Nuovo cinema Paradiso
Dir. Giuseppe Tornatore | 123 min. | Italia – Francia
Música: Andrea y Ennio Morricone
Intérpretes:
Jacques Perrin (Salvatore, adulto), Philippe Noiret (Alfredo), Leopoldo Trieste (Padre Adelfio), Salvatore Cascio (Salvatore, niño), Marco Leonardi (Salvatore, adolescente), Antonella Attili (Maria, joven), Pupella Maggio (Maria, adulta)
Salvatore Di Vita es un exitoso director de cine afincado en Roma. Una noche, luego de regresar cansado del trabajo, su pareja le cuenta que lo ha llamado su anciana madre desde Giancaldo, su pueblo de origen. Salvatore, que está rendido y ya en la cama, apenas oye adormilado los susurros de su mujer, cuando de pronto escucha que ésta dice: “tu madre quiere que regreses porque ha muerto un tal Alfredo”. Esa mágica frase es suficiente para dejarlo insomne y disparar la máquina de sus recuerdos.
Mientras una torrencial lluvia azota las ventanas de su dormitorio a oscuras, Salvatore (Jacques Perrin) parpadea y eso basta para verse de vuelta en su infancia, en Giancaldo, y nosotros, los espectadores, con él. Ahora es sólo un niño, Totó (Salvatore Cascio), que sirve de sacristán al párroco del pueblo, medio dormido en las misas de alba por falta de alimento y de sueño. La iglesia es también el local del único cinematógrafo del pueblo, el “Cinema Paradiso” (“Cine Paraíso”), y el cura es, en su doble calidad de dueño de la ubicación y pastor de almas, el censor que determina según su católico criterio qué escenas deben ser cortadas de cada film que se proyecte a la comunidad.
Alfredo (Philippe Noiret), el operador del cinematógrafo, corta con paciencia rezongona cada escena indicada por el sacerdote (casi invariablemente, besos románticos entre los protagonistas de la cinta). Totó, a quien toda esta situación divierte muchísimo, aprovecha para escamotear trozos de película con los que juega cada noche de regreso del colegio, en el cuartito humilde que su madre, una viuda de la Segunda Guerra Mundial, comparte con él y su hermana menor.
La vida es difícil en la Italia de posguerra y el único entretenimiento del villorrio es provisto por el analfabeto y bonachón Alfredo, un hombre sin hijos que desarrolla por Totó un cariño de padre. Luego de años de candorosa amistad, Totó llega a dominar la técnica de operación del proyector, y se convierte en asistente de Alfredo.
Una noche, sin embargo, ocurre un accidente y el “Cinema Paradiso” se incendia y destruye casi por completo. Alfredo queda ciego, y sólo salva la vida por un acto heroico del pequeño Salvatore. El local es restaurado por un empresario del pueblo, y Totó se convierte en el nuevo operador del cinematógrafo. Ya es un joven (Marco Leonardi), y se enamora por primera vez, emprendiendo una relación tormentosa que a la larga se disuelve. Alfredo, en un acto paternal, lo obliga a irse del pueblo donde sabe que no hay futuro para él, y le hace prometerle que jamás regresará, por ningún motivo.
Ahora la muerte de su amigo hace que Salvatore regrese a Giancaldo y se reencuentre con todos los personajes de su pasado, sobre todo con el viejo local del Paradiso, que está a punto de ser demolido para dar paso a un “moderno estacionamiento”. Ahora le toca a él resolver todos sus conflictos previos.
Análisis
La tradición de sentimentalismo del cine italiano no va en esta ocasión en desmedro de la calidad de la realización. Giuseppe Tornatore creó un clásico que se seguirá proyectando y viendo desde los más diversos formatos, porque el mensaje es universal: la nostalgia (literalmente, “dolor por lo lejano”) como conmovedor reino de lo que el tiempo nos arrebata minuto a minuto, dejándonos sólo memorias.
La fotografía de Blasco Giurato y la música de Ennio Morricone (el tema de amor es composición de su hijo, Andrea) complementan a la perfección esta pequeña joya, que no apela a la violencia ni al sexo para atraer y tocar nuestras emociones.
Escena favorita
El momento cuando Salvatore, ya de vuelta a su vida, descubre lo que contenía la pequeña lata entregada a él por la viuda de Alfredo, como último regalo de éste: una secuencia de todas las escenas cortadas cuando él era un niño, armada cuadro a cuadro por la infinita paciencia y amor del anciano ciego, como un último mensaje a su hijo espiritual.
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