su propuesta, con una narrativa que avanza constante desde pequeños gestos y actos grandes ocultos en la profundidad de campo. Sin diálogos explicativos aparte de los procedimientos médicos, retratar el plano sensible de sus personajes es el mayor logro del filme.

El desgaste de un modelo deshumanizante, Dongmei Li evita escenas lacrimosas o lastimeras y se concentra en los pesares crónicos de la China contemporánea. Traducible incluso a un contexto universal, la ruptura entre Yu y su novio parte de esa desconexión hacia las necesidades físicas o emocionales, hacia la comunicación como medio elemental. No por nada Guo Ran significa “fruto de origen natural”, nombre que Yu asigna a su hijo antes de caer en un mundo consumido por el artificio.


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