Amar lo que se descompone
Todavía recuerdo bien aquel periodo de 2022 en que me adentré en el cine de David Cronenberg, justo antes del estreno de Crímenes del futuro (Crimes of the Future, 2022), su película más reciente en aquel momento. Ya conocía parte de su obra, desde clásicos como Cuerpos invadidos (Videodrome, 1983) —que sigue siendo, para mí, su mejor trabajo— hasta títulos donde se aleja del body horror, como Una historia de violencia (A History of Violence, 2005). Tras ver Crímenes del futuro, quedé maravillado. Sabía que, pese a su edad, Cronenberg mantenía una vitalidad única, incluso superior a la de muchos cineastas jóvenes. No solo por el tipo de historias que crea y la manera en que atrapan, sino por cómo logra poner sobre la mesa ideas que miran hacia el porvenir del arte, tal como sugiere el título de aquella película. Con un cierre bellísimo, donde se insinúa que cuerpo y arte deben evolucionar para renacer, parecía marcar un reinicio en su filmografía.
Por eso tenía un enorme interés en descubrir qué haría con Los sudarios (The Shrouds, 2024), su nuevo largometraje, que aunque se estrenó el año pasado, recién pude ver en pantalla grande. Lo que encontré no me generó rechazo, pero sí la impresión de un Cronenberg más cercano a las irregularidades de obras como Un método peligroso (A Dangerous Method, 2011), Cosmopolis (2012) o Polvo de estrellas (Maps to the Stars, 2014). Aquí vuelve ese cineasta que se apoya demasiado en los diálogos y en tramas que se vuelven innecesariamente complejas por lo rebuscadas que resultan. Aunque eso no arruina la experiencia, sí la debilita. Aun así, sería injusto decir que Los sudarios carece de ideas fascinantes, porque las tiene. La premisa, de hecho, es muy propia de su universo.

La historia sigue a Karsh (Vincent Cassel), un empresario que revoluciona el negocio funerario al crear un sistema que permite observar, mediante pantallas, la descomposición de los cuerpos de los seres queridos. Como es lógico, esa invención le gana tanto aliados como enemigos. Cronenberg ha admitido que el filme le sirvió para procesar la pérdida reciente de su esposa, lo que dota a la historia de una capa emocional evidente. La muerte, tema constante en su cine, reaparece aquí complejizada: Karsh ha perdido a Becca —su esposa—, quien yace en el mismo cementerio donde él supervisa su propio invento. Esta idea conecta directamente con The Death of David Cronenberg (2021), el cortometraje donde el director se filmaba observando su propio cadáver. En Los sudarios, esa autorreflexión se amplía: ya no se trata de mirar la muerte, sino de intentar controlarla a través de la tecnología, como si el duelo pudiera resolverse observando la descomposición.
Fiel a su obsesión por la transformación del cuerpo y la “nueva carne”, Cronenberg examina aquí no la evolución, sino la descomposición. Su fascinación por el deterioro se funde con una historia de pérdida y deseo que se vuelve cada vez más enfermiza. Karsh, al observar el cuerpo de Becca, nota algo inusual en la imagen del sudario y emprende un viaje delirante, típico del cine del director, donde un detalle físico abre paso a una realidad desconocida. Ese hallazgo lo conduce a una posible conspiración o sociedad secreta que busca frenar su proyecto.
En medio de esto aparecen figuras que encarnan distintas posturas frente al cuerpo y la muerte. Está Terry, la hermana gemela de Becca (ambas interpretadas por Diane Kruger), y Maury (Guy Pearce), exesposo de Terry y antiguo socio de Karsh en el negocio de los sudarios. Este entramado deriva en una trama conspirativa que termina dispersándose en varios frentes. Lo que al inicio parecía una reflexión sobre la obsesión y la pérdida —con claros ecos de Vertigo (1958) de Alfred Hitchcock— se diluye cuando la película intenta equilibrar el drama psicológico con el misterio tecnológico. Si se hubiera concentrado más en la mente de su protagonista, un alter ego evidente del propio Cronenberg, el resultado habría sido más contundente.

Hacia el final, la cinta introduce subtramas que abordan temas como la vigilancia o el poder oculto tras la tecnología, pero estas ideas parecen más adecuadas para otro tipo de película. Aunque alivian la densidad del relato, también restan cohesión y desvían la atención del conflicto emocional inicial. En lugar de profundizar en la extrañeza de un mundo obsesionado con conservar la presencia de los muertos, la película intenta mezclar eso con teorías conspirativas, lo que genera un desequilibrio.
Los sudarios no es una mala película, pero sí un paso atrás respecto a Crímenes del futuro. En lugar de avanzar en la exploración de un universo donde arte y cuerpo se confunden, Cronenberg combina esas inquietudes con reflexiones sobre la vigilancia y el control, que, aunque interesantes, no terminan de integrarse. Es evidente que, al procesar su pérdida, el cineasta también cuestiona su propio arte y sus límites. Todas esas dudas están plasmadas en Los sudarios, una obra que condensa lo mejor y lo peor de su filmografía. Y aunque logra salir airosa con lo justo, deja la sensación de que, esta vez, su mirada no alcanza la intensidad que solía tener.

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