Siempre he pensado que, para un porcentaje no menor de los cinéfilos de mi generación, el cine de Edgar Wright ha sido importante, incluso sin importar cuánto pueda gustar o no. Más allá de una preferencia personal, sus películas suelen acompañar nuestros primeros acercamientos al cine o revelan que este puede mirarse de una manera distinta. No solo como entretenimiento, aunque siguen siéndolo, sino desde sus recursos de género, ya sea comedia, acción o ciencia ficción.
Desde la trilogía del Cornetto hasta la película que obtuvo su mayor estatus de culto, se percibe a un cineasta comprometido con crear un cine llamativo. En Muertos de risa (Shaun of the Dead, 2004), Hot Fuzz: súper policías (Hot Fuzz, 2007) y Una noche en el fin del mundo (The World’s End, 2013) se reconoce ese sello temprano, y más adelante, con Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños (Scott Pilgrim vs. The World, 2010), esa identidad se vuelve aún más sólida. Wright combina movimientos de cámara estilizados, needle drops memorables y un montaje frenético, pero también sabe contar historias que conectan con personajes que en circunstancias normales no serían héroes. Sin embargo, terminan envueltos en situaciones extraordinarias, y esa mezcla de lo cotidiano con lo excepcional ha sido constante en su obra. La pregunta es si esa maduración termina consolidándose. ¿Qué viene después del crecimiento inicial? Creo que la respuesta se insinúa en sus últimos trabajos.
Tras hacer la trilogía mencionada y su película más popular, comienza una transición en su manera de abordar el cine: conserva sus rasgos reconocibles, pero se advierte un refinamiento formal y narrativo. La historia no será la más compleja, pero exhibe una seriedad distinta, no solemne sino más adulta, en la manera de tratar el recorrido de sus personajes. Ese cambio se percibe con claridad en su aproximación a un tema tan humano como la muerte, ya que en la trilogía del Cornetto y en Scott Pilgrim esta tenía un tono más lúdico.

Luego, tanto en Baby, el aprendiz del crimen (Baby Driver, 2017) como en la injustamente vapuleada El misterio del Soho (Last Night in Soho, 2021), el tema aparece tratado con mayor severidad, con Wright entendiendo que sus personajes deben aprender a mirar al futuro, dejando atrás un pasado que puede ser traumático, como en la primera, o una idealización peligrosa, como en la segunda. Esa preocupación por el porvenir vuelve coherente que ahora se interese en adaptar una distopía como El sobreviviente (The Running Man, 2025).
Antes de ver esta nueva película revisé la adaptación de los años 80 con Arnold Schwarzenegger y no la encontré demasiado atractiva. Aunque tiene ese encanto propio de la década a la que pertenece, su historia se sentía elemental y verbalizaba demasiado su crítica al capitalismo y a la deformación del entretenimiento televisivo. Es interesante que Wright parta de una idea similar, pero con una visión mucho más amplia. Mira la historia desde el 2025, año donde originalmente se situaba el libro, que antes parecía lejano y hoy es el presente. Desde ahí surge la inquietud por lo que viene después, y ese futuro es menos alentador.
En ese mundo coloca a Ben Richards (Glenn Powell), cuyo historial laboral está marcado por la insubordinación. En una sociedad monopolizada por una sola empresa, se ve obligado a participar en «The Running Man», el reality más popular del país, donde debe sobrevivir treinta días mientras es cazado en la ciudad. Si lo logra, obtiene una recompensa que podría cambiar la vida de su familia. Aquí aparece la diferencia fundamental con la versión de Schwarzenegger: Wright no se queda en el simple conflicto de entrar al juego y sobrevivir. No solo se trata de huir, sino de preguntarse qué empuja a Ben a vivir en ese estado de supervivencia, qué tipo de vida lleva y por qué el mundo funciona bajo esas reglas. Estas preguntas se responden desde los primeros minutos, con el estilo detallado del director para presentar entornos que serán clave en el desarrollo del protagonista.

Ben ya no comparte los rasgos de los héroes del resto de la filmografía de Wright. Debe luchar por sobrevivir, pero también por una causa que excede sus intereses personales. Ese es el núcleo de su viaje. Ya no basta con pensar solo en uno mismo o en los seres queridos. A medida que conoce a distintos aliados, entiende que su causa pertenece a algo mayor. No se trata de promover el culto a un héroe, sino de convertirse en alguien capaz de impulsar un cambio real. Estos aliados remarcan que vivimos en una época donde las pantallas mienten, pantallas que estamos obligados a mirar para conectarnos con el mundo, pero que casi siempre ocultan la verdad, ya que la única manera de descubrir la mentira es enfrentándola.
Esta idea se encarna en Amelia (Emilia Jones), quien, pese a aparecer tarde, cumple un rol fundamental. Es un llamado de atención, una invitación a despertar y actuar. La lucha parte de una idea de ayuda comunal que luego se transforma en una estrategia más organizada. Esto se evidencia también en el personaje interpretado por Michael Cera y culmina con la chica ya mencionada, que funciona casi como un espectador interno al que Ben parece dirigirse para decirle que es momento de hacer algo. Es cierto que en algunos momentos la película verbaliza demasiado aquello que ya estaba claro, lo que puede sentirse insistente. Aun así, incluso en sus pasajes más idealistas sobre la revolución o la confrontación al sistema opresor, El sobreviviente se mantiene como una pieza elaborada dentro del cine de acción. Sostenida por el carisma de Powell —quien, como en Cómplices del engaño (Hit Man, 2023), de Richard Linklater, pone a prueba su fisicalidad para la acción y la comedia— refuerza esa necesidad de unir a las personas en una misma causa dentro de un sistema que considera prescindibles a quienes están abajo.
Por eso resulta interesante compararla con otras películas recientes que también funcionan como sátiras de la sociedad. En ese sentido, la siento más cercana a Una batalla tras otra (One Battle After Another, 2025), de Paul Thomas Anderson, a la que no iguala, pero con la que comparte la riqueza de ideas, que a Mickey 17 (2025). Aunque el filme de Bong Joon-ho es correcto, se queda corto respecto a lo que prometía su sátira y apenas roza la superficie del modelo de Starship Troopers (1997), de Paul Verhoeven, obra que sí dialoga mejor con El sobreviviente.
Wright consigue canalizar de manera más sólida la crítica social y aterrizarla sin volverla obvia, aunque por momentos intente abarcar más de lo necesario. También resulta valiosa su preocupación por cómo consumimos entretenimiento. Destaca, en ese sentido, una escena en la que un grupo de personas observa el reality como si estuviera en una sala de cine al aire libre: en vez de una película, ven un programa diseñado para nublar la capacidad crítica de la sociedad, imagen que sintetiza cómo el sistema opresor adormece a quienes lo consumen.
En conclusión, El sobreviviente termina siendo una película de acción muy bien filmada, con ideas que, aunque se pudieron afinar mejor en ciertos tramos, están sólidamente planteadas. Aquí se demuestra que Edgar Wright aún tiene cosas por contar y que su estilo ha evolucionado. No es casual que se hable de él como un director que madura en sus preocupaciones, llevándolas a nuevos territorios. Por eso resulta una pena que se haya perdido entre tantas adaptaciones de Stephen King que han salido este año. Debería rescatarse como el nuevo trabajo de un cineasta que se ha mantenido en forma película tras película y que aquí colabora con alguien que podría convertirse en una gran estrella de Hollywood. Más allá del contexto externo, es una cinta emocionante, con suficiente fondo para analizarla y no quedarse solo en su acción trepidante.


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