Considerando lo mucho que brilla George Clooney en Jay Kelly, resulta impresionante considerar que el proyecto fue originalmente pensado para Brad Pitt. Y sí, aunque ambos son estrellas de fama comparable, creo que Pitt no cuenta ni con el carisma natural ni con el look necesarios para que el protagonista del título funcione. El Jay Kelly del título es alguien que carga con ciertos traumas y arrepentimientos del pasado y que utiliza sus considerables encantos para enganchar a medio mundo, hasta cierto punto, compensando sus deficiencias personales y las relaciones casi inexistentes que mantiene con su familia. Clooney es un maestro haciendo todo esto; imposible saber si Pitt hubiese sido capaz de hacer lo mismo.
Pero me adelanto. Si la película funciona no es solo debido al trabajo de Clooney, sino también a un guion que resulta emotivo pero jamás cursi; apropiadamente sentimental (especialmente hacia el final), pero sin tener que romantizar a un protagonista extremadamente fallido, que muy tarde ha llegado a darse cuenta de todo lo que perdió mientras perseguía a la fama durante su juventud. Jay Kelly es una película sobre el precio de la fama y todo lo que le puede quitar a una verdadera estrella, pero también una historia de cuasi superación, que tiene como foco a un actor de Hollywood que mucho se demora en darse cuenta de todo lo que ha hecho y no ha hecho en el pasado.

Al comenzar, vemos a dicho personaje (Clooney) terminando el rodaje de su más reciente película, dirigida por un joven cineasta (Kyle Soller, de Andor) que aparentemente confía mucho en él. Pero resulta que Jay no podrá descansar mucho. Tal y como su manager, Ron Sukenick (Adam Sandler), le recuerda, se ha comprometido a grabar otra película en pocos días. Pero dichos planes se ven afectados por dos acontecimientos importantes. Primero, el mentor y amigo de Jay, el experimentado director Peter Schneider (el gran Jim Broadbent) -personaje aparentemente basado en Peter Bogdanovich- fallece. Y en segundo lugar, Jay se encuentra con un viejo amigo y ex actor, Timothy Galligan (Billy Crudup), que lo culpa de haber impedido que logre sus sueños. Después de todo, Jay se volvió famoso gracias a que acompañó a Tim a un casting para Schneider y fue elegido para el rol en vez de su amigo.
Estos sucesos obligan a Jay a considerar los errores del pasado, así como las relaciones muy distintas que conlleva con sus dos hijas. A la mayor, Jessica (Riley Keough) casi ni la ve, ya que trabaja como profesora de kindergarten en San Diego. Y la segunda, Daisy (Grace Edwards), que hasta hace poco vivía con él, se ha ido de viaje a Europa. Es por eso último que de pronto decide cancelar su siguiente rodaje y perseguir a Daisy hasta Italia, donde además el Festival de Cine de Turín le hará un homenaje. Algo que, claramente, pone en tensión tanto a Ron como a la publicista de Jay, Liz (Laura Dern), y hasta su maquilladora, Candy (Emily Mortimer).
Es así, pues, que Jay Kelly se lleva a cabo como una interesante e introspectiva exploración de un hombre que por años no ha conocido nada aparte de la fama. Divertido, por ejemplo, cuando Jay decide tomar un tren de París a Italia y comienza a hablar con la gente común y corriente, dándose cuenta de que tienen vidas muy distintas a la de él. O cuando se encuentra con un colega, Ben Alcock (Patrick Wilson), quien, a diferencia de él, llega al Festival de Turín con su esposa e hijos y hasta primos y cuñados. Puede que Jay tenga toda la fama y el dinero, pero parece que todos los demás cuentan con el cariño y la cercanía de sus seres queridos.

Es por eso que el filme también incluye algunos flashbacks a la juventud de Jay, los cuales, creativamente, son presentados como visiones que se mezclan con la realidad del personaje. En ellos, lo vemos “robándose” el casting de Tim para Schneider, o actuando una escena de amor con la atractiva Daphne Spender (Eve Hewson), dándose cuenta de que muy fácilmente podría haber estado con ella. Queda claro, entonces, que Jay está pasando por algún tipo de crisis, obligándose a sí mismo a revisar sus arrepentimientos del pasado, dándose cuenta de lo mucho que perdió o de lo que no se dio cuenta que pudo haber hecho.
Felizmente, la película no termina siendo una experiencia deprimente ni mucho menos. De hecho, Baumbach y su equipo hacen un excelente trabajo con un balance de tonos, desarrollando escenas bastante divertidas y mezclándolas con momentos emotivos. Dudo que el resultado final haga llorar al espectador, pero al menos resulta honesto y bastante cercano —uno puede asumir— a las experiencias del propio Clooney. Según él, en la vida real y a diferencia de Jay, se lleva bien con su padre, pero resulta lógico asumir que los otros aspectos de la narrativa y la construcción de su personaje sí podrían parecerse a sus propias experiencias.

En todo caso, el casting de Clooney igual resulta perfecto. El afamado actor utiliza su considerable carisma para interpretar a Jay Kelly como un tipo que le caería bien a todo el mundo, pero que, justamente por enfocarse demasiado en su trabajo y en agradarle a desconocidos, perdió de vista a su familia y amigos. La relación que mantiene con el Ron de Adam Sandler, además, es lo que le otorga algo de corazón a la historia, con el primero dándose cuenta de que el segundo es, quizás, su único amigo, y el segundo dándose cuenta de que estuvo haciendo más por el primero de lo necesario. Sandler, como suele pasar, brilla en este rol serio, interpretando a Rol como un abnegado hombre de familia que, sin embargo, siempre está disponible para Jay.
Jay Kelly no nos dice nada que no hayamos visto antes en alguna otra película sobre los peligros de la fama y el ego de las súperestrellas de Hollywood. No obstante, por más que el mensaje central del filme no sea particularmente novedoso, Baumbach igual nos logra entregar una experiencia entretenida, emotiva y expertamente actuada, que le permite al espectador entender a este personaje de ego inflado, poca autoconciencia, innegable carisma y muchos arrepentimientos. Esta no es la película perfecta para ver en épocas navideñas, precisamente, pero igual resulta ser una experiencia encantadora para disfrutar en casa. Los fans de Clooney la pasarán bien —por más que se trate de una suerte de deconstrucción de su ídolo—, y el resto apreciaría lo que Baumbach ha intentado hacer acá.



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